Adicciones: Una situación de compromiso. ¿Para quién?
Enviado por Damian Duran • 7 de Septiembre de 2021 • Documentos de Investigación • 2.138 Palabras (9 Páginas) • 83 Visitas
Adicciones: Una situación de compromiso. ¿Para quién?
Por:
Carina Stehlik * (Datos sobre la autora)
Presentado en el XXIV Congreso Nacional de Trabajo Social. Mendoza. 2007
Armar un trabajo en adicciones no es tarea simple. El término en sí mismo acarrea con el imaginario colectivo y el conjunto de representaciones sociales que del mismo se desprenden: flagelo de la época, jóvenes perdidos, adicción – delincuencia, esto hace que “ningún discurso se sienta cómodo en el terreno de las adicciones “Lewkowicz.
Ahora, las adicciones pertenecen por derecho propio al campo inespecífico de los problemas sociales. Ya no se la considera como hace 50 años como un problema del individuo particular, hoy por el contrario representa un fenómeno social y como tal afecta e involucra a todos los actores sociales constitutivos de estos tiempos.
Desde la asistencia, la clínica, el problema adictivo desborda irremediablemente las capacidades de comprensión y de acción de las diversas disciplinas destinadas a trabajar en este campo. Esto implica que el trabajo interdisciplinario es una resultante casi obligada, como modo de intervención, más que una amplitud consensuada, elaborada y instituida entre las diferentes disciplinas que pueden formar parte de un equipo técnico. El agotamiento de las estrategias de intervención parcial o individual de cada disciplina han llevado a el pasaje de la omnipotencia (respuesta era única porque las causa también eran únicas) a la impotencia, para luego pensar que con el “saber del otro” quizás algo podamos hacer.
Este agotamiento de las estrategias de intervención, no son específicamente las de un equipo asistencial o de prevención particular. Al decir de Lewkowiccz es el Estado el que ha perdido los procedimientos efectivos que estén dentro de una dinámica social simbólicamente articulada.
Quiero significar que no existe un ordenamiento simbólico, una ley que como tal sirva de ordenador, hoy la caída del Estado como representativo de las necesidades reales de los sujetos (ciudadanos no, sino consumidores), la caída del nombre del padre como ley simbólica ordenadora del lazo social, nos lleva a que el problema de las adicciones no se resuelve con una ley que prohíba o con otra que despenalice, porque en estos tiempos postmodernos la ley no opera, porque se la trasgrede todo el tiempo.
Entonces el tema es, que trabajamos sobre los efectos, sobre el problema ya establecido, sobre el daño social ya instituido. No existe un a priori, que tome las profundas causas de la problemática de la sociedad actual y que pueda dar respuestas más estructurales.
Aún siendo concientes que desde los equipos asistenciales trabajamos sobre los efectos, la intervención en lo social dentro del campo de la drogadependencia requiere una inevitable mirada a la singularidad de la persona, lo que exige a su vez un mayor conocimiento del contexto, en tanto el problema puede ser considerado como un signo, una expresión del malestar, del desencanto en esta sociedad. Freud habla del malestar en la cultura, bien se pueden entender a las adicciones como un modo de expresión de tal malestar, de la opresión que esta sociedad ejerce y exige para formar parte, para ser incluido dentro de ella. Las drogas ingresan dentro de este amplio abanico de objetos que permiten silenciar el malestar y brindar goce absoluto y continuo.
El trabajador social desde la posición ética que adhiera frente a los sujetos, desde sus modos peculiares de intervención tiene la oportunidad y las herramientas de dar cuenta de este desencanto, de este malestar, siempre y cuando pueda observar e intervenir más allá de los aspectos empíricos de nuestra práctica profesional.
Una persona que consume sustancias, sea ella adicta o no, se encuentra atravesada por una condición histórica social. Condición que viene dada por las
características sociales que nos son iguales para todos (globalización, desregulación laboral, cultura postmoderna, economía neoliberal), pero el impacto particular en un sujeto de estas condiciones, las características familiares, el lugar que ocupa en la estructura social varían significativamente de una persona a otra y esto da significación a la razón por la que el consumo abusivo o la adicción pudieron instalarse en él y no en otro.
No se hace adicto el que quiere sino el que puede. De este modo podemos pensar a las adicciones como problemática del sujeto y la cultura y al pensarlas de esta forma nos colocamos en un lugar de ruptura con dos concepciones universalmente difundidas, obviamente por los sistemas de poder:
- la concepción que las sitúa como problemática de la sustancia (si se combate la droga y su venta se termina el problema).
- y la visión de homogenización de las causas y consecuencias del consumo como hechos generalizables, sino a todos, a la mayoría de los consumidores. (son perversos, son antisociales, son narcisos, buscan la muerte, y en el peor de los casos son delincuentes, etc.)
Es necesario poder interrogar a la temática de las adicciones, a los fundamentos epistemológicos, a los clínicos, a la cultura, a las instituciones, a las prácticas. Es, sin duda, una tarea ardua; ya que implica como primer medida estar dispuestos a cuestionar nuestras creencias con las cuales construimos nuestras prácticas y con las cuales nos acercamos a los sujetos. Desde la práctica misma, este cuestionamiento tiene como único objetivo aportar y revisar las diversas lecturas que realizamos de este modo tan particular que las personas en estos tiempos postmodernos han encontrado para manifestar su malestar, su desencanto en la sociedad y en la cultura .
Un modo posible de transitar estos interrogantes es partir de la base que toda práctica, entendida ésta desde la más puntual intervención hasta la constitución de una política social determinada, se encuentra atravesada por un discurso estructurante. “El discurso contribuye a construir realidades sociales, porque la palabra es un operador de transformación: transformador del mundo, de los otros y de sí mismo.....”.
Nos encontramos frente a discursos generadores de verdad. . La figura del adicto, más allá de las configuraciones médicas, jurídicas, psíquicas específicas, es una figura socialmente instituida. La adicción como fenómeno social no se entendía así hace medio siglo atrás; el consumo de sustancias es una práctica antigua, pero las miradas, la forma de conceptualizarla y abordarla es lo que ha variado a través del tiempo. La figura del adicto es de tipo psicosocial, implica que es efecto de prácticas sociales y que tal efecto es universalmente reconocible. Se encuentra reconocida, tipificada, es objeto de predicación y de cuidados sociales, en definitiva brinda una identidad capaz de soportar el enunciado de: soy adicto.
La adicción como categoría social, consolida un ser, le otorga consistencia. Es una suerte de congelamiento en una identificación. El adicto como sujeto consciente acepta pertenecer a tal clase social; cuando puede acepta, cuando no simplemente pertenece.
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