Democracia

Democracia en el Socialismo Real

Entre las virtudes más celebradas de la democracia figura la posibilidad de ejercer la crítica sin practicar el nihilismo y la oposición sin cuestionar las bases del sistema, incluso de censurar al gobierno sin pretender cambiarlo y de aplaudir el conjunto de su gestión sin deponer objeciones a medidas o pronunciamientos específicos.

La democracia es un ambiente y un estilo de vida que se alcanzó como resultado de las revoluciones del siglo XVIII en Europa y los Estados Unidos. No ocurrió lo mismo con las luchas por la independencia en América Latina en el siglo XIX y tampoco con las revoluciones del siglo XX.

El hecho de que la burguesía europea introdujera el capitalismo salvaje y en América Latina la oligarquía copara el poder convirtiendo las repúblicas en caricaturas, influyó en que el movimiento socialista realizara una crítica absoluta a la democracia, calificándola de burguesa y con el agua sucia botara la criatura.

Bajo esas premisas, en la Unión Soviética y Europa Oriental se formaron sistemas políticos basados en versiones de la democracia socialista regida por la “dictadura del proletariado”, las llamadas “democracias populares” y el “Estado de todo el pueblo” que en definitiva nunca fueron lo uno ni lo otro.

En todas partes el mayor obstáculo al ejercicio de la democracia es la cooptación, es decir la presencia de fuerzas ajenas a los resortes que la hacen funcionar y que poseen capacidad para mediatizarlo, limitarlo e incluso anularlo. En el capitalismo se trata del poder de las élites económicas, en América Latina de las oligarquías y en el socialismo real del partido, la burocracia y la ideología. La democracia no es perfecta en ninguna parte pero sin ella ningún sistema es capaz de auto perfeccionarse.

Casi ochenta años atrás, esas fueron las tesis básicas de Rosa Luxemburgo y Trotski que, cada uno en su momento, polemizaron con Lenin. La militante polaca estimaba que suprimir la democracia burguesa no podía implicar la supresión de toda democracia, mientras Trotski organizó la oposición obrera para confrontar desde dentro al sistema.

Sometido a los rigores del stalinismo y al no operar con democracia, el partido bolchevique no logró que lo hiciera el gobierno, impidiendo que funcionaran los mecanismos, ni se dispararan las protecciones que defienden al sistema de las sobrecargas que el mismo genera. Es probable que Rosa o Trotski no tuvieran toda la razón pero, de haber sido escuchados, Stalin no se hubiera apoderado del poder del modo como lo hizo, no hubiera podido gobernar como gobernó y otra hubiera sido la historia.

Por cierto, aquella historia se repitió setenta años después cuando, con otro enfoque y otras palabras pero con los mismos vicios, por falta de democracia Gorbachov, Yeltsin y la burocracia oportunista que se sumó a la perestroika, se impusieron al partido, al Estado y a los soviets.

Habituados a obedecer, norma que se impuso

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