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Hijos De Sanchez


Enviado por   •  18 de Mayo de 2013  •  1.306 Palabras (6 Páginas)  •  570 Visitas

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LOS HIJOS DE SÁNCHEZ (1961)

Óscar Lewis

PRIMERA PARTE

Manuel

Tenía ocho años cuando mi madre murió.

Roberto y yo teníamos un petate y dormíamos en el

suelo. Marta y Consuelo dormían con mi mamá y

mi papá. Como entre sueños recuerdo que nos

llamaba mi padre. Nos gritó, porque siempre he

tenido el sueño muy pesado: —¡Levántense,

cabrones! ¡Levántense, hijos de la chingada! Que se

está muriendo su madre, y ustedes echados ahí.

¡Cabrones, párense! —Entonces me paré muy

espantado.

Recuerdo perfectamente bien los ojos de mi

madre, y cómo nos miraba. Echaba espuma por la

boca y no pudo hablar. Le mandaron hablar a un

doctor que estaba a una cuadra de donde nosotros

estábamos, vino y examinó a mi madre pero duró

poco puesto que creo que expulsaba el aire pero no

podía aspirar. Se puso como muy morada y en una

noche murió. Mi madre estaba encinta otra vez y

murió con otro hermano mío dentro, porque

recuerdo bien que tenía su barriga mamá. A mi

hermana Marta la acabó de criar otra señora,

porque ésa sí quedó muy chiquita.

No alcanzo a comprender si fue a causa del

parto o fue congestión realmente, como me dijeron.

Un dato que me impresionó mucho fue que ya una

vez tendida mi madre, aquello que tenía en el

vientre, que era otro hermano mío, todavía le

brincaba adentro. Todavía le brincaba y mi padre

hacía unos ojos de desesperación. Pero no sabía mi

padre qué hacer, si que le cortaran y lo sacaran o lo

dejaran allí. Mi padre lloró mucho, mucho; lloró y

fue y les avisó a todos sus compadres.

Fue una cosa que sorprendió a todo el mundo.

Tenía veintiocho años. La tarde anterior la habían

visto que había andado lavando el patio, había

andado haciendo el quehacer de la casa. Todavía

estuvo espulgando a mi papá, en la puerta, mi

madre sentada y mi padre recargado en las piernas

de ella.

Entonces vivíamos en una vecindad de Sol. En

la noche me dijo mi mamá: —Ve y compra sopes y

atole. —Nada más caminé a la esquina; al dar la

vuelta había una señora que vendía sopes, tamales

y atole. ¡Ah!, por cierto era un día lunes, recuerdo

bien, porque un domingo antes habíamos ido a la

Basílica con mi padre y mi mamá.

Entre nosotros tenemos la creencia de que el

aguacate, el chicharrón y la chirimoya son muy

malos para la bilis; haciendo un coraje y comiendo

eso, ¿verdad? Y pues habíamos comido todo eso el

domingo y el lunes en la mañana mi madre hizo un

coraje bastante, pero bastante fuerte a causa de mi

hermano Roberto. Se disgustó muy fuerte con la

vecina de al lado.

Transcurrió todo el día. Terminó mi padre de

trabajar, vino a casa y estuvieron los dos contentos

ese día. Todavía cenaron. Nos acostamos todos.

Fue rápida la muerte. No tuvo tiempo mi padre de

llamar un cura y casarse con mi mamá antes de

morir.

Al entierro de mi madre pues vino muchísima

gente, mucha, pero mucha gente, en exageración.

De la vecindad y de la plaza. No sé cuánto tiempo

estaría permitido entonces tener un cadáver en la

casa, pero la gente empezaba a protestar porque

decían que ya se estaba descomponiendo el cadáver

y mi papá no quería que se lo llevaran. Cuando

fuimos al panteón y bajaron la caja de mi madre a

la fosa, mi papá trató de echarse con ella a la

tumba. Lloraba inconsolablemente mi padre, día y

noche a causa de ella.

Recuerdo después que cuando llegamos a casa

mi papá nos dijo: —Ahora sólo me quedan ustedes,

hijos. —También nos dijo que debíamos procurar

portarnos bien porque él iba a ser padre y madre

para nosotros. Y cumplió al pie de la letra

...

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