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Uno de los más importantes escritores de colombia dice acerca de la pertinencia de un grupo terrorista


Enviado por   •  20 de Junio de 2014  •  Ensayo  •  2.332 Palabras (10 Páginas)  •  335 Visitas

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Esto es un viaje a la intimidad de la guerrilla más antigua de América Latina. Un fotógrafo les acompañó en sus operaciones en la selva colombiana y fue testigo de sus manejos con la cocaína, su principal fuente de ingresos junto con los secuestros. Uno de los más importantes escritores de Colombia relata la actualidad de un grupo terrorista que cada vez se encuentra más solo en el mundo.

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A los soldados, a los marineros e incluso a los cuatreros les concedía el doctor Johnson "the dignity of danger", la dignidad del peligro. Quizá ésta sea la única dignidad que todavía conservan en Colombia los guerrilleros de las FARC: la de poner cada día en riesgo su vida. Surgida hace 44 años (el 20 de julio de 1964 es la fecha oficial del bautizo) como una milicia de campesinos acosados y desesperados, este grupo armado evolucionó hacia una guerrilla marxista en los setenta y ochenta, pero luego sus ideales se han venido degenerando hasta llegar a la miseria ideológica de hoy. Si uno lee sus comunicados, de una sintaxis tan confusa como su pensamiento, difícilmente entiende sus propósitos. La pobreza del discurso, además, se acentúa por la degradación de sus métodos de lucha, que incluyen la práctica del secuestro, el tráfico de cocaína, el asesinato de civiles, los atentados terroristas a torres de energía, a pueblos e incluso a templos y escuelas, el reclutamiento de menores y la explotación de niñas y mujeres en trabajos sexuales y serviles.

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Su discurso, fuera de unos eslóganes repetidos que parecen espectros de la guerra fría, no ha podido revitalizarse ni siquiera con la reciente inyección chavista de supuestos ideales bolivarianos. El barniz que les ha querido dar el fogoso presidente vecino (Hugo Chávez, que después de su pelea con Uribe se declaró amigo de las FARC y hasta homenajeó con un minuto de silencio al "comandante Raúl Reyes", caído en un bombardeo del ejército colombiano) no les ha servido para aumentar su popularidad en el país. A pesar de las tremendas injusticias y desigualdades de la realidad colombiana -un país donde el 50% de la población vive en la pobreza-, la base social de la guerrilla es mínima, y el apoyo que este "Ejército del Pueblo" tiene dentro del pueblo real está más cerca del cero que del 3%. Los pobres surten, sí, su mano de obra, pues siempre hay muchachos que quieren recibir una paga por cualquier oficio; pero no hay base social de las guerrillas ni entre los pobres colombianos: casi nadie las apoya, y hasta el partido político más a la izquierda -el Polo Democrático- condena con vehemencia sus formas sanguinarias de lucha.

Paradójicamente, no es la pobreza de Colombia la que alimenta nuestra guerra, sino las inmensas riquezas naturales del país. Pueden citarse algunos casos emblemáticos: una empresa como Chiquita Brands (la de los bananos, la antigua United Fruit Company) ganaba tanto dinero en el país que podía permitirse pagar impuestos de guerra al Estado, financiar a los paramilitares -por lo cual ya ha sido condenada en tribunales norteamericanos- y pagar vacunas a la guerrilla. Algo muy parecido ocurre con terratenientes y compañías petroleras. Los primeros han pagado secuestros a la guerrilla, trabajos sucios de vigilancia a los paramilitares e impuesto de patrimonio al Gobierno. Y a pesar de que todos paguen porcentajes a los tres principales combatientes de la guerra, todavía obtienen ganancias suficientes para seguir siendo ricos. Con otros negocios ocurre lo mismo: cocaína, oro, esmeraldas, níquel… La gran riqueza nacional financia a todos los actores de una guerra que, alimentada así, parece no tener fin.

Pero volvamos a las FARC. Aunque tengan algunos cuadros de apoyo en las ciudades e incluso en el exterior, "la guerrilla más vieja del mundo" es eminentemente rural. Incluso rural es una palabra inexacta, pues, más que rural, la guerrilla de las FARC se ha convertido en una guerrilla selvática. Son las selvas desmesuradas e inextricables de Colombia las que explican que todo el poderío militar de Estados Unidos (que entrega a Colombia, después de Israel y Egipto, la tercera ayuda militar más grande del planeta) haya sido incapaz de rastrear el sitio donde se encuentran, por ejemplo, los tres contratistas norteamericanos secuestrados desde hace cinco años en el sur del país. Y es la selva también lo que le da su carácter (salvaje) a este conflicto, porque allí, al decir de un poeta colombiano, "los hombres aprenden a ser crueles".

Tampoco un Gobierno como el actual, alérgico a todo acuerdo de paz y absolutamente inclinado a la solución militar del conflicto, que cada año dedica una porción más grande del presupuesto a financiar las Fuerzas Armadas, ha sido capaz de derrotarlas del todo después de casi seis años de lucha sin cuartel. Ha disminuido el secuestro, es cierto; los ha alejado aún más de los centros urbanos y de las carreteras principales; pero la victoria definitiva no parece inminente, a pesar del creciente tono triunfalista de los comunicados del Gobierno. En la guerra de guerrillas, dicen los estrategas militares, el ejército regular pierde si no gana, mientras que a la guerrilla le basta no perder para seguir soñando con el triunfo.

En las últimas semanas, sin embargo, la balanza parece inclinarse con fuerza del lado del Estado. El Secretariado, es decir, la cúpula directiva de las FARC, está compuesto por siete miembros. En el último mes, dos integrantes de esa cúpula han muerto: Raúl Reyes, por una acción "al estilo Israel" de la aviación colombiana en territorio ecuatoriano (en el bombardeo murieron 17 personas, entre ellas algunos simpatizantes mexicanos de la guerrilla), e Iván Ríos, que cayó por una traición de un guerrillero cercano a él que quiso cobrar la recompensa de dos millones de dólares ofrecida por el Gobierno por su cabeza. Esta práctica de recompensas no deja de tener graves riesgos de degradación del conflicto. El solo hecho macabro de que el hombre que traicionó a Ríos haya matado también a su compañera y le haya cercenado una mano para demostrar la identidad del muerto revela el grado de degradación de esta guerra tropical. El pago de recompensas, al estilo del Oeste norteamericano, indica que también los métodos de lucha del Estado se están degradando, haciendo perder legitimidad a una democracia que parece estar incluso dispuesta a dejar de serlo con tal de ganar la guerra.

Hasta ahora, la geografía colombiana

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