ENTRE SANTOS, CUMBIAS Y PIQUETES
Enviado por grace1 • 16 de Junio de 2012 • 2.225 Palabras (9 Páginas) • 713 Visitas
Los autores comienzan intentando definir un concepto de cultura popular, que históricamente constituyeron posiciones contrapuestas. Los debates sobre el concepto de cultura popular han perdido terreno primero porque las definiciones acerca del sentido sociológico o histórico no siempre mantuvieron una línea y además al estudiar la cultura popular se focalizó en un grupo como el de los villeros, los piqueteros, los pobres, los cartoneros, etc. Para estos autores el problema de la cultura popular radica en que se han producido una variedad de definiciones de la misma, como algo grotesco o con rasgos tradicionales y folklóricos. Y lo único que se logra es una homogenización, cuando cada grupo es portador de un rasgo cultural exclusivo que lo caracteriza. La idea en este trabajo es establecer un pensamiento básico de lo que podría comprenderse como cultura popular en la Argentina. Para ello proponen realizar una mirada a través del tiempo sobre la concepción de cultura. Desde los comienzos en que los estados elevados de cultura eran aquellos que comulgaban con las costumbres occidentales, la alta y baja cultura definida según quienes alcanzaban bienes culturales más jerarquizados de quienes no accedían a ellos. La antropología cuestionó el legado evolucionista que durante mucho tiempo sostuvo, pero igualmente no abolió las diferencias. Así se fue reconociendo la diversidad construida por los sectores sociales. El problema radicaba en la ponderación y evaluación de las diferencias culturales, las manifestaciones y la participación en las estructuras. Los autores hablan de varias tensiones entre ellas los conflictos de poder dentro de la cultura popular como una cultura subalterna, y ésta no puede definirse con la categoría de los dominantes. Las ciencias sociales al principio abordaron el folklore presentando a un sujeto popular homogéneo. Tratando de invertir el ordenamiento entre alta y baja cultura, según la ideología política sea elitista o popular variará según los intereses imperantes.
La cultura popular debe considerarse como la más apropiada representación de la realidad o por el contrario es una producción sofisticada de una elite “revolucionaria”. La producción cultural de los sectores populares surge de sus carencias o de su capacidad creativa. Puede que de ambas. Continúan los autores haciendo una retrospectiva desde fines del siglo XIX, principios del XX y luego de la segunda guerra mundial, donde aparece la clase media y la sociedad de consumo. Entonces la sociedad ya no se dividía en alta o baja, sino que emerge un tercer componente orientado al mercado de consumo, pasando a ser estos sectores predominantes sobre todo en las ciudades industrializadas y en las semi-industrializadas como en Argentina. Mientras todo esto sucedía, en la Escuela de Frankfurt señalaba un horizonte sombrío al considerar que el consumo alienaba la creatividad y la imaginación transformadora de las culturas populares. También citan a Marcuse cuando hablan de un Hombre unidimensional, orientado solo al consumo masivo. Esta visión pesimista ubicaba a los sectores populares hegemonizados y acríticos, manejados por los medios de comunicación. A partir de los años 50 y 60, mayormente los grupos de jóvenes comenzaron a adoptar estilos consumistas en la vestimenta y la música. Los sociólogos de la época encontraban en estos estilos mecanismos de contestación y adaptación en la construcción de estilos. Formas de operación simbólica, tomando los significados preferidos por los sectores populares generados en su interior y trayéndolos a la superficie mediante símbolos, popularizándolos.
Otra forma de simbolizar los mecanismos antes mencionados pasó por elegir mercancías ya existentes en el mercado pero alterándolos de modo tal de otorgarle un claro signo opositor. Un ejemplo de ello puede visualizarse fácilmente en el caso de los teds (apropiándose de vestimentas de una clase superior) o de los punks alterando las formas musicales pasivas y haciendo de actos desagradables una verdadera identidad. En suma, encontraron símbolos para conformar un verdadero sistema de oposición.
Sin embargo los integrantes del Centro de Estudios Culturales de Birmingham al estudiar este fenómeno llegaron a la conclusión que los fenómenos de este tipo, aunque construidos desde un sitio opositor a lo establecido, no pueden evitar su reabsorción por el mercado de los nuevos estilos estéticos conformando así un nuevo tipo de mercancía, pero mercancía al fin.
Así las cosas, Hedbige llega a la conclusión que “los estilos culturales juveniles pueden comenzar como desafíos simbólicos pero necesariamente terminan estableciendo nuevas convicciones”, opinión seguida también por otros autores como Clarke no otorgándole a la protesta simbólica un efecto real. Sin embargo cabe observar en relación a esto que subyace en este tipo opiniones un sesgo apriorístico según el cual el único interés de las clases populares es subvertir el orden social imperante.
Estos postulados han sido largamente rebatidos partiendo esencialmente de la base de que no todo movimiento cultural tiene necesariamente carácter de clase. Pasando a posiciones como la de Piña, llegamos al relativismo que postula posiciones tales como que “la identidad cultural de cada clase está compuesta por aquellas significaciones socialmente válidas en su interior”.
Quedan así enfrentadas las visiones apriorística y relativista. La realidad es en rigor de verdad más compleja y genera entramados de diverso tipo que nos llevan a considerar (como dijeron Mukerji y Schudson) que “aquella significaciones socialmente válidas en una clase pueden convertirse, a veces con matices y variaciones, en comunes a muchas otras”.
Tal como puede apreciarse, recorriendo las diversas posiciones se percibe el riesgo de intentar deducir un criterio a partir de la posición estructural de los actores sociales. En definitiva, puede concluirse de esta aparente contradicción que la producción cultural específica de los sectores subordinados, si bien es propia de su condición social, el contenido de las significaciones que genera no puede ser inferido mecánicamente a partir de esta situación.
Asimismo tampoco puede suponerse la existencia de una matriz inconsciente tal que “determine” la posibilidad de la inmutabilidad de este tipo de creaciones. En última instancia, el nivel de análisis con que estos trabajos abordan la problemática hace que los contenidos de esta supuesta matriz estructurante queden cuando menos indeterminados.
La dinámica es en realidad mucho más compleja. En efecto, el individuo colocado en posición desventajosa frente a otras miradas sociales y claramente en desventaja en relación a su rol en el modo de producción en que interactúa, tiene experiencias
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