Decidir Morir

Es tener el pensamiento limpio y la voluntad enfocada hacia el bien en que cada uno crea y a cada uno le importe.

Es no quejarse, no permitir que ninguna circunstancia nos quite la decisión ir hacia lo que queremos.

Es no agregar a los males del mundo el de nuestra contaminación interior.

No es ignorar el sufrimiento, la fealdad ni la injusticia; sino enfrentarlos con decisión y dignidad. Y cuando no se los puede vencer, tomarlos como parte de un mundo que no dejó de valer la pena.

No es de ninguna manera conformarse. Se puede trabajar por el futuro sin insultar al presente.

No es limitarse a la alegría superficial. Se puede vivir plenamente, sanamente, satisfecho con lo que se hace, incluso al transitar por lo desfavorable.

No es prohibir la tristeza ni creerse obligado a la alegría. Se puede estar triste sin destruir, sin desviar la voluntad del objetivo que se eligió.

Es saber lo que se quiere y moverse para alcanzarlo.

Es vivir sin preguntarse si nos hubiera gustado otra vida o si preferimos el verano al invierno: decidir vivir es vivir en todo momento, porque cada momento está a nuestra disposición hasta que deja de estarlo. Y si al poseerlo no decidimos vivirlo, nadie nos lo devolverá.

Lo opuesto a decidir vivir no es decidir morir, sino vivir sin decidir, vivir sin procurar, vivir lamentando, vivir una vida desagradable y suponer reiteradamente que no hay más remedio.

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