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Enviado por   •  11 de Octubre de 2012  •  648 Palabras (3 Páginas)  •  339 Visitas

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Gran parte de nuestras dificultades y de la crisis en la que están sumidos muchos países, sobre todo en Europa y en América Latina, se debe a que confundimos dos procesos o dos etapas de nuestra vida económica y social que debemos separar e incluso oponer: la adaptación a una economía mundial abierta y el desarrollo o, más sencillamente, el crecimiento. Desde hace 25 años estamos pasando de economías nacionales de producción, que eran proyectos globales de modernización, a la vez nacional, social y económica, a la necesaria adaptación de cada país y cada empresa a unos mercados mundiales cada vez más abiertos en los que los competidores son cada vez más numerosos y las innovaciones técnicas hacen que sectores enteros económicos nazcan y mueran de forma acelerada.

Es una transformación difícil, ya que a ella se oponen multitud de intereses adquiridos, pero es indispensable. Y cuanto más difícil y lenta es, más se debilita la competitividad del país en cuestión, y con ella su nivel de vida y de empleo. Eliminar la inflación, reducir el déficit fiscal, incrementar las exportaciones, dominar las nuevas tecnologías y contribuir a su desarrollo, y por consiguiente, elevar el nivel de la educación y de la investigación, son imperativos de los que ningún país se puede librar sin correr grandes riesgos. Esta mundialización del mercado y de la producción se traduce más directamente en tensiones financieras. Los europeos lo sabemos mejor que nadie ya que desde hace cinco años nuestra vida económica y política está regida por el Tratado de Maastricht, que impone rigurosos sacrificios financieros y presupuestarios a los Estados y que debe dotar a Europa de una fuerza geoeconómica indispensable frente a EE UU y Japón. Si el Tratado de Maastricht, a pesar de las fuertes reticencias que provoca, sigue siendo la directriz de nuestra política común es porque simboliza, la aceptación plena y definitiva, tras el Acta única, de esta nueva situación de la economía, de este paso de unos sistemas político-económicos nacionales a una economía mundial.

Pero del mismo modo que sería insensato rechazar esta mutación, es peligroso creer. que garantiza por sí sola el crecimiento y, más aún, el desarrollo. La economía -de mercado es un medio, el más eficaz, para desembarazarse de los controles políticos o administrativos de la economía, que se han vuelto paralizadores, pero no asegura por sí misma el espíritu empresarial, la inversión a largo plazo, el aumento del nivel de vida, la integración y la justicia social, la satisfacción de los individuos. El desarrollo económico y social requiere inversiones, una distribución equitativa del producto, la movilización de recursos cada vez más diversos (educación, gestión pública y privada, movilidad de los factores y de los sistemas de comunicación) e incluso la salvaguardia de los grandes equilibrios sociales amenazados por divisiones

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