El poder en el Estado mexicano
Enviado por Flaisbonita • 15 de Octubre de 2015 • Ensayo • 2.497 Palabras (10 Páginas) • 106 Visitas
EL PODER EN EL ESTADO MEXICANO
A manera de introducción se puede decir que el término poder tiene múltiples definiciones y usos. La palabra se utiliza para hacer referencia a la facultad, facilidad o potencia para hacer algo. El poder implica también tener más fuerza que alguien y vencerle en una lucha física o en una discusión.
Este concepto, al ser utilizado en combinación con otras palabras, permite nombrar diferentes situaciones. De esta forma, el poder absoluto nombra al despotismo; el poder adquisitivo, a la capacidad económica para adquirir bienes y servicios; el poder constituyente, a aquel que corresponde a la soberanía popular para organizarse a través de sus Constituciones; el poder ejecutivo, al que tiene a su cargo el gobierno del Estado y la observación de las leyes; el poder legislativo, al que cuenta con la potestad para hacer y reformar las leyes; y el poder judicial, al que ejerce la administración de la justicia, entre otros.
El uso más habitual del término poder, se refiere al dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para ejecutar algo o mandar. Así, el poder se relaciona con el gobierno de un país o con el instrumento en el que consta la facultad que un hombre otorga a otro para que, en lugar suyo y representándole, pueda ejecutar algo.
En el ámbito político el poder es la forma que el Estado tiene para hacer cumplir las leyes. Por ejemplo: En Francia, Luis XIV, era un hombre de pocas palabras pero su frase más famosa era: “L’etat c’est moi”, que en español quiere decir: “El Estado soy yo”. Por esto se entiende que para mantener la observancia de las Leyes él tenía siempre la última palabra.
Robert Green, en su libro titulado “Las 48 leyes del poder” manifiesta algo que es muy cierto, el poder nos da sensación de estar protegidos y por el contrario el sentir que no tenemos poder sobre las personas, los hechos o situaciones, hace que nos sintamos desvalidos, desprotegidos. Nadie en el mundo quiere tener poco poder, sino que, al contrario todo mundo busca, poseer mayor nivel de poder; pero resulta peligroso manifestar demasiadas ansias de poder o actuar abiertamente para alcanzarlo.
Algunas de estas leyes de poder que llamaron sumamente mi atención son las siguientes:
1.- Nunca le haga sombra a su amo. Se refiere a que debemos esforzarnos siempre por tratar de que quienes se encuentren jerárquicamente arriba de nosotros, se sienta cómodo con su sensación de superioridad y evitando a toda costa que en nuestro afán de complacerlos o impresionarlos hagamos ostentación de nuestros talentos y capacidades, ya que esto podría resultar contraproducente y pueda sentirse atemorizado o amenazado con nuestra presencia.
2.- Haga que la gente dependa de usted. Es indispensable para mantener la independencia ganarnos el cariño y admiración de los demás. Cuantos mayores sean éstos mayor libertad tendrá uno. Es necesario hacer que la gente dependa de uno para lograr su felicidad y prosperidad y no se tendrá nada que temer y finalmente evitar enseñar a los demás lo suficiente, de manera que puedan arreglárselas sin nosotros.
3.- Aplaste por completo a su enemigo. Todos los grandes líderes de la historia sabían que era necesario aniquilar a sus enemigos ya que si se les da la más mínima oportunidad pueden aprovechar algún momento de debilidad nuestra para hacernos a un lado. Ya que se pierde más por una eliminación a medias que por una exterminación total, si el enemigo es eliminado a medias puede recuperarse y buscar venganza. Así que de ser posible se debe destruir al enemigo tanto espiritual como físicamente.
4.- Nunca confíe demasiado en sus amigos; aprenda a utilizar a sus enemigos. Es algo muy natural tratar de rodearnos de nuestros amigos, para que nos ayuden en situaciones de rudeza; para qué utilizar a personas extrañas pudiendo tener a nuestros amigos cerca, al fin y al cabo creemos conocerlos bien, el problema es que la mayoría de las veces hay facetas de nuestros amigos que no conocemos tan bien y puede despertar en ellos sentimientos de envidia o de resentimiento.
Los enemigos en cambio constituyen una mina de oro que se debe aprender a utilizar, ya que con el fin de probar algo moverá cielo, mar y tierra para tratar de quedar bien. Así que, siempre que sea posible hay que tratar de hacer las paces con nuestros enemigos y ponerlos a nuestro servicio, teniendo siempre mucho cuidado.
Una ejemplo muy claro de una persona que supo aprovechar estas reglas para mantenerse en el poder fue Joseph Fouché, quien fue uno de los hombres más poderosos de su época y que con tal de estar o permanecer en el poder de alguna manera no dudaba en traicionar a quienes le hubieran servido o ayudado. Era un traidor innato, miserable e intrigante. No tenía ideales fijos, pues se inclinaba hacia donde pesaba más la balanza, parecía que tenía olfato para predecir cuándo terminaría una situación para cambiar radicalmente a otra. Lo mismo estaba primero apoyando a los comunistas, como luego estaba apoyando a la revolución francesa apoyando a quienes asesinaron a Luis XVI, luego estuvo apoyando a Napoleón Bonaparte y finalmente le dio la espalda a Napoleón y apoyó para que asumiera de nuevo el gobierno la monarquía, esta vez en manos de Luis XVIII hermano del mismísimo Luis XVI. Joseph Fouché era un hombre que no tenía partido definido, siempre estaba con el más fuerte y prefería sobrellevar la envidia, el odio, la ira antes que abandonar voluntariamente un sillón ministerial. En su juventud se hizo amigo de Robespierre y tiempo después terminó traicionándolo. No conocía de fidelidad ni lealtad.
Stefan Zweig describe a este hombre de la siguiente manera: De naturaleza escurridiza de reptil, tránsfuga profesional, alma baja de esbirro, abyecto amoral… no se le escatiman las injurias. Y ni Lamartine, ni Michelet, ni Luis Blanc intentan seriamente estudiar su carácter o, por mejor decir, su admirable y persistente falta de carácter.
Y tratándose de traiciones, en México no nos quedamos atrás tenemos por ejemplo el caso de la traición planeada por Victoriano Huerta contra Francisco I. Madero y José María Pino Suárez. En el libro denominado “Las grandes Traiciones de México”, Francisco Martín Moreno nos relata el ambiente que reinaba en esa época de nuestra historia en la página 285.
El golpe de Estado era un secreto a voces en la capital de la República Mexicana. El viento esparcía un siniestro rumor a muerte. Otra histórica felonía flotaba en el ambiente. La traición que bien pronto se cometería en contra del jefe de Estado mexicano era esperada por una buena parte de la sociedad y anhelada y propiciada por otros tantos extranjeros. La descomposición política hedía por doquier. En la ciudad de México las calles se encontraban escasamente pobladas. Las nubes grisáceas de la catedral permanecían inmóviles. El frío, como la humedad, penetraba gradualmente en las oficinas de gobierno, en el campo, en los jacales secularmente olvidados, en las ostentosas representaciones diplomáticas extranjeras acreditadas en el país, en los cuarteles, en los comedores reservados a altos oficiales del ejército y en los solemnes salones donde sesionaban los consejos de administración de empresas foráneas reacias a aceptar, a cualquier precio la menor reducción de sus dividendos o de sus espacios comerciales. El México retardatario volvía a oscurecer el Valle del Anáhuac. La bandera apenas visible, estaba congelada en lo alto del Castillo de Chapultepec. La ley se la arrebatan los unos a los otros de la misma manera en que un grupo de borrachos se disputa a una lebrona en el interior de un burdel.
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