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EL MAELSTROM EN TIEMPOS DE PANDEMIA


Enviado por   •  29 de Septiembre de 2020  •  Ensayo  •  2.595 Palabras (11 Páginas)  •  76 Visitas

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El maelstrom en tiempos de pandemia.

El presente una vez más nos ha vuelto a sorprender con un escenario inesperado y negativo. Nos era imposible predecir un virus como este, no estábamos preparados para una situación así ni mucho menos imaginábamos que sería tan terrible, abrumador y duradero.

Cuando nos enteramos de la existencia del virus, estábamos confiados en que no llegaría a nuestro país. La gente hizo lo que suele hacer al principio, tomando actitudes incrédulas, siendo insolentes, no tomando conciencia de la situación. Estábamos seguros y cómodos de saber que todo eso se quedaría en Wuhan, China, muy lejos de donde vivimos. Fue por eso que cuando llegó la noticia de que el virus había llegado a México y también a mí estado, Nuevo León, fue impactante. Solo era cuestión de tiempo para que también se convirtiera en nuestro problema. Procurábamos apaciguar nuestros temores para así seguir realizando nuestros quehaceres diarios, engañándonos a nosotros mismos, pensando que en un rato todo volvería a la normalidad.

Los primeros días de la cuarentena fueron relativamente tranquilos para nosotros, solo debíamos de quedarnos en casa y esperar a que el gobierno diera nuevos avisos. Con el paso de las semanas la situación se fue tensando y volviéndose cada vez más compleja. Quisiera decir que supimos manejar la situación al principio, pero no fue así, sobre todo en un país que busca salir del tercer mundo. Debido a esto, lamentablemente la empatía no fue nuestro primer sentimiento al enterarnos de que en verdad la situación era grave. En los primeros días solo se podía ver reflejado el odio y miedo hacia las comunidades asiáticas en redes sociales, culpándolos de todo lo malo que estaba ocurriendo. Sentía impotencia al ver cómo estaban actuando mis compañeros, haciendo chistes sobre el tema, siendo en su máximo esplendor unos completos ignorantes.

Siempre he dicho que el miedo es justificable, pero los actos de odio y falta de respeto o empatía nunca lo serán. Evidentemente las redes sociales en estas situaciones se vuelven un arma de doble filo y es por tal motivo que Facebook, WhatsApp, YouTube o hasta Twitter se volvieron los causantes del pánico y caos, usando desinformación y falsas noticias, aprovechándose del hecho de que aún no se conocía a detalle el virus, el cómo prevenirlo, o que no había un tratamiento exacto para combatirlo. Incluso mis padres fueron víctimas de esas falacias y es por eso que ahora yo les ayudo a tomar solo información de fuentes confiables o con evidencias científicas.

Por otra parte, gracias a las diferentes actitudes de las personas ante las circunstancias tan difíciles pude caer en cuenta que existen dos tipos de pobreza, la pobreza material y la pobreza de la mente (esta última ha resaltado indudablemente en estos tiempos). Lo que distingue a mi personalidad de otras es mi temperamento, y algo que me desilusiona y me desespera realmente, aunque ya sabía que existía: la profunda, inobjetable, dolorosa, y —por supuesto— tonta ignorancia en la que viven muchos seres humanos. No me molesta tanto el hecho de que exista, porque de alguna u otra forma, dentro de nosotros reside un poco de esa ignorancia. Pero considero imperdonable el que la usemos para dañar y crear caos. No obstante, agradezco conocer a esas personas, porque he aprendido a lidiar de la forma correcta con ellas.

Debo destacar los cambios repentinos que la pandemia hizo en mi persona. No logré controlar mis emociones de tanto encerramiento durante los meses Abril y Mayo. El miedo que sentíamos mi familia y yo por el ser contagiados nos privó de salir a visitar a nuestros familiares y amigos, de no poder abrazarlos y estar cerca de ellos. ¡Ah cómo me hicieron falta los abrazos de mi abuelo!, me dolía el alma de no poder visitarlo, de no estar junto a él escuchando sus historias o estar tomando un café mientras vemos las noticias del mediodía.

La falta de los buenos días riendo con mis compañeros de clase cada mañana me hicieron apreciar más su amistad. Extraño tanto el cansarme de estudiar y de ahí pasarme a cafetería o a biblioteca con ellos para tomar un descanso, el ir corriendo todos juntos en la salida para alcanzar el camión, o el tomarnos fotos saliendo de presentar. Extraño los pasillos de mi preparatoria tanto como a mis amigos, son los lugares que me han visto crecer, me han visto tomar malas decisiones, me han visto llorar de frustración por mis estudios y también me han visto avanzar hasta convertirme en una gran alumna. Ya no podré volver a ellos en mis últimos semestres, no podré graduarme debidamente ni tendré la emoción del baile de fin de curso.

Del solo pensar que estás cosas ya no volverán a ocurrir durante un buen tiempo me hizo sentir agobiada, el amor y el cariño que tengo por mis seres queridos ya no podrá expresarse de la misma manera. Me duele tanto no poder abrazar y besar a todos los que amo. Ya no es posible salir y reunirse con demás personas con confianza, por temor a ser contagiados.

Esos momentos de inactividad e incertidumbre hicieron que la depresión y ansiedad me consumieran, en mi mente merodeaban solo pensamientos negativos, haciendo que mis actitudes fueran de enojo y tristeza. Yo era como un maelstrom de emociones agitadas. Fue hasta el mes de Junio cuando gracias a pláticas con mis amigos y mi madre pude aclarar mi mente, y dejé de preocuparme por mí misma. Con mucho esfuerzo he logrado mantenerme tranquila, aprendiendo poco a poco a sobrellevar cada una de las nuevas situaciones y así poder ayudar a los demás a superarlas al igual que yo.

Esta pandemia ha repercutido en la vida de muchos sin duda alguna, para bien o para mal, y gracias a eso ahora puedo ver mi entorno desde diferentes perspectivas, me he conectado y puesto en piel de otras personas logrando ser empática con todos.

Nos ha costado adaptarnos, pero privilegiados somos los que podemos hacerlo, los que podemos seguir adelante manteniendo a nuestras familias o a nosotros mismos, que podemos mantenernos a salvo porque tenemos oportunidad. Desde luego la aparición del Covid-19 comenzó a tener sus consecuencias, primero en la salud pública y después con las desigualdades sociales. Vi a mi país convertirse en el segundo país latinoamericano más castigado por este virus. Vi a personas tan cercanas a mí sufrir por falta de desempleo, por falta de hambre, por falta de productos higiénicos para cuidarse, por falta de medicamentos o atención médica. Tuve el sufrimiento muy de cerca, y mi vecina no fue la excepción en estas circunstancias; fue hace unos pocos días que mi madre y yo decidimos dejar la mitad de nuestra comida para darle la otra mitad a mi vecina Ángela, ya que le habían rebajado parte de su sueldo y no tenía para alimentar a sus dos hijos. He visto a la muerte convertirse en la protagonista de estos escenarios, tomando a almas inocentes, quitándoles sus seres queridos a las familias tan rápido y trágicamente como si no tuvieran valor alguno. Y he conocido el dolor, al escuchar la frase “ha muerto”, de personas que tuve tan de cerca, ¿Acaso puede comprender uno tales palabras?, Aún sigo asimilando esas terribles noticias, siendo incapaz de admitirlo y pensarlo, ¿Cómo es posible que ya no estén aquí?, Personas que ocupaban tanto espacio en el mundo como en mi corazón. A veces me gusta plantearme la idea de que esto solo es una ilusión, y que todos ellos volverán.

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