Anorexia Nerviosa
Enviado por lokysha • 25 de Mayo de 2014 • 2.758 Palabras (12 Páginas) • 272 Visitas
Anorexia nerviosa.
Una búsqueda femenina de la perfección
Louise J. Kaplan
Dentro del útero no hay imágenes reflejadas. El feto, el líquido amniótico, la placenta y la madre conforman una unidad completa en sí misma. Y el recién nacido, por su parte, no tiene más referencias que sus reflejos, sentidos y músculos para indicarle quién o qué es. El recién nacido toma y trata de obtener. Escupe lo que no quiere ingerir, borra lo que no desea ver y se aparta de lo que le molesta. Esta maravillosa omnipotencia de sus gestos y acciones será el modelo de sus primeros actos psicológicos: esos deseos que le permiten ser cualquier cosa que quiera. Desea no ser molestado; desea alivio y satisfacción. Y obtiene todo esto, al menos por un momento.
El conocimiento que tiene el recién nacido acerca de si mismo se reduce a sus tensiones y excitaciones, a sus gestos de tender hacia lo que quiere y apartarse de lo que no quiere. El bebé busca, pero no tiene noción de qué está buscando hasta que sus movimientos lo ponen en contacto con algo que corresponde a su búsqueda. Es un invocador que crea magia sin comprender qué es lo que está invocando: el pezón viene al encuentro de su boca ávida, su cuerpo se amolda a una suavidad que tiene su mismo aroma, la cabeza halla un límite del espacio en el cual apoyarse. El bebé tiene la ilusión de que él mismo ha creado el pezón, el cuerpo de la madre y el confín del universo. Este mundo invocado es su punto de referencia, es el espejo que lo refleja.
A los dos meses de edad, el bebé ya percibe que ciertos hechos especiales que ocurren fuera de su cuerpo son los que lo protegen de la tensión y las excitaciones. Siente una presencia cuyos olores, tacto, latidos y movimientos armonizan a la perfección con sus propios estados corporales. La correspondencia entre la presencia de la madre y los gestos del bebé le bastan a éste para mantener su ilusión de ser omnipotente. En presencia de la madre, el bebé puede aún ser cualquier cosa que desee.
Inexorablemente, el bebé se ve arrastrado a la red de seguridad de su existencia. Las tensiones Y excitaciones son refrenadas por su necesidad de esa presencia que lo gratifica, lo escuda, lo raciona, lo frustra y lo introduce en la legalidad. El bebé comienza a evaluarse a sí mismo según lo refleja esa otra persona. A veces ese reflejo se aproxima mucho al de los días mágicos en que el
bebé podía ser lo que deseara. La voz arrulladora Y la mirada resplandeciente de la madre que le dicen: "Qué lindo eres. Qué bebé tan maravilloso. Cuánto me gusta tenerte en mis brazos" es algo casi tan placentero como la omnipotencia. El bebé mira atentamente a su madre, responde a sus arrullos, y se ve reflejado como todas esas cosas magníficas y poderosas que a veces imagina ser. La admiración que refleja la madre es una caricia que lo llena de orgullo.
De allí en adelante, y a efectos de compartir la gloria y el poder de ese otro ser que lo refleja, el bebé estará dispuesto a renunciar a la omnipotencia de sus gestos Y acciones. De ahí en adelante, la angustia ante el peligro de verse separado del otro pondrá freno a su omnipotencia. Es cierto que la comparación entre su propio poder limitado Y el que detentan esos otros seres gloriosos, de los que depende para obtener amor y seguridad, le provoca resentimiento Y envidia. Pero vale la pena. Porque toda vez que se sienta vulnerable, inferior a lo que desearía ser, tendrá a su alcance la manera de recobrar su confianza. Si no puede alcanzar la cuchara para comer solo, si se limita a abrir la boca y esperar que lo alimenten, los ojos de su madre se iluminarán para transmitirle el mensaje: "Eres un bebé maravilloso. Eres perfecto". El reflejo deslumbrante del amor entre sí mismo Y otro puede ser un gran engañador.
Una chica de catorce años se inspecciona ante el espejo. Su mirada se ilumina al verificar la excepcional delicadeza de su rostro y la esbeltez de su cuello, hombros, senos, caderas, muslos, pantorrillas Y tobillos. Su piel clara y suave, el contorno agudo y anguloso de su cuerpo casi inmaculado, libre de toda gordura, la llenan de satisfacción. Una sombra de preocupación empaña su alegría: ha descubierto una leve prominencia a la altura del estómago. Pero fuera de este indicio premonitorio, la chica se siente momentáneamente satisfecha de haber logrado acallar ese apetito, ese Fresslust que domina su existencia.
Pero lo que ven la madre y el padre en esa imagen del espejo es algo muy diferente. Ven un espectro, apenas reminiscente de la maravillosa hija que conocían: el cabello o opaco y deslucido; la piel áspera, manchada y vacilante; el tronco, la espalda, los brazos y piernas cubiertos de un vello largo y sedoso; las uñas amarronadas; los huesos descarnados, y los ojos febriles y hundidos. Es como un cadáver andante. Los padres deciden que la absurda dieta que lleva su hija ha llegado demasiado lejos.
La chica condesciende a que su madre la lleve al médico. La ofende que sus padres pretendan oponerse a sus esfuerzos. Al fin y al cabo, salvo ocasionales calambres de estómago, la constipación que puede controlar con laxantes, y ciertos
cosquilleos e insensibilidad en las manos y pies, el hecho es que se siente perfectamente bien. En realidad, nunca se nunca se ha sentido mejor.
El médico advierte de inmediato todos los síntomas externos de la caquexia, o emaciación física. La chica mide 1.57m y pesa 36 kg. El grado de emaciación está muy próximo del que representaría un riesgo de muerte. Cualquiera que sea el diagnóstico final, anuncia el médico, lo cierto es que a menos que la niña comience inmediatamente a alimentarse, se verá obligado a recomendar su internación. El examen clínico revela temperatura por debajo de lo normal, ritmo cardiaco inferior a 60 latidos por minuto, inflamación de los pliegues angulares, hinchazón y amoratamiento de manos y pies, disminución de la transpiración y la secreción sebácea, y deshidratación.
Los análisis de laboratorio probablemente indicaran la presencia de algún tipo de anemia, sea por deficiencia de hierro o de la síntesis proteica. Puede haber una disminución de glóbulos blancos, que son los que ayudan a mantener las defensa del cuerpo contra las enfermedades, o bien un aumento anormal de estos glóbulos. El médico prevé una depresión, entre moderada y grave, de la médula ósea, además de disfunción del páncreas y una reducción del 20 y el 40 por ciento en el metabolismo basal. Como el peso del cuerpo ha bajado hasta el punto de revertir el sistema de realimentación hipotalámico-pituitario-gonadal, los ciclos menstruales se han interrumpido. Las radiografías mostrarán una desaceleración en el ritmo de crecimiento esquelético. La pubescencia ha quedado detenida.
Hay peligro
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