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El Trabajo Como Factor De Identidad


Enviado por   •  19 de Enero de 2015  •  2.657 Palabras (11 Páginas)  •  246 Visitas

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EL TRABAJO COMO FACTOR DE IDENTIDAD

- Eugenio del Río -

¿Cuando hablamos de identidad colectiva nos estamos refiriendo a cosas tan diversas como: ) Qué somos? ) Quiénes no somos? ) Contra quiénes luchamos? ) Qué queremos? ) Qué sentido tiene nuestra existencia? ) Cómo entendemos la vida y el mundo? ) Qué representamos en la sociedad?

La palabra trabajo, como se sabe, nos vale para designar dos realidades distintas: una actividad (extraer algo de la tierra, pescar, transformar un objeto, dispensar un servicio...) y el hecho de disponer de un empleo (decimos: A conseguir un trabajo).

Ambas cosas unas veces van juntas y otras separadas. Así, un fresador realiza un trabajo y tiene un trabajo (o empleo por el que percibe un salario); las amas de casa, por el contrario, llevan a cabo un trabajo pero a ese trabajo realizado no le corresponde la consideración social de un empleo y, por lo tanto, no perciben un salario.

Al observar los cambios en el trabajo estamos pensando en ambas cosas: mutaciones en las modalidades de empleo y transformaciones en los procesos de trabajo (tipo de máquinas y de procedimientos para realizar un trabajo). Y cuando hablamos del trabajo como elemento cultural también estamos pensando en los dos significados: qué actividad y qué formas sociales (o de empleo).

La identidad obrera centrada en el trabajo ha entrado en crisis; eso afecta a la clase obrera más instalada, y dificulta la incorporación de la juventud a ese universo.

Lo que está cambiando en ambos planos supone una modificación del papel y del valor del trabajo(1) tanto para la cultura obrera como para la sociedad en su conjunto.

En los tres últimos siglos se han registrado notables cambios en las ideas que hay sobre el trabajo. Antes del siglo XVIII, el trabajo era una variedad de actividades con nombres diversos. Esas actividades están destinadas en su mayor parte a satisfacer las necesidades.

En la concepción premoderna la riqueza no procede del trabajo sino de la naturaleza y de Dios; incluso para los fisiócratas, sólo la naturaleza es productiva.

El trabajo, por lo demás, bajo la concepción cristiana, es algo penoso, vinculado al pecado original.

En los tres últimos siglos se ha ido imponiendo una concepción nueva y unificada del trabajo. En los siglos XVII y XVIII se opera una transformación de la idea del trabajo, Aque ya no es sólo un deber que responde a exigencias religiosas, morales o incluso económicas@(2). En poco tiempo, el trabajo deja de ser algo despreciado y emerge como una potencia llena de valor. Para Locke es la fuente de la propiedad. En Rousseau da derecho a la propiedad de la tierra. Adam Smith lo considera como el factor principal de la riqueza. El trabajo, entendido como factor de riqueza, invade el pensamiento económico del siglo XVIII y llega a ser uno de los fundamentos principales de la sociedad.

El cambio en el concepto del trabajo se produjo en paralelo a una modificación del concepto del tiempo. El trabajo equivale a tiempo; luego el tiempo es oro. La vida humana se cronifica más estrictamente, y el tiempo se aprovecha más intensamente.

En el mundo moderno, el trabajo es también fuente de sentido, encuadrado dentro de los factores laicos de sentido: la familia, la nación, la propiedad...

El trabajo, como actividad y como empleo, ha sido un poderoso creador de una fuerza social: el movimiento obrero.

Esto, que tiene varias facetas, ha entrado en crisis.

En primer lugar, ha sido un factor identificador, agrupador, unificador, integrador de una fuerza social, productor de lazos sociales, foco de relaciones solidarias, organizador, cohesionador, dotador de sentido. Apropiación del trabajo como bandera de clase. En todo esto, ha perdido fuerza. Hoy actúa como unificador, pero, también y crecientemente, como elemento divisor.

En segundo lugar, se reduce la capacidad del trabajo para marcar distancias con el resto de la sociedad.

En tercer lugar, se debilita la fuerza del trabajo como factor ideológico. Fue un eficaz sustanciador de un tipo moral, el trabajador, y suministró una dignidad (glorificación del trabajo en el pensamiento socialista, mito del trabajo como medio de realización y de expansión de la personalidad(3), vinculación entre utopía socialista y trabajo: la nueva sociedad como triunfo del trabajo). Hoy queda algo de aquello, pero poco.

En todos estos puntos, el trabajo ha representado un factor creador de la clase obrera como clase, como fuerza social, como realidad ideológica. Y en todos ellos se registra una situación de crisis.

En el curso de las dos últimas décadas asistimos a la aceleración de un proceso de diferenciación interna dentro de la clase obrera. Digo aceleración, con lo que estoy suponiendo que ese proceso viene de más atrás.

En la edad de oro del llamado Estado de bienestar, progresó en los países occidentales un modelo urbano basado en la división de las áreas urbanas según las diferentes funciones: el espacio de vivienda, los dedicados al ocio, las zonas comerciales y los polígonos industriales. Con la paulatina implantación de este modelo, que desde luego tiene menor vigencia en las localidades pequeñas, se efectúa una disgregación de las dimensiones de la vida de la clase obrera, que antes se presentaban agrupadas en un mismo espacio, el de la ciudad o el barrio industrial, con las viviendas alrededor de las fábricas(4).

Pero, además de esta parcelación espacial, a partir de mediados de los setenta se activaron nuevos factores de diferenciación en el seno de la clase obrera, esta vez relacionados directamente con los procesos laborales. Me limito a enunciarlos pues son bien conocidos.

Los principales son: a) la reducción del componente industrial de la clase obrera, más concentrado, y el crecimiento del de servicios, más disperso; b) la diversificación de las situaciones laborales, con la introducción de nuevos y variados tipos de contrato, y la división entre quienes están en una posición más estable y quienes tienen empleos más frágiles(5); c) el aumento del número de personas en paro duradero; d) la expansión de la economía sumergida. Quienes viven de ella están especialmente desprotegidos legalmente. Y al igual que una buena parte de las franjas laboralmente más débiles, están al margen de la vida sindical.

No hace falta subrayar la importancia que todo esto tiene para la actividad práctica, sindical o de otro género. Pero aquí me ciño a su aspecto cultural. La clase obrera se ve sometida a nuevas tensiones diferenciadoras que acentúan su fragmentación, su disgregación. Aumenta el número de personas que se encuentran en una situación similar a lo que Durkheim llamó anomia, para referirse

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