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Autoconocimiento


Enviado por   •  28 de Noviembre de 2012  •  1.900 Palabras (8 Páginas)  •  741 Visitas

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INSTITUTO TECNOLÓGICO DE IZTAPALAPA I

ING. EN GESTIÓN EMPRESARIAL

HABILIDADES DIRECTIVAS I

DULCE GABRIELA CRUZ RUÍZ

TAREAS: UNIDAD II

3°AM 05/NOVIEMBRE/2012

Tarea 1.- Investigar y analizar casos que se relacionen con el autoconocimiento:

El autoconocimiento puede verse como el conocimiento de hechos acerca de nosotros mismos; nuestro ADN; nuestros pesos y medidas; nuestras creencias, emociones y deseos; nuestras actitudes morales y políticas; nuestros estados civiles y financieros, etc. En este sentido, la idea de autoconocimiento seguiría la lógica de concepto de saber como una especie de creencia: aquel que usamos para caracterizar un logro de una persona o de una comunidad, por lo general usando diversas fuentes de evidencia para creencias específicas. Como sucede con cualquier creencia, incluso las creencias más arraigadas sobre uno mismo pueden resultar falsas; pero, en contraste, sería sumamente difícil, si no es que de plano imposible, tener sólo creencias falsas sobre uno mismo.

Los datos de mi acta de nacimiento, por ejemplo, pueden ser todos falsos; quienes hasta ahora he tomado como mis padres pueden no ser mis padres biológicos, y mi propia historia personal puede resultar ser radicalmente diferente de lo que hasta ahora he creído. Llegar a hacer descubrimientos como los anteriores puede ser muy doloroso, y hasta desastroso para la integridad psicológica de quien los hace. No obstante, siempre hay una cantidad limitada de creencias falsas que una persona puede tener sobre sí misma. Al menos psicológicamente, diríamos que una persona no puede tener sólo creencias falsas sobre sí misma, a riesgo de la alienación.

Las diferencias entre las maneras en las que logramos tener acceso a los diversos tipos de hechos sobre nosotros mismos pueden resultar relevantes de caso en caso.

Seguramente saber que mis pesos y medidas son tales y cuales requiere un conjunto de recursos y evidencias distinto del que se requiere para saber que tengo tales y tales convicciones políticas, o que poseo tal y cual herencia genética; y estos recursos serán, acaso, distintos, a su vez, cuando se trata de mis deseos, miedos y cosas así. En todos estos casos parece perfectamente posible cuestionar el alcance y la calidad del autoconocimiento que le atribuimos a una persona, o que una persona se atribuye a sí misma. Aun en la situación más radical, no obstante, tales cuestionamientos constituirían una forma de sarcasmo dirigido ya sea a otros, ya sea a uno mismo; pero no parecen plantear ningún reto escéptico en contra de la idea misma de autoconocimiento. La idea, en otros términos, de que cualquier creencia sobre uno mismo puede resultar falsa no tiene por qué conducir a la idea, harto distinta, de que todas ellas pueden serlo. El autoconocimiento, como todo saber, acaso, descansa sobre un lecho movedizo de certezas.

No cualquier creencia acerca de uno mismo puede valer como autoconocimiento:

Edipo en Colona tenía una creencia acerca de sí mismo cuando creía que el asesino de Layo debía ser ejecutado; pero esa no era la creencia de que él, Edipo, debía ser ejecutado. En general, yo puedo saber un cúmulo de cosas acerca de mí mismo y no saber que todo eso me concierne a mí. De modo que para que una creencia sobre mí mismo pueda contar como autoconocimiento, tengo que percatarme de que la persona de la que, en mi creencia, afirmo que ha realizado tales y cuales acciones, o que tiene tales y cuales emociones, creencias, características físicas u otras cosas, soy yo mismo y no otra. Digamos que ésta es la condición de autoconciencia para las creencias acerca de uno mismo que pueden aspirar a contar como autoconocimiento.

Nuestra idea de autoconocimiento es una idea tensa, en tanto contiene dos demandas en competencia. Una, que llamo la demanda del desapego, nos pide ser capaces de vernos a nosotros mismos desde cierta distancia; se trata, si se quiere, de estar dispuestos a aceptar las mejores evidencias y a rechazar, ante ellas, incluso nuestras creencias más arraigadas sobre nosotros mismos; estar abierto a los hechos y tomar nuestra propia autobiografía o reportes de sucesos de la misma manera que tomamos los reportes autobiográficos de cualquier persona.

Como lo ejemplifican muchos pasajes de la literatura, lo que una persona dice de sí misma puede ser efectivamente una fuente valiosa para saber qué tipo de persona es —de quién estamos hablando; pero también lo es lo que calla u omite de sí misma. En general, tendemos a tratar de un modo especial, con algún grado de reserva, los relatos y reportes que las personas hacen de sí mismas, a pesar de que cada persona parece particularmente autorizada para hacerlo. No se trata tan sólo de las reservas que normalmente tenemos ante cualquier reporte de hechos, sino de aquellas que permiten detectar fallas, inconsistencias, titubeos, exageraciones, imprecisiones de quien nos relata un trozo de su vida. El autoconocimiento requiere desapego, pues exige de la persona ser capaz de reconocer en sí misma esa tentación, o, en términos un tanto menos clericales, ejercer las reservas debidas frente a lo que uno mismo puede decir de sí mismo. Y en este sentido, aceptar la demanda del desapego, que pide a la persona estar abierta a los hechos, es aceptar que hay un hiato, cuando no un abismo, entre lo que una persona cree de sí misma y lo que ella es.

La otra demanda es igualmente importante, y corre en sentido opuesto a la anterior. Propongo llamarla, a falta de un mejor vocablo, la demanda del involucramiento; podría llamarse también de la implicación, siempre que no se tome este término en su acepción lógica, sino en la legal; en el sentido en que se dice que fulano está implicado en determinados sucesos. Aquí la idea es que la mejor recapitulación de evidencias sobre la vida (corporal, psicológica, emocional, intelectual, moral o financiera) de una persona, incluso si es la persona misma quien la hace, no constituye un ejemplo genuino de autoconocimiento.

Ejemplos:

Tomo el primero de lo que en la terminología freudiana popularizada se conoce como 'resistencia'.

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