Acuerdo 592 Reporte De Lectura
Enviado por chepo48 • 22 de Septiembre de 2013 • 2.348 Palabras (10 Páginas) • 481 Visitas
La competencia de los profesores
En Yo explico, pero ellos ... ¿aprenden?, Bilbao, Mensajero, 1997, pp. 151-177.
Michel Saint-Onge
Según los especialistas de la enseñanza, las exigencias intelectuales, emocionales y físicas que pesan sobre los que enseñan no han dejado de crecer en el curso de los últimos años (Andrews, 1987).
Esto no hace sino confirmar lo que muchos profesores piensan, como Antoine Prost (1985): el enseñar se ha convertido en una actividad mucho más difícil que en el pasado. Esta opinión se confirma también por los casos de agotamiento profesional (burn out) y de trabajo a tiempo partido.
Pero mientras las exigencias aumentan, se aprecia, sin embargo, que la posición social del cuerpo docente está en declive en casi todo el Occidente. Este contraste entre las exigencias reales de la profesión y la idea que generalmente se tiene de ella es tan impor¬tante que los responsables de los centros escolares afirman, con ocasión de la encuesta realizada sobre la situación de la enseñanza en Quebec, en 1984, por el Consejo Superior de la Educación, que la situación de la enseñanza seguirá igual mientras los profesores no tengan la sensación de ejercer una actividad profesional de la que son los únicos respon¬sables y mientras la imagen colectiva que proyectan no sea un reflejo de ese ideal.
Efectivamente, los conceptos de responsabilidad y de reconocimiento social remiten a la idea de competencia. La competencia puede definirse como la capacidad reconocida a una persona, o a un grupo de personas, para realizar tareas específicas relativas a una función determinada. De esta manera, se puede afirmar que la situación de la enseñanza seguirá siendo difícil mientras la competencia de los que enseñan no sea reconocida.
Este reconocimiento es importante porque se traduce en derecho: el derecho a ejercitar de forma libre la actividad profesional correspondiente, a prohibir el ejercicio de esta actividad a toda persona sin los conocimientos y las aptitudes necesarios para su práctica eficaz, a juzgar la aptitud de las personas deseosas de ejercitar esta profesión, a hablar con solvencia en el ámbito de su competencia y, por último, a determinar las condiciones de eficacia de las acciones que se han de realizar.
Además, la competencia se refuerza con la responsabilidad de formarse y perfeccio-narse que permite afrontar la complejidad de la tarea, de sentirse obligado a ser eficaz en sus actuaciones y a determinar los modelos de calidad y los criterios éticos que repercuten en el ejercicio de las tareas cuya función está claramente definida.
Ante esta definición de la competencia nace ordinariamente un malestar. Estamos dispuestos a reconocer sin dificultad que si se nos concedieran los derechos vinculados a la competencia, la situación de la enseñanza mejoraría. Pero, cuando se trata de reco¬nocer que tendríamos que aceptar las responsabilidades enumeradas, la unanimidad no es tan evidente.
¿Por qué estas responsabilidades provocan miedo? ¿Cuáles son las características específicas de la enseñanza que deben clarificarse con el fin de determinar los límites de la responsabilidad profesional? Porque es difícil hacer reconocer la complejidad de una actividad mal definida, de un conjunto de tareas cuya función no está precisada, de acciones cuyo alcance puede ser apreciado con dificultad. Es difícil igualmente determi¬nar los límites de sus responsabilidades.
El reconocimiento de la competencia del cuerpo docente no puede producirse sin definir con claridad la responsabilidad específica asumida o, dicho de otra manera, la función de la enseñanza, las tareas exigidas para esa función y el papel de cada una de ellas, y los resultados que se obtienen con las diversas intervenciones.
Pero aún sigue vigente que enseñar quiere decir exponer los propios conocimientos.
Luego uno puede pensar que el profesor dijera: "¡Yo explico; ellos, que aprendan!". Su responsabilidad se limita, de esta manera, al dominio de un tema y a su capacidad de exponerlo. Pero cualquier cosa que se enseñe siempre se enseña para que los alumnos aprendan (Thyne, 1974). Por lo tanto, enseñar debería entenderse como ayudar a apren¬der. Y en este caso, el profesor no podría preguntarse únicamente si domina la materia que ha de enseñar; su responsabilidad abarcaría el aprendizaje, lo que hacen los alumnos para ampliar su saber y sus habilidades. Entonces los profesores se preguntarían: "Yo explico, pero ellos ¿aprenden?".
Pero ¿cómo el cuerpo docente puede ser responsable de una actividad que pertene¬ce a los alumnos? Se asume sin dificultad que la enseñanza y el aprendizaje son las dos caras de una misma moneda (Drucker, 1990), pero cuesta reconocer que existe una vinculación explícita entre la actividad del profesor y la de los alumnos. Describir la competencia de los profesores, ¿no es describir la relación existente entre la enseñanza y el aprendizaje? Sigamos este camino e intentemos poner en claro la responsabilidad que los que enseñan saben asumir.
La función de enseñar
Según Myron Lieberman (1956), la enseñanza debería adquirir ocho características esen¬ciales antes de poder ser reconocida como una "verdadera" profesión liberal. La prime¬ra de estas características es la de "prestar a la sociedad un servicio fundamental y bien definido".
Los cambios recientes de nuestra sociedad sitúan la enseñanza entre las actividades valoradas como esenciales no solamente para nuestro desarrollo, sino también para nuestra supervivencia. En efecto, el conocimiento, que parecía para muchas personas de la generación anterior un añadido, un lujo para el individuo, hoy se considera el mismo eje de nuestra vida social. Ahora hay muchas personas que no forman parte de la socie¬dad industrial, ni siquiera de la sociedad de los negocios; se están integrando en la sociedad del saber, de la información, de la investigación...
Esta realidad es tan importante que, como ha señalado Peter Drucker (1990), la preocupación de ahora es si los niños consiguen los buenos resultados de otros niños en matemáticas o, también, si dominan suficientemente tal o cual aptitud lingüística, o incluso si ignoran tal hecho o tal información. Esto en una cultura anterior hubiera sido imposible de imaginar: ni siquiera se hubiera podido pensar entonces que semejantes lagunas pudieran merecer ninguna atención.
El conocimiento y la aptitud para pensar son hoy grandes preocupaciones, y es de prever que traerán cambios mayores a nivel educativo. Y ya se está presionando para que la enseñanza responda a esas expectativas. La educación, decía Neil Postman (1981), es "la respuesta de una cultura
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