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La Fiesta De Las Balas


Enviado por   •  18 de Septiembre de 2012  •  1.666 Palabras (7 Páginas)  •  1.104 Visitas

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EL ÚLTIMO DECENIO del porfiriato transcurría perezosamente como un río apacible; nadie se apresuraba porque nada parecía exigir que se cambiara de ritmo; los salarios permitían aún subsistir sin morir de frío o de hambre. La paz reinaba en la tierra mexicana. Una paz impregnada de mortal aburrimiento, sin promesas, pesada para la juventud de las clases medias. De ahí el eco del panfleto Barbarous Mexico, que denunciaba la suerte de los trabajadores de las plantaciones de Yucatán, de Tabasco, de los presos de Valle Nacional. El panfleto de John Kenneth Turner y de Gutiérrez de Lara fue rápidamente retirado de la circulación, y el país cayó nuevamente en su marasmo, a pesar del valor de algunos periodistas como Juan Sarabia (El Hijo del Ahuizote), Ricardo Flores Magón (Regeneración) y de Filomeno Mata (El Diario del Hogar).

Se ha dicho y repetido que la sensibilidad y la atonía del cuerpo público y la paz de México eran la del agua dormida. Si hay represión, ésta es poco sanguinaria. Cuando Madero se lanzó contra el régimen momificado, fue el corazón y no la razón quien decidió. Se pueden desde ahora multiplicar las objeciones contra el maderismo, pero no se le comprenderá fuera de su atmósfera onírica. Francisco I. Madero (I. como «Inocente", creían calumniar sus enemigos) razonó contra todo el mundo. Su análisis es el de una audacia. Su "locura" viene de ahí y no de otra parte. Es una locura razonable.

La última década de la administración porfirista discurría quieta como un río de aguas mansas. Nadie se daba prisa a nada porque nada era urgente. Sobraba trabajo para cuantos lo buscaban, los salarios eran ínfimos, pero jamás se dio el caso de que alguien muriera de hambre o de frío. Hasta el bolsillo más modesto podía permitirse comodidades y lujos, hoy reservados exclusivamente a los magnates enriquecidos con los despojos de aquella época. Sólo de una manera excepcional aparecía el tipo, tan común en nuestros días, del famélico avorazado que no se detiene ante medio alguno, por deshonroso e infamante que sea, para la adquisición rápida de una gran fortuna, ese tipo desventurado, corroído por su propia ambición, en estado de angustia perpetua, porque no lo saciará todo el oro del mundo.

Los mexicanos de aquellos tiempos disfrutábamos de plenas garantías en nuestras personas y en nuestros bienes, y la paz reinaba sobre la tierra. Quiero decir con esto que la vida era mortalmente fastidiosa.

Pero lo que se estanca se pudre y México olía a lo que hieden esas pobres viejas prostitutas que quieren detener el tiempo con pinturas y perfumes. Con rigurosa verdad se ha dicho y se ha repetido hasta el fastidio que la quietud y la paz de México era la quietud y la paz de los panteones. Desde que comenzó la revolución en 1910, yo, como muchos millares de mexicanos ya no hemos vuelto a tener tiempo para aburrirnos y por ello bendigo a Dios. Cuantos anhelábamos que México siguiera viviendo, queríamos su renovación y eso explica suficientemente cómo todos los mexicanos entre quince y cuarenta años, con buena salud y unas migajas de quijotismo en el alma, a la primera clarinada de Madero nos hayamos puesto en alerta y en pie. ¡Una locura la de Madero! Sí, pero con locuras se han descubierto continentes y conquistado países. Bastó su gesto de desafío al poderoso y omnipotente caudillo, a quien respaldaban las fuerzas vivas del país y sostenía el respeto y la admiración de las principales potencias del mundo, para que nos venciera con su grandeza. Una luz de esperanza hasta para los que sólo nos aturdíamos en el sopor del aburrimiento.

¡Qué lástima me inspiran los niños de teta de la revolución y la cáfila de oportunistas y logreros que han mostrado desdén y compasión por la revolución de Madero, atribuyendo su triunfo a los dólares americanos: ¿Sin Madero quiénes habrían sido estos pobres diablos extremistas de hoy?

Quiero recordar a un anciano zapatero que se sorprendió de mi regocijo y entusiasmo cuando le hablé de la revolución que acababa de estallar en Puebla. ¡Dios nos libre de más revoluciones! —me dijo el viejo ex soldado de la guerra de Reforma—. ¡Me moriré de viejo y puede que usted también y no le veremos el fin!

Así hablaban algunos octogenarios que habían olido la pólvora y se habían quemado el cuerpo en los combates. Pero a los que vivimos aquellos días de intenso regocijo, alternados con otros de zozobra, de abatimiento o de grandes peligros, los lamentos de los viejos nos olían acedos. La aventura maderista fue, en verdad, disparatada, digna de gente de manicomio, pero los que teníamos en las venas algunas gotas de sangre en vez de cinco litros de atole, la seguimos. [Mariano Azuela, Obras Completas, tomo III, FCE, México.]

El pobre pueblo tenía sus preocupaciones: en mayo de 1910 se vio al cometa Halley, mal presagio seguramente, y el mismo mes hubo en el centro del país una gran mortandad de ganado. No había llovido

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