Brasil arriba de todo, Dios arriba de todos
Enviado por Adriana Montenegro Oporto • 2 de Abril de 2019 • Ensayo • 1.843 Palabras (8 Páginas) • 147 Visitas
Brasil arriba de todo, Dios arriba de todos[1]
“Dilma Rousseff le pidió a Tereza Campello, su ministra de desarrollo social, que hiciera una encuesta entre las mujeres que participaban del programa Bolsa Familia. Cuando les preguntaron si su vida había cambiado gracias a esta iniciativa, más del 90% de las mujeres consultadas dijo que sí, que había cambiado para mejor, mucho o muchísimo. Cuando les preguntaron por qué, más del 80% dijo: Gracias a Dios”.
PABLO GENTILLI
La victoria de Bolsonaro, el polémico ahora presidente de Brasil, fue un duro revés para el progresismo en América Latina. Intelectuales, activistas por los derechos humanos y movimientos feministas, ecologistas y LGBT por igual, hemos visto con estupefacción cómo en pleno siglo XXI, un candidato heredero de la dictadura captaba votos en Brasil con un discurso nacionalista, machista, homofóbico y descaradamente neoliberal.
Esto nos lleva a preguntarnos cómo es que el discurso ultraconservador puede resurgir con tanta potencia en nuestros territorios, y es en medio de este cuestionamiento que, de la mano de algunos analistas políticos cuyas columnas revisé para el presente trabajo, pude encontrar una de las posibles razones -entre muchas otras, seguramente- de la victoria de Jair Bolsonaro, que es el crecimiento sin precedentes en el vecino país (y en Latinoamérica en general) de las iglesias protestantes en general, y del neopentecostalismo en particular. El peso político de estas iglesias en términos de número no es para nada despreciable, tomando en cuenta que de acuerdo a Ortiz (2018), el 66% de los brasileños que se consideran evangélicos, votaron por el candidato del PSL en el ballotage; y que, además, “en Brasil habría 42,3 millones de fieles, equivalentes al 22,2% de la población, y según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), cada año abren allí 14.000 nuevas iglesias neopentecostales” (Ospina-Valencia, 2018).
El neopentecostalismo
El neopentecostalismo es una corriente relativamente nueva del protestatismo. Jaimes (2012) sitúa su origen en los años cuarenta, sin embargo “el término fue acuñado en 1963 por la revista Eternity, que llamó neopentecostales a los creyentes de iglesias del mainstream, que practicaban los dones del espíritu a la manera pentecostal, pero se rehusaban a integrarse a una de sus iglesias”. Estos creyentes preferían identificarse a sí mismos como carismáticos, y se trataba de feligreses episcopales y presbiterianos que se distinguían del resto de protestantes por el hecho de que practicaban cánticos y rituales más emocionales y por ende, más atractivos para la población, a los que denominaban los dones o carismas del “espíritu santo”, tales como el don de lenguas.
Aparentemente, en las últimas décadas el crecimiento de estas iglesias se ha concentrado especialmente -aunque no exclusivamente- en la base de la pirámide social y en zonas periféricas, entre “personas de baja escolarización, sometidas a altos niveles de vulnerabilidad social y en espacios sociales marcados por la ausencia del Estado como agente proveedor de servicios y de control social de la violencia (Vollenweider, 2017). La razón parece ser que estas iglesias disponen de una maquinaria propagandística asentada sobre la cooptación de medios de comunicación, a través de los cuales propagan un marketing y estética de show apuntalados hacia ciertos miedos de los segmentos más empobrecidos de la población: el mal y la pobreza. El fundamento principal del discurso reside en la prosperidad, la mitificación del emprendedor y “un rechazo casi visceral a todo lo que representa la pobreza”[2] (Ortiz, 2018).
A partir de lo ya expuesto, Mansilla (2008), define el neopentecostalismo bajo dos características fundamentales: La subjetivización y la mundanización. La primera es una característica posmoderna, y tiene que ver con la adaptación de los principios religiosos a las creencias particulares (ya no al revés), lo que permite que cada pueda interpretar y vivir la fe de manera personalizada e individualista. La segunda nos habla de una relación explícita entre los bienes espirituales y los bienes materiales, muy lejos de la búsqueda católica de una vida moderada o de votos de pobreza.
La teoría de la prosperidad
Vollenweider (2017) la define de la siguiente manera:
Se trata de un componente ideológico introducido por algunas iglesias protestantes en Estados Unidos en la posguerra, que enseña que la principal señal de salvación de un creyente es la riqueza, la obtención de prosperidad económica. En Brasil se le introdujo un elemento novedoso: aunque no esté escrito, se asume la doctrina capitalista –en su modelo estadounidense- como si fuese uno de los artículos de la fe. (...) si bien los neopentecostales admiten la injusticia de la estructura social, enfatizan las soluciones individuales. Le toca a cada creyente esforzarse para progresar en la vida, pero no al modo del protestantismo clásico que colocaba el énfasis en el trabajo: se trata de convertirse en patrón.
Al ser la prosperidad un pilar de este tipo de doctrinas, se hace patente la relación discursiva entre la comunión con Dios y los beneficios materiales obtenidos por profesar la fe. Esto sirve también como argumento al momento de justificar las enormes fortunas que amasan sus pastores[3]. Libros mltitudinariamente vendidos como “Jesús Nunca Fue Pobre” o “Dios Quiere que seas Rico” son una muestra de una maquinaria de marketing hábilmente adaptada a los gustos y también a los miedos de las clases populares latinoamericanas, anclándose en sus frustraciones y expectativas, sobretodo económicas. Este resulta ser un canal fluido para atraer fieles, pues permite llegar con facilidad a los más hondos sentimientos de las personas, debido a que son ideas ya incorporadas por décadas de neoliberalismo y fomentadas por una cultura globalizada de consumo.
“La idea de que es posible prosperar si la gente se lo propone, lleva a considerar que la pobreza sólo es producto de la desidia individual, la pereza o cualquier otro defecto de la persona. Nunca de su contexto económico, social, político o cultural (...), convirtiendo a las iglesias en aliadas fundamentales de la estructuración de una cultura individual que no pretende exigir al Estado la distribución de la riqueza, la justicia social o la democratización” (Ortiz, 2018).
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Estas ideas, vienen sazonadas de otros componentes importantes: El rechazo a la igualdad, puesto que solamente en contextos de desigualdad se puede ser más próspero que el resto y, por tanto, evidentemente “más bendecido”; y el rechazo al Estado, un Estado que no solamente los abandona y perjudica económicamente, sino que además amenaza -en el caso de los gobiernos de corte progresista- sus principios morales, con leyes de identidad de género, despenalización del aborto, o legalización de la marihuana, entre otros “demonios”. De ahí que podemos comprender las diversas vías por las que se conduce el odio visceral que los seguidores de Bolsonaro han expresado a lo largo la campaña electoral hacia sus predecesores del PT.
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