La Situación De Las Normales

Durante muchos años el normalismo ha padecido una crisis constante. Sobre todo de los últimos 50 años del siglo XX a la fecha. Los normalistas, y sobre todo, los normalistas rurales, se convirtieron en espacios incómodos para el estado y, por tanto, en zonas a desaparecer. En los últimos 30 años, las Escuelas Normales Rurales, bajo el argumento de que la población rural estaba desapareciendo, iniciaron un proceso de desaparición de este tipo de escuelas en donde se formaron los maestros que construyeron la formidable odisea llamada sistema educativo nacional. El gobierno federal las consideró, no sólo innecesarias, sino además demasiado caras y problemáticas, pues sus estudiantes se sumaban fácilmente a las luchas regionales de carácter reivindicativo y social, cuando no eran quienes motivaban a los campesinos a la defensa de sus derechos.

Poco a poco el normalismo ha ido desapareciendo y, como lo mencioné, de manera particular, aquel situado en las zonas rurales u orientadas a atender a las poblaciones que estaban situadas en esas zonas del país. Ha sido tan evidente esta estrategia que actualmente el crecimiento indiscriminado de la educación normalista privada ha significado que hoy atienda a más del 40 por ciento de los estudiantes, contra menos del 60 por ciento de los que estudian en la pública.

Eso no sería negativo por sí mismo si esa educación privada fuera complementaria y no sustitutiva de la que imparte el Estado, como se impulsó desde el peiismo y como se impulsa más decididamente desde el gobierno actual. Tampoco sería negativo si esa educación privada se dirigiera a la formación de los nuevos docentes en las regiones y los estados del país donde la educación básica es todavía una promesa para más de un millón y medio de niños, como reconoce el programa nacional en la materia. Hoy, nuevamente, como ya ocurrió en Mactumactzá, Chiapas, en El Mexe, Hidalgo, Auotzinapa, Guerrero, Amilcingo, Morelos, o en la Escuela Normal Femenil Ricardo Flores Magón, de Saucillo, Chihuahua,se atenta en contra del normalismo rural de una forma sistemática y en no pocas ocasiones salvaje.

Año tras año, los alumnos de las Normales Rurales elevan demandas que buscan preservar el modelo educativo que ha mostrado diversos resultados cuando hay apoyo real y no sólo respuestas policiacas. En lugar de apostar a una salida de fondo que atienda las causas que tienen en una situación de zozobra ese modelo educativo, pieza clave del subsistema de educación normal, las autoridades locales y las federales sólo han atinado a dar respuestas equivocadas, que no sólo aplazan peligrosamente la solución de un problema que todavía se encuentra en los linderos de la educación, sino que además lo profundiza tornándolo en una amenaza que ha dado en desbordarse en la violencia social y política.

Los sucesos de Tiripetío se inscriben en este laberinto de ciegos y sordos que no encuentra más solución que la represión. A la defensa del modelo de educación rural, se responde con violencia antes de atender a un diálogo verdadero y público. La imposición del actual modelo educativo por competencias, es una estocada más a la educación pública popular, realizada en el corazón del sistema de formación de docentes; ahí donde se forman los maestros que habrán de enfrentar las dificultades educativas y sociales que padecen y muestran los educandos de nuestras comunidades más pobres.

Pareciera que la consigna es la de acabar con cualquier atisbo de crítica

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