La Sala De Guardia
Enviado por CGomez1993 • 24 de Septiembre de 2012 • 2.975 Palabras (12 Páginas) • 448 Visitas
La sala de guardia
La sala de guardia de los médicos (en una sección cualquiera de un hospital
cualquiera de una ciudad cualquiera) reunió a cinco personajes y entretejió su actuación y
sus discursos en una insignificante, y por eso tanto más alegre, historia.
Están aquí el doctor Havel y la enfermera Alzbeta (ambos tienen ese día guardia
nocturna) y están también otros médicos (los ha hecho venir hasta aquí una excusa de
escasa entidad, acompañar, con un par de botellas de vino, a los dos que están de
servicio): el calvo médico jefe de esa misma sección y una doctora de otra sección, de la
que todo el hospital sabe que sale con el médico jefe.
(Naturalmente, el médico jefe está casado y acaba de pronunciar hace un momento
su frase predilecta con la que pretende poner en evidencia, no sólo su sagacidad, sino
también sus intenciones: «Estimados colegas, la mayor desgracia posible es un
matrimonio feliz: no le queda a uno la menor esperanza de divorciarse». )
Además de los cuatro mencionados hay un quinto, pero ése en realidad no está aquí,
ya que por ser el más joven acaba de ser enviado a por una nueva botella. Hay también
una ventana, cuya importancia consiste en que está abierta y a través de ella penetran
ininterrumpidamente en la habitación, desde el exte- [103] rior en penumbras, el perfumado
verano y la luna. Y hay, finalmente, buen humor, que se pone de manifiesto en la amable
charlatanería de todos los presentes y en particular en la del médico jefe, que escucha su
propia charla con oídos enamorados.
Será al avanzar la velada (y es entonces cuando comienza nuestra historia) cuando
se registre cierta tensión: Alzbeta ha bebido más de lo que le corresponde a una
enfermera que está de guardia y además empezó a comportarse respecto a Havel con
una incitadora coquetería que a éste le desagradó y provocó su invectiva de advertencia.
La advertencia de Havel
—Querida Alzbeta, no consigo entenderla. A diario anda usted metida en heridas
infectadas, pincha arrugados culos de viejecitos, pone enemas, retira bacinillas. El destino
le ha otorgado una envidiable oportunidad de comprender la corporalidad humana en toda
su vanidad metafísica. Pero su vitalidad es incorregible. Su encarnizada voluntad de ser
cuerpo, y nada más que cuerpo, es inamovible. ¡Sus pechos son capaces de restregarse
contra un hombre que esté a cinco metros de usted! Ya me da vueltas la cabeza de los
eternos círculos que describe al andar su incansable trasero. ¡Diablos, aléjese de mí!
¡Esas tetas suyas están en todas partes, como Dios! ¡Hace ya diez minutos que debería
haber ido a poner inyecciones! [104]
El doctor Havel es como la muerte.
Arrampla con todo
Cuando la enfermera Alzbeta (notoriamente ofendida) salió de la sala de guardia,
condenada a pinchar dos culos de ancianitos, el médico jefe dijo:
—Dígame una cosa, Havel, ¿por qué rechaza usted tan encarnizadamente a Alzbeta?
El doctor Havel dio un sorbo a su vaso de vino y respondió:
—Jefe, no me lo tome a mal. No se trata de que no sea guapa y esté ya entrada en
años. Créame que he tenido mujeres aún más feas y mucho mayores.
—En efecto, eso es de dominio público: es usted como la muerte; arrampla con todo,
¿por qué no acepta a Alzbeta?
—Seguramente —dijo Havel— porque manifiesta su deseo de una forma tan
expresiva que parece una orden. Dice usted que con las mujeres soy como la muerte.
Pero es que ni siquiera a la muerte le gusta que le den órdenes.
El mayor éxito del médico jefe
—Puede que le comprenda —respondió el médico jefe—. Cuando tenía yo algunos
años menos, conocía a una chica que iba con todo el mundo y, como era guapa, decidí
ligármela. Pues imagínese que me rechazó. Iba con mis colegas, con los chóferes, con el
encargado de la calefacción, con el cocinero, hasta con el que llevaba los cadáveres; con
todos menos conmigo. ¿Se lo puede imaginar?
—Claro que sí —dijo la doctora.
—Para que usted lo sepa —se enfadó el médico [105] jefe, que delante de la gente
trataba a su amante de usted—, hacía entonces un par de años que había acabado la
carrera y era un fenómeno. Estaba convencido de que todas las mujeres podían ser
conquistadas y conseguía demostrarlo con mujeres bastante difíciles de conquistar. Y
miren ustedes por donde, en el caso de esa chica, tan fácil de conquistar, fracasé.
—Conociéndole, diría que tiene usted alguna teoría para explicarlo —dijo el doctor
Havel.
—La tengo —respondió el médico jefe—. El erotismo no es sólo un deseo del cuerpo,
sino también, en la misma medida, un deseo del honor. La pareja que hemos logrado, la
persona a la que le importamos y que nos ama, es nuestro espejo, la medida de lo que
somos y lo que significamos. En el erotismo buscamos la imagen de nuestro propio
significado e importancia. Sólo que para mi putita la cosa estaba complicada. Ella iba con
cualquiera, así que había tantos espejos que la imagen que reflejaba era completamente
confusa y ambigua. Y además, cuando uno va con cualquiera, deja de creer que una cosa
tan corriente como hacer el amor pueda tener para él un verdadero significado. Así que se
busca la significación precisamente en el lado opuesto. El único que podía darle a aquella
putita la medida clara de su valor humano era el que la deseaba pero al que ella misma
rechazaba. Y como naturalmente quería confirmarse ante sí misma como la más hermosa
y la mejor, eligió con gran precisión y muchas exigencias al único que iba a honrar con su
rechazo. Cuando finalmente optó por mí, comprendí que era un extraordinario honor y
hasta hoy lo considero mi mayor éxito erótico.
—Tiene usted una envidiable habilidad para transformar el agua en vino —dijo la
doctora.
—¿Le ha molestado que no la considerase a usted mi mayor éxito? —dijo el médico
jefe—. Entiéndame. Aunque usted sea una mujer virtuosa, no soy pa- [106] ra usted (y no
sabe cuánto lo lamento) ni el primero ni el último, en cambio para aquella putita sí lo fui.
Pueden ustedes creer que nunca me ha olvidado y que hasta el día de hoy sigue
recordando con nostalgia que me rechazó. De todos modos esta historia la conté sólo
como
...