Eduardo Posada Carbó, La nación soñada. Violencia, liberalismo y democracia en Colombia
Enviado por fabianaya28 • 1 de Marzo de 2017 • Reseña • 2.514 Palabras (11 Páginas) • 608 Visitas
El libro La nación soñada. Violencia, liberalismo y democracia en Colombia, escrito por el barranquillero Eduardo Posada Carbó, compuesto de 6 capítulos, cada uno con sus respectivos subtítulos, así el libro es como un bus que nos lleva por la camino de la cultura política de Colombia, de las guerras del país, para llegar a la estación de la Colombia que todos deseamos, una Colombia en paz consigo misma. En las propias palabras del autor dos son los objetivos que se plantea a lo largo de su texto: el primero, “controvertir el arraigado estereotipo que identifica nuestra nación solo con la guerra y la violencia” y, el segundo, “reivindicar las tradiciones liberales y democráticas del país, para sugerir los valores que han indicado con marcada insistencia histórica, la nación soñada.” Hay que decir que este libro nace de unas notas para una charla en la cuidad de barranquilla y que luego se publicaron en el Heraldo, con el tiempo el autor las revisó y convirtió en libro.
En el primer capítulo, “Retratos de un “país asesino”” el autor intenta reivindicar el cúmulo de valores invisibilizados a través de diferentes perspectivas que dice que Colombia es una nación asesina, se criminaliza a toda la nación, se señala a todos los colombianos de bandidos y de partícipes en una guerra permanente. Lanza una dura crítica contra las voces de opinión que a diario dicen expresiones como “somos el país más violento del mundo, somos una sociedad enferma, un país criminal, o somos violentos por naturaleza”. Describe de forma detallada las maneras como se ha representado, retratado a Colombia como un país criminal desde el arte, la pintura, la literatura, las columnas de prensa, los comentarios de políticos, la iglesia y líderes de opinión. Dice que autores como el nobel Gabriel García Márquez de líderes de opinión tienen como tema central la violencia, la representación de Colombia como un país “atroz y maligno”, palabras que acusan y criminalizan al ser nacional, se usa el plural, diciendo “somos asesinos” “somos violentos”, entre otros.
Advierte además, que, en esa criminalización del país, en la que el ser colombiano implica tener la palabra violencia en la frente, ese retratar a un país asesino, tiene consecuencias profundas, tanto nacional como internacionalmente, en la que se rechaza al colombiano, por asociarlo a este tipo de conductas, desechan e ignoran la tradición liberal y democrática, y lo que hacen es alimentar la percepción equivocada sobre la nacionalidad. Por ello dice que en Colombia no somos ni cándidos, ni ilusos. Ya que efectivamente no se puede ignorar la historia violenta de Colombia, pero si hay cultura de la muerte en el país, ha de aclararse quiénes y cómo participan en ella, y así evitar estigmatizaciones y confusiones.
En el segundo capítulo, llamado “Exorcismo a la violencia”, Posada hace una comparación entre las guerras y las tasas de violencia de Colombia con otras de Latinoamérica y el mundo, para decir que en las estadísticas Colombia no es el país más violento y por tanto, hay que dejar de reconocernos en el “retrato del país asesino”. Aunque esta historia no ayuda, ya que somos un país históricamente violento, y si se mira con atención se nota que hay más años de paz que de guerra, dice que las estadísticas van al descenso de manera significativa, así que debemos recuperar el valor nacional. Destaca que aun así con toda la guerra, esta no ha logrado obtener el poder.
Posada cuestiona “la existencia de una cultura de violencia generalizada entre los colombianos”, más específicamente, en esta parte replantea tres estereotipos, que él considera han tendido a dominar las explicaciones sobre la violencia en Colombia, “que la nación política se define en un pasado desde el siglo XIX continuo de guerras inconclusas, que estas guerras se originaron y se siguen originando en la intolerancia de los colombianos, y que la violencia hoy es la conducta generalizada de la sociedad”.
De esta manera dando un panorama histórico desde los inicios de la vida independiente de Colombia discute como las guerras civiles del siglo XIX, no eran particularidades en nuestro país, sino, hechos vividos en el contexto de América Latina e incluso de Europa; que estas eran motivadas por cuestiones regionales y oportunas y que a diferencia de lo pensado por algunos investigadores en Colombia las guerras civiles no han sido continuas hecho que le permite afirmar que en nuestro país han sido mayores los tiempos de relativa paz que los de guerra. Es más la mala propaganda que se hace a través de la historia.
El segundo estereotipo que revalúa es la intolerancia como la razón del problema de la violencia en Colombia. Para el autor, al contrario de lo dicho por otros investigadores, la intolerancia no necesariamente conlleva a ser violentos. Es una condición que al faltarle evidencia empírica pierde importancia. De allí se ocupa del último estereotipo, el de la supuesta generalidad del comportamiento violento de la nación, para el autor es necesario diferenciar los promotores de la violencia y de las victimas del proceso.
Continuando con lo planteado en el segundo a capítulo, la oposición a los 3 estereotipos, Posada en el tercero “Ni cesares, ni caudillos” echa mano de algunos de los aspectos de la tradición democrática y liberal que ha caracterizado la historia nacional. Haciendo especial defensa a estos, defiende los principios de la concepción liberal filosófica, no la del partido y los democráticos que han permitido el desarrollo de una democracia, para darle una interpretación diferente a la historia política del país, que permita reivindicarnos con nuestra imagen y nuestra nacionalidad. El autor encuentra el primer valor de esta tradición en la limitación del poder, es decir que este no se ha centralizado, más bien, está dividido, la división de poderes permite la vitalidad de las regiones del país, teniendo muchos focos de poder (descentralización del poder), el rechazo nacional a la presencia de poderes absolutos. Rescata el control presidencial a través del control de fuerzas locales representadas en el Congreso, que ha moldeado la historia de nuestro país; la tradición del sufragio, en donde la fuerza de la opinión se constituye como una alternativa y sobre todo como la regularidad electoral para presentar las ideas; la facultad de la sociedad civil por defender sus intereses frente al Estado.
Así mismo Posada muestra como desde la fundación de la Gran Colombia y más específicamente desde la obra del general Francisco de Paula Santander lo ejecutivo ha estado limitado constitucionalmente por la división de las funciones desde lo judicial, lo ejecutivo y lo legislativo, es decir que el congreso tiene mucho protagonismos,
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