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Introducción: la edificación de un canon


Enviado por   •  6 de Julio de 2017  •  Tesis  •  6.907 Palabras (28 Páginas)  •  117 Visitas

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Introducción: la edificación de un canon

Lo primero que habría que decir es que el balance de estudios recientes sobre el proceso de la independencia y la formación de nuevas naciones es relativamente escaso. Esta situación se explica, en gran parte, por la reacción y resistencia  a abordar un tema desgastado por las viejas tradiciones históricas. Los historiadores decimonónicos y las academias de historia colombianas concentraron todos sus esfuerzos en la reconstrucción y narrativa de las historias patrias que validaran la independencia colombiana y contribuyeran a crear una identidad nacional en torno los héroes y mitos fundacionales de la nueva nación. Habría que añadir que, para el caso colombiano, las interpretaciones históricas tradicionales cayeron desde el principio en interpretaciones sesgadas por las luchas partidistas entre liberales y conservadores, restándole seriedad y confiabilidad a una numerosa bibliografía producida durante el siglo XIX. En 1827, en París, José Manuel Restrepo dio a conocer su importante libro la Historia de una Revolución en la República de Colombia (Restrepo, 1827), que se convirtió paulatinamente en la versión canónica del proceso de independencia y marcó de la producción historiográfica sobre el tema. No en vano, en la década de 1980 el historiador más representativo de la renovación de la historia en Colombia, Germán Colmenares, se refirió a la obra de Restrepo como una prisión historiográfica. Bajo el sugestivo título La Historia de la Revolución por José Manuel Restrepo: una prisión historiográfica (1986), Colmenares muestra cómo las interpretaciones sobre el período han estado dominadas por la extensa y bien documentada obra del testigo y protagonista de los hechos del periodo, José Manuel Restrepo. Germán Colmenares explica cómo la obra de Restrepo obedeció claramente a la intencionalidad de legitimar la nueva nación en el concierto de las naciones “civilizadas”. Si bien Colmenares hace explícito los grandes méritos y el rigor de José Manuel Restrepo, advierte a los historiadores sobre el propósito moral de las narrativas de éste y de su visión elitista. En su obra, Restrepo, si bien reconoce la participación de negros e indígenas y las gentes del pueblo en las ciudades en distintos momentos de esta coyuntura, estos grupos subalternos son presentados como marionetas que se mueven a vaivén de los intereses de los caudillos criollos o realistas guiados por la ignorancia o los efectos del licor. Las elites criollas, por el contrario, desde una mirada etnocéntrica, son los artífices de la nueva República. Así mismo, Restrepo dejó sentado el mito teleológico de que la independencia neogranadina se produjo como una reacción contra 300 años de opresión española, inspirada en el nacionalismo de los criollos que luchaban por una nueva nación moderna claramente inscrita en los postulados de la revolución francesa. Todos aquellos eventos que ocurrieron en este convulsionado periodo y que fueron manifestaciones de resistencia a las nuevas libertades y el nuevo ordenamiento político, hacían parte, según Restrepo, de una historia moral negativa que tenía su origen en la herencia del despotismo español. Es así como las elites criollas tenían como deber crear una nueva constitución política. Esta constitución se derivaba del artículo 16 de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789: “Toda sociedad en la cual no esté establecida la garantía de los derechos, ni determinada la separación de los poderes, carece de Constitución”. La existencia de una nueva constitución política se transformó en el siglo XIX en el paradigma liberal que establecía la frontera entre civilización y barbarie y libertad y despotismo (Annino, 2005, pp.104 – 105). Hacían parte igualmente de la historiografía canónica producida durante el siglo XIX en Hispanoamérica la idea de concebir el derrumbe de Imperio Español como una consecuencia de las independencias americanas; partiendo de los hechos americanos sin tener en cuenta su relación con el contexto internacional o con lo que sucedía en la península. Hoy es claro que las independencias americanas fueron parte del proceso de derrumbe del imperio español en un contexto internacional de revoluciones liberales. De la obra de Restrepo surgieron premisas constantes en las historias patrias - incluso en algunas posteriormente elaboradas por historiadores profesionales-, la primera de ellas, la existencia de naciones a finales de la época colonial; lo que implicaba una precoz aspiración a la independencia, manifestada por una elite criolla con ideales claros liberales; y la segunda, el contraste entre la modernidad política de América y el atraso político de España. Hoy en día es claro que no se pueden interpretar las independencias americanas como hechos aislados del horizonte la las revoluciones liberales, estas por el contrario deben inscribirse en la perspectiva diacrónica- sincrónica que incluya la trilogía espacio temporal de Europa, península ibérica y América. Tendencias interpretativas del proceso de independencia Estas visiones canónicas del proceso revolucionario de independencia, han llevado a eliminar del campo de la investigación todo lo que no esté conforme con el modelo de interpretación revolucionaria, especialmente los temas relacionados con el tradicionalismo social. Es así como se buscó eliminar los temas religiosos y los contrarrevolucionarios. Igualmente, se pretendió oscurecer la primera parte del proceso hasta 1816, en el caso de la Nueva Granada, bajo el equívoco remoquete de “Patria Boba”. Este período no encuadra fácilmente con las explicaciones lineales y heroicas del proceso independentista, pues fue la etapa de fidelidad de casi todos los americanos al rey y a España, la exaltación del patriotismo hispánico que llevó consigo la defensa a la monarquía, la patria España y la religión católica. En la segunda mitad del siglo XIX se produjeron en Colombia dos obras que se convirtieron en la base de las interpretaciones sobre la independencia, inscritas en una lógica partidista liberal conservadora. Igualmente, las historiografías patrias se dividieron en categorías binarias antagónicas, las bolivarianas que defendían a Bolívar y las Santanderistas; las que defendieron la independencia inscrita en la tradición hispánica y las que veían la independencia como obra de los postulados de la modernidad y la revolución francesa. José María Samper en el texto Apuntamientos para la Historia Política y Social de la Nueva Granada (1853), reafirmó los ideales de los liberales acerca de la modernidad y la ilustración como antorchas del proceso emancipador. La gesta de independencia la interpretó como una clara voluntad de los criollos por emanciparse de España. De la misma manera, minimizó y despareció el argumento de la guerra civil de estos años con el fin de magnificar la guerra emancipadora contra España y solamente reconoció la existencia de ésta entre los años de 1826-1828 en que “traidoras ambiciones” condujeron, según él, a la época ignominiosa de la soberanía del sable 1 . En el otro extremo encontramos la interpretación conservadora de José Manuel Groot, Historia Eclesiástica y Civil de la Nueva Granada (1889). Groot desplaza el eje de la guerra emancipadora hacia la guerra civil producida por los brujos de la modernidad, intentando con este argumento oponerse al entusiasmo liberal. A diferencia de Samper, Groot ignoró la herencia de la revolución francesa y revalorizó la herencia hispánica como componente indisociable del alma nacional. Su obra terminó siendo una defensa global de la iglesia y del legado español2 . A principios del siglo XX, Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, en El manual de Historia (1911), texto oficial de enseñanza por más de tres generaciones marcó toda la tradición escolar colombiana sancionado las visiones conservadoras, heroicas y descontextualizadas sobre este crucial periodo. Antes de que la primera generación de historiadores profesionales se ocupara de este período, lo hizo el abogado e intelectual colombiano Gerardo Molina. En su texto Historia de las ideas liberales en Colombia (1970, p. 339), desde una perspectiva de la historiografía marxista, nos presenta la independencia como un movimiento de las burguesías criollas por controlar el poder y preservar el orden establecido. El mérito de su obra consistió en tratar de recuperar la participación de los sectores populares en los procesos de independencia. La nueva Historia de Colombia, que se consolidó a partir de los años los años setenta del siglo XX, estuvo fuertemente influenciada por el movimiento francés de Annales y le dio prelación a los estudios históricos que privilegiaban la larga y mediana duración, así como que las estructuras fueran espaciales, sociales o económicas, dejando de lado lo “acontecimental”. En el país, durante la década de los setenta y los ochenta, lo político considerado como lo episódico y escenario de gobernantes, autoridades eclesiásticas, elites y 1 .Sobre estos autores ver: Melo, J. O. (1993). “La Literatura histórica en la República”. En Manual de Literatura Colombiana (Tomo II). Bogotá: Planeta. Ver artículo de: Vélez Rendón, J. C. (2007). “La disputa intelectual por el sentido de la Revolución de Independencia en la Nueva Granada. Una lectura comparada de Juan García del Río y José María Samper”. En Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, N° 34. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. pp. 85-120. 2 Para profundizar sobre el tema, ver: Mejía, Sergio Andrés. (s.f). “Estudio Histórico de la Historia Eclesiástica y Civil de la Nueva Granada de José Manuel Groot”. En Historia y Sociedad, N° 7. Medellín: Universidad Nacional de Colombia. pp .64-65. confrontaciones militares, fue relegado a un plano muy secundario. La independencia, la ruptura con la subordinación colonial y la emergencia del nuevo Estado republicano, temas trascendentales para la historia colombiana, no fueron objeto de estudio. La influencia del marxismo en los historiadores de la “nueva historia” reforzó la visión de que la independencia fue un período en que triunfaron los intereses de las elites criollas, forjadoras de un orden social que favorecía los intereses de ricos comerciantes, hacendados y mineros neogranadinos. El desprecio por el período llegó hasta el punto de que los programas universitarios de Historia lo omitían sin que hubiera docentes interesados en asumir este tema. Los historiadores de la nueva historia colombiana evadieron el reto de elaborar una interpretación nueva sobre la independencia, el tópico más tradicional de la historiografía política, y situaron la ruptura con el régimen colonial en la segunda mitad del siglo XIX, periodo en que es notable la producción historiográfica colombiana. En los años 70´ s y 80´s muy pocos historiadores profesionales se ocuparon de este complejo período. Vale la pena destacar el trabajo del maestro Jaime Jaramillo Uribe El pensamiento Colombiano en el siglo XIX (1964), quien desde una perspectiva de la historia de las ideas y la cultura nos presenta las distintas vertientes del pensamiento político colombiano en la segunda mitad del siglo XIX, El autor recorre las vertientes del pensamiento medieval español que influyeron en los forjadores de la nación colombiana. Igualmente importante, pero con poca resonancia en la época de su publicación, fue el texto del historiador Javier Ocampo López, El proceso ideológico de la emancipación en Colombia (1974) quien desde la historia de las ideas y las mentalidades, en un puntilloso trabajo, reconstruye los imaginarios fernandinos en la primera fase de independencia y el impacto de las distintas vertientes filosóficas e ideológicas del siglo XVIII y el naciente siglo XIX. A fines de los ochentas el historiador más representativo de la renovación de la Historia en Colombia, el profesor Germán Colmenares abordó el tema de la Independencia bajo el sugestivo tema de La independencia: ensayos de historia social (1986, p. 182). En este texto colectivo, producto del trabajo con sus colegas de la Universidad del Valle y la Universidad del Cauca, trató de ofrecer distintos enfoques y líneas de trabajo sobre un período olvidado por la historia profesional en Colombia. Uno de los ensayos del libro es el ya comentado “La Historia de la Revolución por José Manuel Restrepo: una prisión historiográfica” (1986). Otro ensayo de Colmenares en el mismo texto Castas, patrones de poblamiento y conflictos sociales en las provincias del Cauca, 1810-1830 retoma su preocupación sobre los patrones de poblamiento, haciendo un llamado a la atención de incluir en los estudios regionales las variables demográficas y étnicas (1986). El ensayo de Francisco Zuluaga Clientelismo y Guerrillas en el Valle del Patía, 1536-1811 (Colmenares, 1986), influido por los conceptos de bandidísimo social de Eric Hobsbawm, analizó la constitución de una comunidad de negros libertos que se estructuró con base en el principio de libertad y reciprocidad y planteó claramente la intencionalidad de mirar las guerras de independencia desde “los de abajo” y en resistencia contra el proyecto independentista de los criollos. Así mismo, mostró los patrones de las relaciones de parentesco y clientelares de esta comunidad negra con un sector de las elites payanesas con quienes los negros, a través de relaciones de compadrazgo, sellaron fidelidades y relaciones de mutua conveniencia, (Zuluaga, 1986). Francisco Zuluaga señaló cómo comunidades negras que tenían un proyecto comunitario vieron en el proyecto criollo una amenaza a sus formas de vida y organización. Otro historiador que de forma pionera abordó la independencia fue el profesor Hermes Tovar, quien publicó en 1983 su articulo Guerras de opinión y represión en Colombia 1810-1822 (pp. 187 – 232). En este artículo discutió las prácticas de la guerra y los argumentos utilizados por los distintos grupos en la contienda. Así mismo, retomó el tema de la participación de la “plebe” en los hechos revolucionarios. El autor Ilustra cómo para 1816, el haber involucrado a los sectores populares rurales en las lógicas de la guerra, el desorden político, económico y la incertidumbre social hicieron imposible el sostenimiento de la Primera República y facilitaron de manera significativa el proceso de reconquista. Pocos años después, Rafael Gómez Hoyos en su texto La Independencia de Colombia (1992), explora el peso de la tradición hispánica en el proceso de independencia. Reivindica el tomismo, las ideas de padre Francisco Suárez, como los crisoles ideológicos de la Independencia, negando la relación intelectual de los criollos fundadores del nuevo proyecto de República con las ideas de la Francia revolucionaria. Hoy, al ocuparse del periodo de las independencias, es preciso revaluar tanto la interpretación conservadora que ha visto en lo movimientos de independencia el influjo de la tradición hispánica como aquella que ha visto en los movimientos de independencia americana sólo la influencia de ideas francesas y en menor grado, la de las anglosajonas, relacionando despectivamente todo lo hispánico con oscurantismo, atraso y viejo orden colonial. Por medio de esta deshispanización de América, se ha validado la idea de la existencia de sociedades modernas en América, vinculadas sólo a los modelos retomados de Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Esta deshipanización no ha permitido entender que los itinerarios ideológicos y políticos de la construcción de modernidad en América estuvieron también signados por el peso cultural e ideológico de la tradiciones políticas y filosóficas hispánicas, aunque muchas veces estas intentaron recubrirse de ropajes revolucionarios (Chiaramonte, 2004). La discusión la retoma el investigador Francisco Colom, cuando afirma: “En la historiografía tradicional de la emancipación de América hispana, predomina la idea de que los movimientos insurreccionales de 1810 se inscriben en el mismo ciclo histórico de la Revolución Francesa y norteamericana. Sus fuentes ideológicas provendrían pues de la ilustración francesa y del liberalismo anglosajón. Y sin embargo hay buenas razones para concluir que los lenguajes de la emancipación fueron más plurales de lo que la historia convencional admite” (1999, pp. 12 – 13). Por otro lado, los trabajos del historiador Manuel Chust (2004) ilustran la influencia del constitucionalismo gaditano y el gobierno doceañista en los procesos hispánicos de independencia y en las constituciones políticas y reordenamientos jurídicos de las nuevas repúblicas. Las nuevas corrientes historiográficas y su impacto sobre los estudios sobre independencia A partir de 1980, las nuevas corrientes historiográficas enmarcadas en el contexto internacional, influyeron en los estudios sobre la independencia latinoamericana. Los estudios anglosajones de E. P. Thompson (1995, pp. 294 – 394) y Eric Hobsbawm (1968)3 desde una dura crítica al marxismo ortodoxo construyeron una historia social, preocupada por hombres y mujeres reales, una inmensa mayoría que no tenía cabida en la historia. La propuesta fue entonces una historia de “los de abajo” que intentó recuperar la dinámica de las culturas plebeyas que se legitimaban con la retórica de la costumbre y la experiencia, consideradas por Thompson como una realidad histórica básica, mucho más importante que las clasificaciones de clase, actor, estructura o rol, ideas que muchos historiadores utilizaban para darle sentido al pasado. La experiencia pues se constituyó en un lazo entre memoria e historia. A fines de los 80´s, historiadores de las nuevas generaciones de Annales, cuya preocupación había girado en torno a la historia de mentalidades y de la cultura, replantearon la necesidad de recuperar del olvido la historia política y de ocuparse de ella desde la perspectiva del estudio de los actores sociales. El investigador François-Xavier Guerra reclamó la necesidad de estudiar los acontecimientos políticos latinoamericanos del siglo XIX, período que había sido tratado de manera muy pobre por la historiografía latinoamericana. En el seminario realizado a principios de los 90´ s, “El olvidado siglo XIX”, Guerra planteó la necesidad de pensar la historia política del siglo XIX como campo de Investigación donde interactuaran los actores sociales, concebidos éstos como un grupo de hombres estructurados en torno a intereses y valores imaginarios. Sobre la historia política del siglo XIX en América Latina, el historiador Guerra señaló cómo la victoria de la historia socioeconómica y el olvido de lo político había sido la característica fundamental de los últimos veinticinco años. Señalo así mismo cómo lo social fue considerado como un derivado de lo económico. Bajo gráficos y cuadros comparativos, desaparecieron, según Guerra, la sensibilidad por los problemas del poder y el imaginario colectivo (1989, pp. 593 – 631). Al mismo tiempo, llamó la atención a los historiadores sobre la necesidad de rescatar como modelo de 3 Estos dos autores junto con Christopher Hill, George Rudé, Maurice Dobb y Raphael Samuelson fundaron en 1952 una de las revistas mas influyente de historia social: Past and Present. trabajo una obra clásica, por muchos olvidada, Los reyes taumaturgos, sobre el carácter del poder del rey, particularmente en Francia e Inglaterra, del historiador iniciador de la escuela francesa de los Annales, Marc Bloch (1993). Entre las premisas teóricas que plantean Guerra y sus seguidores, especialmente en el texto Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas (1992) y el libro colectivo coordinado por él y Luis Castro Leyva, De los imperios a las naciones: Iberoamérica (1994), vale la pena señalar algunas que considero fundamentales para la interpretación del período de las independencias: Para Guerra, la independencia ya no era el hito central del período sino una coyuntura que hacía parte de un problema más amplio y complejo, el de la incorporación en la modernidad del imperio Español. Se trataba de establecer los itinerarios y las formas del tránsito del antiguo régimen, del mundo colonial a la modernidad política, que se inauguró en Occidente con la revolución Francesa. La pregunta era cómo se difundían y se apropiaban sociedades coloniales, heterogéneas, jerarquizadas, divididas en castas de la modernidad. La invitación es a que las independencias americanas se estudien en el horizonte de las revoluciones modernas. 1808 inaugura el paso de una sociedad monárquica colonial, estamental, de Antiguo Régimen, a una sociedad moderna, fundamentada en un nuevo contrato entre ciudadanos: Hombres libres e iguales, donde predominaban las ideas de individuo, libertad, democracia, igualdad, ciudadanía, sufragio universal y soberanía popular. De la misma manera deben resaltarse otros aspectos que son fundamentales desde esta nueva lectura. Hay algunas singularidades que habría que tenerse en cuenta para el caso de América Latina y la forma como se construyen las nuevas naciones. En América Latina, el estado precedió la nación y se incorporó de manera precoz y sin procesos de larga duración al concierto de las naciones. Fueron también los primeros que para fundar su independencia apelaron a la soberanía de la nación o de los pueblos, sin que esta reivindicación estuviera claramente anclada a movimientos nacionalistas. Uno de los rasgos particulares de América Latina podría ser la peculiar relación entre la existencia de las nuevas naciones y la modernidad política. La nación se construyó en íntima relación con la necesidad de independencia, pero no sustentada en una nacionalidad entendida como comunidad dotada de particularismos lingüísticos, religiosos, culturales y étnicos. Los forjadores de las nuevas naciones, las elites criollas, estaban claramente inscritas en la cultura europea y compartían con los reinos españoles de la Corona de Castilla muchos aspectos. El problema en América fue cómo a partir de una misma nacionalidad española, que era con la que se identificaban al menos las elites forjadoras de la independencia, se construyeran naciones diferentes. Las independencias americanas fueron el proceso de injerto de modernidad en sociedades tradicionales. Muchos hablan del fracaso de la modernidad, del camino tortuoso e incompleto de este proceso y del fracaso de construcción de nación y Estados modernos en América latina, estas afirmaciones habría que relativizarlas teniendo en cuenta la abrupta incorporación de América a la modernidad. Los recientes estudios sobre independencia en Colombia Para abordar la revisión bibliográfica de lo que se ha producido recientemente sobre las independencia en el Nuevo Reino de Granada, voy a retomar una clasificación propuesta por el historiador Jairo Gutiérrez Ramos, que si bien puede presentar problemas como todo intento de meter en moldes estrechos la riqueza de los trabajos históricos, permite organizar este breve repaso sobre la producción reciente. Una de las corrientes es la que se podría denominar difusionista elitista, en la que incluye a los seguidores del modelo de Guerra, que parten del estudio de las elites criollas como actores fundamentales y los que imponen, dicho en términos actuales, la agenda política en los procesos de independencia y formación de estados y naciones. Si bien esta corriente se preocupa por el pueblo y lo popular, recurren a la actuación de las elites como eje de la interpretación de los hechos. Los itinerarios ideológicos del proceso, los valores e imaginarios de las elites, son asuntos que ocupan su interés. La otra gran tendencia es la que se ocupa de los sectores “de abajo” y que Gutiérrez llama subalternista. En esta tendencia identifica las variables de la Historia Social inglesa de corte neo-marxista y también de aquellos que inscriben claramente su modelo en los estudios subalternos y poscoloniales. En la primera corriente se puede incluir la tesis doctoral del investigador George Lomné (1993), quien estudió los cambios en el imaginario sobre el concepto de la soberanía en Quito y Santa Fe en la época revolucionaria. Lomné ha dedicado sus estudios al surgimiento de los símbolos nacionales, las representaciones patriotas y la construcción de nuevos espacios públicos urbanos; analizando el lenguaje, la retórica y los símbolos utilizados por los impulsores del proyecto criollo con los que pretendían anular los signos de despotismo español y crear una “memoria política” republicana sobre la cual se construiría una identidad patriótica nacional. Lomné también hace énfasis en la concepción aristocrática de la democracia que tenían los criollos. Frecuentemente se encuentran en el lenguaje y discurso de los criollos alusiones al antiguo mundo greco romano como forma de validar sus conceptos sobre ciudadanía y democracia. Las elites criollas son representadas a sí mismas como una aristocracia de patricios, mientras el pueblo es visto como una plebe sumida en la ignorancia. En aquellos autores que se preocupan por las elites se inscriben los trabajos más recientes de María Teresa Calderón y Clément Thibaud donde exploran la transformación del concepto de soberanía y sus mutaciones y resignificaciones en la transición al régimen republicano, utilizando el concepto de redes de poder social. Estas redes dieron lugar a nuevas solidaridades políticas que propiciaron la construcción de un orden político republicano (Calderón y Thibaud, 2002). Guillermo Sosa Abello, en su libro Representación e Independencia 1810-1816 (2006) estudió para el caso de la provincia de Cundinamarca cómo fue aplicado el concepto de soberanía popular y reconstruye las tempranas experiencias electorales, constituciones y representaciones para presentarnos una imagen de los cambios políticos durante la primera república, incorporando en él elementos de los trabajos del historiador ecuatoriano Jaime Rodríguez (1996), quien ha estudiado los procesos electorales en las primer etapas de conformación de la República. Así mismo, Clément Thibaud (2003) presenta una mirada completamente nueva sobre la interpretación del papel de la Guerra, al presentarla no desde el punto de vista militarista sino como factor esencial de construcción de naciones tanto en las Nueva Granada como Venezuela. Según el autor, la estrategia militar permitía leer las evoluciones y el progreso de la modernidad. De la misma manera, analizó las diversas formas de guerra y mostró cómo la independencia asumió la forma de una guerra civil, hasta que las guerras civiles fueron reemplazadas por una guerra de emancipación. Al hablar de las guerras y los ejércitos vale la pena reseñar el importante trabajo del historiador Allan Kuethe (1993) sobre la formación de milicias en el Virreinato y los documentados trabajos del profesor Juan Marchena Fernández sobre el ejército y milicias en el mundo colonial. En este balance historiográfico es imprescindible incluir las obras del profesor Renán Silva Olarte, Prensa y Revolución a finales del Siglo XVIII: Contribución a un análisis de la formación de la ideología de Independencia Nacional (1988) y Los ilustrados de Nueva Granada 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación (2002), pues dentro de la corriente de la historia cultural, indiscutiblemente ofrecen una compleja y rica visión sobre la forma como la Ilustración con sus proyectos científicos y con las reformas en el sistema educativo propició la formación de una elite que asumiera las ideas del criollismo- patriótico, tan importante en el proceso de independencia. Dentro de los estudios sobre grupos y actores sociales, se destaca la importante contribución del historiador Víctor Manuel Uribe Urán con su artículo ¡Muerte a los abogados!. Los abogados y el movimiento de independencia en la Nueva Granada, 1809-1820 (2000, pp. 7 – 48) y su libro, aún no traducido al español, Honorables Lives. Lawyers, familias and Politics, 1780-1850 (2000), en el que analiza el papel de los abogados en el Estado colonial tardío, sus redes familiares y clientelares y su papel protagónico en los hechos de la independencia. Los trabajos del profesor Armando Martínez Garnica (2004, 2002a, 1998b) han insistido en la necesidad de quebrar el mito de la Patria Boba y restituirle a este período las complejidades y retos que debieron enfrentar las elites criollas en la tarea de imaginar un nuevo Estado y una nueva nación. Así mismo, enfatiza en el estudio de la conformación de la Juntas de Gobierno y la asunción de la soberanía por las ciudades y las provincias a partir de 1810 y los retos de las elites para organizar el nuevo Estado. Al mencionar los estudios sobre la Primera República, valdría la pena destacar el trabajo de la historiadora Adelaida Sourdis, Cartagena de Indias durante la primera república 1810- 1815 (1988), en el que plantea las difíciles relaciones de la ciudad con su entorno regional.También se ocupa de la Primera República el historiador inglés Anthony McFarlane (2002) quien reconstruye los conflictos entre Santa Fe y las provincias del Virreinato. Dentro de la corriente de trabajos sobre las elites se sitúa el trabajo del alemán Hans - Joachim König, En el camino hacia la nación. Nacionalismo en el proceso de formación del estado y de la nación de la Nueva Granada, 1760- 1856. Este texto, publicado en 1994, despertó bastantes expectativas y fue muy bien recibido en el sentido que un historiador de otras latitudes intentara reinterpretar el período de la independencia. Como lo reconoce el propio autor, selecciona el modelo de “crisis de desarrollo político” para explicar el nacionalismo que surge en la Nueva Granada. Este modelo es retomado por Hans-Joachim König del Comité norteamericano de políticas comparadas, integrado, entre otros intelectuales, por Charles Tilly. En este modelo, son los gobiernos y las elites políticas las que toman las decisiones para evitar situaciones de crisis. A König le interesa estudiar la forma como se transformó el “patriotismo anticolonial” de los criollos en formas de identidad y cohesión modernas y hacer explícitos los mecanismo y las ideas de inclusión que tuvieron las elites con respecto a los indios y las otras castas. Este modelo funcionalista incluye al pueblo pero les asigna un papel de subordinado a las elites, sin proyectos propios. Estudios sobre sectores subalternos o populares La inclusión de sectores distintos a las elites y la clase obrera fue enriquecida por los estudios subalternos que retomaron la noción gramsciana de subalternidad y reclamaron la necesidad de que la Historia se ocupara de grupos diferentes a aquellos que han estado cercanos al Estado y que cuentan con una historia unificada. Los grupos subalternos tienen una Historia disgregada y discontinua, pero aun así producen su propia historia y sus propias construcciones culturales, que los historiadores deben recuperar para entender las dimensiones de las transformaciones sociales. Ranahit Guha en 1981 definió al subalterno como quien esta subordinado “en términos de clase, casta, edad, género y oficio o de cualquier otro modo” (Gutiérrez, 2001) Es importante rescatar aquí la producción de lo que podríamos denominar la Escuela de Warwick, con Anthony McFarlane a la cabeza y con los valiosos trabajos de sus alumnos Rebecca Earle y, más recientemente, de Steinar A. Saether. Estos historiadores, a mi modo de ver, sitúan acertadamente los conflictos del período de la independencia en una mirada de largo alcance, relacionándolos con las transformaciones del período colonial tardío y en particular con las reformas borbónicas. Desde la perspectiva de historias locales y de regiones, Rebecca Earle (1993, 1999a) focaliza su interés en las numerosas revueltas que sucedieron en el sur del Virreinato, concretamente en la provincia de Pasto, entre 1750 y 1850, relacionadas la mayoría de ellas con las reformas fiscales y el estanco del aguardiente. Conecta además estos motines y desórdenes con el proceso de independencia e intenta entender la compleja relación de los indígenas con las elites locales. Por su parte, Steinar A. Saether se ha ocupado de las Provincias de Riohacha y Santa Marta durante la independencia. En la primera parte del libro, Saether hizo una cuidadosa revisión de los patrones nupciales, con el fin de observar las relaciones interétnicas y la estructura social de la región. Estudió, igualmente, la movilidad social de las provincias antes y después de la independencia, y concluyó que en el período post-independencia los índices de matrimonios interétnicos aumentaron, haciendo evidente el relajamiento del control social y una mayor laxitud de las elites tradicionales, al permitir el matrimonio de sus hijas con militares ingleses, franceses, venezolanos o de otras provincias, muchos de ellos advenedizos. En la segunda parte de libro Saether explica por qué los indígenas y los sectores de color de esta provincia, en particular los mulatos y los zambos, adoptaron un acendrado monarquismo, que los diferenció radicalmente de los pardos y mulatos de la cercana ciudad de Cartagena, quienes fueron fieles a la causa patriótica. La explicación al apoyo a los realistas la encuentra Saether en situaciones locales. El autor insistirá en que las fidelidades a uno u otro bando se dirimían en relación con intereses puramente locales y que poco tenía que ver con posiciones ideológicas. En su opinión, la independencia actúo como un catalizador de los conflictos locales, fueran éstos interétnicos o de clases. La posición de las elites samarias, de resentimiento y desconfianza frente a las actitudes impositivas de Cartagena fue determinante en la posición que adoptaron otros sectores de la provincia. Los indígenas de ésta defendieron al rey, pues esperaban que la Corona les restituyera privilegios y tierras que habían perdido por la expansión de los hacendados criollos y que veían amenazados por el proyecto patriota. Saether (2005), en contradicción con las creencias y mitos generalizados, evidencia para este caso regional la autonomía con la que actuaron los sectores subordinados. En cuanto a la resistencia de los indígenas del sur de Pasto al proyecto republicano de los criollos, es necesario destacar el valioso trabajo del historiador Jairo Gutiérrez Ramos (2007), Los indios de Pasto contra la república, 1809-1824, en el que reconstruye la vida de las comunidades indígenas durante el siglo XVIII, haciendo visibles los lazos de solidaridad étnica y las estrategias de acción política que implementaron aquellas contra las medidas fiscales y los desmanes de los funcionarios borbónicos. Estas experiencias van a nutrir la resistencia indígena en el período de 1809 a 1825. En estos años, los indios de Pasto fueron un obstáculo militar contra las pretensiones y acciones del bando patriota. Para Gutiérrez, la movilización campesina indígena, si bien en una etapa (1809-1822), estuvo influida por las elites locales, en el período 1822-1825 se deslinda de éstas, que abandonan la causa realista y expresan gran autonomía al asumir un papel protagónico. Uno de los estudios más reconocidos en este aspecto es el texto El fracaso de la Nación, del historiador Alfonso Múnera (1998). Este estudio se ocupa de la participación de los pardos y mulatos en los hechos que condujeron a la instalación de la primera República en Cartagena. Múnera inscribe su trabajo en la perspectiva de los estudios subalternos, interesándose por recuperar la presencia y el papel protagónico de artesanos, pardos y mulatos de Cartagena, en quienes identifica por su condición cultural, un sentido liberatario y una participación activa en los hechos de la primera republica. Así mismo, revisa la compleja relación del sector de color con las distintas facciones de la elite patriota que controlaron la política en la ciudad. Finalmente, el autor demuestra cómo las rivalidades entre caribeños y andinos lleva al descalabro del primer intento por construir una unidad nacional. Por otro lado, la historiadora Aline Helg (2004) en su texto Liberty and equality in Caribbean Colombia: 1770-1835, se interesó por responder la pregunta sobre el papel del concepto raza en la formación de identidades en el Caribe Colombiano durante la independencia. Es así como explica la ausencia de una resistencia y una rebelión de los esclavos en Cartagena durante este período. De igual manera, se preguntó por la falta de solidaridad de los pardos y mulatos patriotas de Cartagena con los esclavos y concluyó que había una invisibilidad de identidad afrocaribeñas en la imagen de Colombia. Algunas respuestas a estas preguntas logra responderlas parcialmente con las características de la esclavitud en esta ciudad y con el argumento un tanto polémico de que las elites del altiplano andino construyeron una imagen de nación mestiza y blanca que minimizo la identidad afrocaribeña. También se ocupan del Caribe colombiano los recientes trabajos de la investigadora Marixa Lasso (2007), quien explora, desde la perspectiva de la historia social y de las ideas, el problema de lo racial. Para la autora, lo racial es una clave definitiva que permite entender la historia política del período republicano. El miedo a la democracia y a la movilización que expresaron las elites criollas y sus dirigentes, entre ellos Bolívar, tiene su origen –según Lasso- en la forma como abordaron la dimensión de lo racial. El historiador Jorge Conde (1999) también tercia en esta temática. Sin embargo, desde una perspectiva más escéptica, muestra cómo los pardos y mulatos se insertaron en el proyecto republicano de las elites sin proponer proyectos alternativos y cómo su participación política, al menos en Cartagena, fue notable en los colegios electorales y ascendieron a posiciones políticas de liderazgo (José Padilla) en rivalidad con los ricos comerciantes que habían dominado tradicionalmente la escena política. Finalmente, aunque el balance no es exhaustivo, quiero mencionar el trabajo del historiador Oscar Almario García (2000, 2003a, 2002b), quien se ha ocupado del estudio de la gente negra del Pacífico colombiano, indagando si las taxonomías sociorraciales del mundo colonial fueron o no modificadas por la experiencia republicana y explorando las continuidades y conexiones entre el racismo colonial, el republicano y el contemporáneo. El profesor Almario presenta la existencia de proyectos propios de las localidades, lo que él denomina “proyectos menores” que involucraron las adhesiones de los negros, aun de ciudades próximas, al bando patriota y realista. Este ejemplo queda claramente explicitado en la posición realista de Barbacoas y la patriótica de Iscuandé, ciudades cercanas que rivalizaban desde el siglo XVIII. Como vemos en el balance, los trabajos se han ocupado principalmente de la región Caribe colombiana y fundamentalmente de las gentes de color negro. Solo en el caso de Saether se ha incluido la preocupación por la participación y respuesta de las poblaciones indígenas. Los otros tres trabajos se refieren a la región sur del país, uno dedicado a los indios y otro a los negros. El reto actual para los historiadores frente al Bicentenario es no sólo reescribir la historia del proceso de independencia, sino también rescatar las historias de una enorme población de libres mestizos mulatos, pardos, zambos y de las comunidades indígenas, en las distintas localidades del país. ¿Qué pasa en el Occidente, en la región de Tolima, en los Llanos, en la región andina o en el Chocó? Quiero referirme a un tema que no ha merecido nuevas interpretaciones: el periodo de la reconquista española. Juan Friede en 1971 publicó un interesante y pequeño texto La otra Verdad. La independencia americana vista por los españoles, donde nos presenta desde los archivos españoles la forma cómo éstos vieron el proceso y sobre todo la fase de la reconquista y que crea dudas sobre la leyenda negra de este proceso. En esa misma perspectiva, Rebecca Earle (2000) ha publicado su libro más reciente titulado Spain and the independence of Colombia en el que concluye, tal como Brian Hammet lo había hecho en los 80´s para el caso colombiano, que no fue que América ganara su independencia sino que España dejó perder sus colonias. Este tema merece estudios que polemicen con esta interpretación. Finalmente, quiero hablar de mis propias preocupaciones. Mi perspectiva ha sido reescribir el proceso de la primera República como un proceso ligado a aquellos que se desatan en el período colonial tardío. Partir de la estructura política, territorial y étnica del Virreinato a fines del siglo XVIII, de su precariedad, debilidad y fragmentación para entender las dinámicas de los procesos de independencia y formación del Estado y la nación. A principios del siglo XIX nos encontramos con una Nueva Granada rural, desorganizada, pobre, con casi un 40% de población de libres de todos los colores que estaba intentando encontrar un lugar en el mundo colonial y que se vería abocada al proceso revolucionario; un mundo en el que la organización del mundo indígena estaba resquebrajada y sus pueblos y resguardos amenazados; un mundo en el que un alto número de indios bravos constituían una frontera peligrosa; un mundo que enfrentaba la crisis del pacto colonial establecido por los Austrias y que había sido reemplazado por la modernización borbónica, que desembocó en desórdenes, motines y finalmente en la revolución comunera; un mundo en el que las visitas, las reorganizaciones territoriales y las fundaciones de nuevos centros urbanos, a partir del 1780, cambiaban su paisaje y, por lo tanto, el nuevo Estado heredaba numerosos conflictos, rivalidades y luchas por competencias y jerarquías, en una nueva geografía que se veía transformada por el Estado republicano. En 1810, la Nueva Granada era un mundo compuesto por numerosas patrias locales que reclamaban asumir su soberanía, su independencia y su autonomía, no frente a España, sino frente a las ciudades que las sometían; un mundo con múltiples proyectos locales, heterogéneos, que debían sumirse en un solo proyecto homogenizador. Lo que intento es leer los conflictos desde la perspectiva de diferenciarlos de aquellos propios de la coyuntura revolucionaria y de la reactualización que tiene su origen en este difícil periodo colonial tardío. Pretendo pasar de los grandes relatos nacionales a estudiar los efectos de 1808 sobre esa diversidad de universos locales y prestarle importancia en la primera república a los conflictos territoriales y de jerarquías urbanas (Reyes, 2007, 2003a, 2006b, 2005c) Conclusiones Mi primera conclusión es que ahora que nos acercamos al Bicentenario, sabemos algo más que hace cien años, pero todavía muy poco. Que es uno de los temas menos trabajados por la historiografía reciente y que se nos está haciendo tarde para ofrecer al país y a la comunidad de los científicos sociales, interpretaciones sólidas que partan de investigaciones desde las fuentes históricas del periodo, investigaciones que reemplacen la acumulación de información y que nos permitan superar la parcialidad de interpretaciones. Mi sugerencia no es hacer una lista de lo que conocemos, sino más bien un largo listado de lo que no sabemos sobre el período de la Independencia. Mi primer llamado es a asumir la comunicación entre el antes y el después. Es imposible estudiar el periodo sin remitirse al siglo XVIII, pues el impacto de las políticas borbónicas sobre la sociedad colonial produjo un nuevo reordenamiento del territorio y fracturó el pacto entre el rey y los vasallos. Invito a reconstruir la historia de este período desde las localidades y las comunidades, a desplazar el eje de preocupación de lo urbano hacia lo rural; de manera que podamos superar la mirada tradicional sobre la participación popular, reducida a considerarlos apéndices de las elites o sólo una masa reclutada por los ejércitos que se enfrentaron en este período. También se hace urgente estudiar la formación de Juntas de Gobierno, la prensa de la época y los itinerarios ideológicos de los principales conceptos de la Independencia, a saber: ciudadanía, libertad, soberanía, pueblo y nación. Pero no sólo se trata de hacer una historia de los conceptos y los discursos, sino de temas que aparentemente se alejan un poco de la historia política como los procesos de colonización y poblamiento, los movimientos de población, los cambios administrativos en el territorio y el revés provocado por la reconquista de Pablo Morillo en la economía de la Nueva Granada.

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