Epístola De Melchor Ocampo

El origen de don Melchor Ocampo es incierto pues las fuentes discrepan en cuanto al nombre de sus padres. Incluso, el insigne prócer nunca utilizó un segundo apellido. Además, su vida sentimental estuvo inmersa en una vorágine licenciosa.

En 1839, su nana Ana María Escobar le dio la noticia de estar esperando un hijo suyo. Huyendo de su responsabilidad, don Melchor emprendió un viaje a Europa. Entretanto, ella viajó a Morelia. A consecuencia de su amorío nació Josefa Ocampo, una niña que desde su primera infancia estuvo en un internado y fue declarada como expósita.

Ocampo hizo visitas esporádicas a la niña, hasta que decidió incorporarla de lleno a su vida, cuanto tenía 10 años de edad. Así, fue descubriendo la gran cantidad de afinidades que compartía con ella y construyeron un vínculo que sería inquebrantable hasta el final de sus vidas.

Procreó otras tres hijas con las que mantenía una buena relación: Petra, Julia y Lucila ­-de esta última no se sabe la identidad de la madre-. En Pomoca, ya retirado de las vicisitudes políticas y dedicado a administrar sus bienes, lo sorprendió la traición el 31 de mayo de 1861. Horas antes de ser asesinado redactó su testamento, en el que reconoció a sus hijas naturales -sin mencionar quiénes fueron sus progenitoras- a Josefa, Petra, Julia y Lucila; asimismo, adoptó como a su hija a su compañera sentimental, doña Clara Campos, hija del administrador de su hacienda.

En la parte final del documento escribió: “Me despido de todos mis buenos amigos y de todos los que me han favorecido en poco o en mucho, y muero creyendo que he hecho por el servicio de mi país cuanto he creído en conciencia que era bueno”.

El 23 de julio de 1859 don Benito Juárez promulgó la Ley del Matrimonio Civil. A partir de ella el Estado definía al matrimonio como un “contrato civil” que se contraía lícita y válidamente ante la autoridad. Para ello bastaría que los contrayentes, una vez cubiertas las formalidades, se presentasen ante el registro civil para expresar libremente su voluntad de unirse. Verificado el asentimiento, la autoridad daba lectura a los artículos 1°, 2°, 3°, 4° y 15º, de la citada ley, mismos que se transcriben:

1. El matrimonio es un contrato civil que se contrae lícita y válidamente ante la autoridad civil. Para su validez bastará que los contrayentes, previas las formalidades que establece esta ley, se presenten ante aquella y expresen libremente la voluntad que tienen de unirse en matrimonio.

2. Los que contraigan el matrimonio de la manera que expresa el artículo anterior, gozan todos los derechos y prerrogativas que las leyes civiles les conceden a los casados.

3. El matrimonio civil no puede celebrarse más que por un solo hombre con una sola mujer. La bigamia y la poligamia continúan prohibidas y sujetas a las mismas penas que les tienen señaladas las leyes vigentes.

4. El matrimonio civil es indisoluble; por consiguiente, solo la muerte de alguno de los cónyuges es el medio natural de disolverlo pero podrán los casados separarse temporalmente por alguna de las causas expresadas en el artículo 20 de esta ley. Esta separación legal no los deja libres para casarse con otras personas.

15. El día designado para celebrar el matrimonio, ocurrirán los interesados al encargado del registro civil, y éste, asociado del alcalde del lugar y dos testigos más por parte de los contrayentes, preguntará a cada uno de ellos, expresándolo por su nombre, si es su voluntad unirse en matrimonio con el otro. Contestando ambos por la afirmativa, les leerá los Arts. 1º, 2º, 3º y 4º de esta ley, y haciéndoles presente que formalizada ya la franca expresión del consentimiento y hecha la mutua tradición de las personas, queda perfecto y concluido el matrimonio, les manifestará: (Lo que se lee a continuación es conocido popularmente como la “Epístola de Melchor Ocampo”).

“Que éste es el único medio moral de fundar la familia, de conservar la especie y de suplir las imperfecciones del individuo

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