EL PATRIARCADO DEL SALARIO. CRITICAS FEMINISTAS AL MARXISMO
Enviado por Valeria Auil • 15 de Agosto de 2021 • Ensayo • 10.585 Palabras (43 Páginas) • 100 Visitas
EL PATRIARCADO DEL SALARIO.
CRITICAS FEMINISTAS AL MARXISMO
Silvia Federici
Se entiende al pensamiento feminista como parte de un movimiento de liberación y de cambio social, no solo para las mujeres sino para toda la sociedad.
Para Marx, la historia es un proceso de lucha, de lucha de clases, de lucha de los seres humanos por liberarse de la explotación.
Desde el punto de vista feminista se entiende que la sociedad se perpetúa a través de generar divisiones por género, por raza, por edad.
Una visión como la de Marx: universalizante de la sociedad, del cambio social, desde un sujeto único, termina reproduciendo la visión de las clases dominantes.
Marx concibe la naturaleza humana como resultado de las relaciones sociales, no como algo eterno, sino como producto de la práctica social.
El feminismo lucha contra la naturalización de la feminidad, a la que se le asignan tareas, formas de ser, comportamientos, todo impuesto como algo «natural» para las mujeres.
Cuando la mujer rechaza algunas tareas, domésticas por ejemplo, no se dice «es una mujer en lucha», se dice «es una mala mujer», porque se presume que hacerlas es parte de la naturaleza de las mujeres, de su sistema psicológico.
Marx: la teoría nace del intercambio social, de la práctica social, y en un proceso de cambio.
Marx: trabajo humano como fuente principal de producción de riqueza en la sociedad capitalista.
Las mujeres que formaron parte de la campaña “Salario para el trabajo doméstico» en los ´70 contribuyeron al desarrollo de una teoría marxista-feminista. Entre ellas, María Rosa Dalla Costa y Leopoldina Fortunati en Italia, y María Mies en Alemania.
Se le critica a Marx que sólo se posicionó desde el punto de vista de la formación del trabajador industrial asalariado, de la fábrica, de la producción de mercancías y el sistema del salario, así dejando de lado actividades centrales para la reproducción de nuestra vida, como el trabajo doméstico, la sexualidad, la procreación; de hecho, no analizó la forma específica de explotación de las mujeres en la sociedad capitalista moderna.
Marx sí habla de la esclavitud latente en la familia, y de cómo los varones se apropian del trabajo de las mujeres. En El manifiesto comunista (1848), denuncia la opresión de las mujeres en la familia burguesa, cómo las tratan como propiedad privada y cómo las usan para transmitir la herencia. Hay por tanto cierta presencia de una conciencia feminista, pero son comentarios ocasionales que no se traducen en una teoría como tal.
En el volumen I de El capital, Marx analiza el trabajo de las mujeres en el capitalismo, pero solo analiza el trabajo de las mujeres obreras en la gran industria. Y en los tres volúmenes de El capital no hay ningún análisis del trabajo de reproducción.
Reconoce, además, que el proceso de reproducción de la fuerza laboral es parte integrante de la producción de valor y de la acumulación capitalista, pues dirá que «el medio de producción más valioso para los capitalistas es el trabajador en sí mismo».
Marx nunca reconoce que es necesario un trabajo, el trabajo de reproducción, para cocinar, para limpiar y para procrear.
Marx señala que la procreación de una nueva generación de trabajadores es fundamental para la organización del trabajo, pero lo ve como un proceso natural, de hecho, escribe que los capitalistas no tienen por qué preocuparse respecto a este tema y pueden confiar en el instinto de preservación de los trabajadores; no piensa que puede haber intereses diferentes entre hombres y mujeres de cara a la procreación, no lo entiende como un terreno de lucha, de negociación.
Marx no pudo ver más allá de la fábrica y entender la reproducción como un área de trabajo (y de trabajo sobre todo femenino).
Hasta 1850-1860 (lo que describe Marx), el capitalismo se fundaba en la «explotación absoluta», un régimen laboral donde se extiende al máximo el horario de trabajo y se reduce al mínimo el salario. Así, durante toda la Revolución Industrial, la clase obrera no podía prácticamente reproducirse, trabajaban 14-16 horas al día y morían a los 40 años. Se daba entonces una clase obrera que se reproduce con extrema dificultad y que muere muy joven, con una alta mortalidad infantil y de las mujeres en el parto.
Es a partir de 1870 que cambia la política del capital: empieza un gran proceso de reforma por el cual se crea la familia proletaria.
Marx ve todo esto, pero no se da cuenta del proceso de reforma que está teniendo lugar y que crea una nueva forma de patriarcado, nuevas formas de jerarquías patriarcales. Él continúa pensando, como Engels, que el desarrollo capitalista, y sobre todo la gran industria, es un factor de progreso y de igualdad.
Lo que vemos a partir de finales del siglo XIX, con la multiplicación del salario obrero masculino por dos entre 1860 y la primera década del siglo XX, es que las mujeres que trabajaban en las fábricas son rechazadas y enviadas a casa, de forma que el trabajo doméstico se convierte en su primer trabajo y ellas se convierten en dependientes.
Esta dependencia del salario masculino define lo que he llamado «patriarcado del salario»; a través del salario se crea una nueva jerarquía, una nueva organización de la desigualdad: el varón tiene el poder del salario y se convierte en el supervisor del trabajo no pagado de la mujer. Y tiene también el poder de disciplinar. Esta organización del trabajo y del salario, que divide la familia en dos partes, una asalariada y otra no asalariada, crea una situación donde la violencia está siempre latente.
Se desarrolla la industria pesada: del carbón, de la metalurgia, que necesita un tipo de obrero diferente, no el trabajador sin fuerza, escasamente productivo. Con esta construcción de la familia se consiguen dos cosas: por un lado, un trabajador pacificado, explotado pero que tiene una sirvienta, y con ello se conquista la paz social; por otro, un trabajador más productivo.
Este modelo de familia continuó hasta los años sesenta del siglo XX y es el modelo frente al que el movimiento feminista y las mujeres en general se sublevaron en las décadas de los años sesenta y setenta, diciendo basta a esta concepción de la mujer como dependiente.
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