Ésta podría ser una historia como tantas otras que se encuentran por las calles de Boston día a día.

Ésta podría ser una historia como tantas otras que se encuentran por las calles de Boston día a día. Podría serlo, si no resultase ser única por tratarse de la mujer que amo. Algunas personas dicen que una vez que pasa el tiempo, los sentimientos se pierden en el aire. Se puede intentar, se puede fingir. Pero nunca se puede olvidar. Siempre vivimos con eso.

Lo que pretendo contarles lo supe gracias a sus propias confidencias y mis notables habilidades para la investigación, no es mi intención exponer su historia, sino demostrar que a pesar de todo, los finales felices no siempre son como los imaginamos.

Todo comenzó un día de primavera, no sabría decir exactamente cual pero fue poco después que los rosales florecieron, lo sé por que ese día ella compró un ramo rojo para adornar el salón. Regina salió apenas un poco más temprano que lo usual aquella tarde. Era una ocasión especial, pues cumplía diez años de matrimonio y tenía planeada una noche estupenda.

Se despidió de su personal con el aire regio que la caracterizaba, formal, siempre ad hoc con su cargo de alcaldesa. Subió a su mercedes negro con una sonrisa. Estaba emocionada, había contado las horas por que aquel momento llegase desde hacía días. Miró su cartera que ocupaba el asiento del acompañante con una ansiedad creciente en su pecho.

Minutos después, se encontraba aparcando su coche en la mansión de Beacon Hill. Bajó del vehículo y la puerta de entrada se abrió dejando salir a dos niños, sus hijos Henry, de nueve años y Sofía, de seis. Ambos se abrazaron a su cintura y gritaron extasiados en busca de su atención. Ella los besó en la coronilla y acarició sus mejillas intentando avanzar hacia la puerta, dónde, apoyandose levemente en el umbral, la miraba su compañera de vida desde hacía una década. Ataviada para quitarle el aliento y con una sonrisa seductora en sus labios se incorporó levemente en espera de su mujer y los niños. Regina se acercó a ella y besó su boca suavemente a modo de saludo. Henry al ver el comportamiento meloso de sus madres las hizo a un lado para poder ingresar y corrió hacia el comedor. Sofía se quedó mirándolas con una sonrisa.

Tomó su mano y la de la niña, invitándolas a acompañarla hasta donde serviría la cena. Regina miró a los ojos pardos de su mujer y sonrió. Podía leer perfectamente qué era lo que pasaba por su mente. Se conocían hacía más de trece años, cuando apenas era una joven con deseos de triunfar en su carrera. Maura estaba trabajando como residente en el departamento de medicina forense de Boston. Se conocieron una noche, en una fiesta de la BCU, donde ambas habían estudiado. No fue amor a primera vista. Regina acaba de salir de una relación tormentosa. Se había enamorado de una mujer unos años menor, una chica perdida que no tenía en claro ni siquiera su nombre. Cometió el error de fijar sus esperanzas

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