Autoconocimiento
Enviado por hcovadonga • 19 de Noviembre de 2011 • 3.204 Palabras (13 Páginas) • 2.274 Visitas
EL AUTOCONOCIMIENTO
El autoconocimiento quizá sea la dificultad de aprendizaje mayor y peor diagnosticado, y el más desapercibido fracaso educativo del ser humano. Este artículo, cuyo enfoque se sitúa en el paradigma complejo-evolucionista, intenta contribuir a su fundamentación psicológica, pedagógica y didáctica.
PALABRAS CLAVE. Autoconocimiento, educación, formación, conciencia, Didáctica, Psicología
I INTRODUCCIÓN
El autoconocimiento es la raíz de todo conocimiento. En unicidad, raíz y emergencia componen e interesan a la razón. Puesto que el ser humano es racional, debería estar motivado por el cultivo de su pensamiento, pero sobre todo de su tramo radical, tanto más cuanto mayor sea el porte de lo que sobresale, cuanto más próxima nos quede la cornisa, cuanto más incierta sea la de ambulante trayectoria humana.
Desde la práctica didáctica, el autoconocimiento es un tema simultáneamente transversal y radical a cualquier otro ámbito que se pueda aprender, investigar o comunicar. Por eso entiendo que una enseñanza de la que pueda obtenerse dominio cognoscitivo es eficaz; una educación que favorezca la realización de aprendizajes significativos y creativos es sin duda fértil; pero una Didáctica que adopte al autoconocimiento como referente formativo siempre puede ser más útil para conocer y ser mejor.
Desde un punto de vista socioeducativo, más allá del dato está la información, más allá de la información está el contenido, más allá del contenido está el conocimiento, más allá, la comunicación, la investigación, la innovación, la educación y la transformación. Pero esto no es suficiente: Más allá de la educación (en valores casi siempre predeterminados y ofrecidos como parte de programaciones mentales colectivas asociadas a ismos de todos los gustos y colores) y la transformación está el pensamiento propio o fuerte (autocrítico, indagador, dialéctico, etc.), la complejidad-conciencia y la (auto) transformación evolutiva, centrada en lo que los ancestros llamaban virtudes. Pero hasta esta cota cabe trascenderse, porque más allá o quizá más acá de las virtudes está su centro o su eje. El autoconocimiento o autoconciencia de sí podría comprenderse como este eje o ese centro, aunque no parezca tal por encontrarse ausente, tergiversado, desnaturalizado o tapado. Por parecer tan cubierto, diríase que no cuenta para la vida cotidiana. Análogamente, pudiera sostenerse la idea de que el centro de la circunferencia no existe. Pero es precisamente su posición lo que la sitúa y concentra, de modo que sus puntos necesariamente orbitan en torno a sí. En síntesis, si el pensamiento propio o la capacidad de soberanía personal pudiera entenderse como el qué del para qué de la (auto) formación y educación en valores, el autoconocimiento equivaldría al para qué de ese qué primero.
Los medios de comunicación (que hoy amplifican y difunden lo que pudiera ocurrir en cualquier patio de vecinos), la creatividad y la educación misma se suelen ocupar de lo que es objetal, epidérmico a la persona o perimétrico a la sociedad, y se apoltronan en ello. Casi todo lo que se dice pertenece al exterior. Ni los medios se detienen, informan o analizan, ni la educación se ocupa preferentemente de la situación interior del ser humano, adoptándola como norte convergente. A algunas personas esta atención difuminada -¿”posmoderna”?- se nos antoja enojosa, sobre todo por las causas de su mal aprendizaje; más extraño nos parece que sus implicaciones no se asocien a su mal cultivo ni se denuncie el hecho; preocupante, que aquellas consecuencias desatendidas no se interpreten como contradicción o problema educativo, con el que los medios algo tienen que ver; y, finalmente, peor nos parece que casi no haya literatura científica de carácter psicológico o pedagógico suficientemente honda, certera e interesante, con lo que poder apoyar la difusión del quién, el por qué, el cómo y el para qué.
El resultado es un verdadero desastre. Desde los medios de comunicación social, se identifica autoconocimiento con autoanálisis, autocontrol, autoimagen, conocimiento de la forma de ser, ideas sobre la propia conducta, experiencias, gustos y, a veces, con lo que casi nada tiene que ver con ello: el aislamiento del automóvil, la intimación de la radio, la serenidad, el descubrimiento de nuevas sensaciones placenteras, etc. Es más raro escuchar a ciertas personas debatir en torno a la desorientación que genera la insatisfacción de este interrogante arquetípico.
La consecuencia, en todo caso, suele ser una necesidad poco definida de cambio radical de naturaleza educativa. Sin embargo, desde la educación ordinaria, que engloba a la escuela (universidad incluida), el asunto se percibe paradójicamente: aunque se lo mencione como cuestión fundamental, se desatiende porque no se entiende bien o porque se asegura que “creer conocer es saber”, como decía Morin. Así, desde dentro o desde fuera de la escuela, su responsabilidad se cede a otras instituciones sociales o poderes fácticos; quizá los mismas que obstaculizan el avance educativo para poder seguir encargándose de custodiar el vacío esencial que ellos mismas generan, salvo excepciones, a sabiendas. Sin embargo, el autoconocimiento es una condición sine qua non para interiorizarse y mejorar como personas. ¿Cómo puede ninguna propuesta curricular, carrera universitaria o profesional de la formación educativa sentirse ajena a ello? Con aquel prejuicio, se evita la asunción de una de las más importantes funciones de la escuela, y especialmente de la universidad, desde la creación del primer centro superior, la Escuela de Medicina de Salerno, en el siglo X. Porque tampoco la universidad debería estar sobre todo orientada a satisfacer necesidades económico-instructivas, aunque a las empresas les sobren ordenadores. La universidad sobre todo debería favorecer la madurez personal de los profesionales que en ella estudian, desde una formación centrada en la conciencia y la superación de egocentrismos personales y colectivos, porque sólo así contribuirá a una sociedad capaz de evolucionar al tiempo que progresa. N. Caballero (1979) apreciaba que estos tiempos de mediocridad pueden abonar mejores vientos:
Uno de los signos actuales de los tiempos [sic] es el de la interiorización, hacia la que muchos aspiran. No hay que confundirla con la introversión. Mientras ésta representa solamente una ausencia del ambiente y de la convivencia, aquélla es una profundidad mayor que se crea en la relación con todo (p. 2).
Epistémicamente hablando, el autoconocimiento debe ser un proceso de aprendizaje básico y continuo respecto al del resto de los aprendizajes posibles, precisamente por tratar al sujeto que conoce
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