Las Consecuencias Del Proceso De Apropiación De La Fragilidad Sobre La Identidad.

3. Las consecuencias del proceso de apropiación de la fragilidad sobre la identidad.

Las atribuciones sociales provienen de las relaciones con el entorno más inmediato de la vida cotidiana y el ambiente más mediato de las instituciones sociales con las que las personas entran en contacto debido a que son parte de su mismo sistema de acción. Frente a una imagen negativa de si, una interpelación colectiva ineficaz por parte de los actores tradicionales dentro del trabajo, los jóvenes tiene chances de rebelarse, de reaccionar reconstruyendo nuevos espacios al margen de los espacios oficiales y manifestarse.

La aceptación de la discriminación cuando se busca un trabajo, o la pasividad frente al maltrato de los jefes son ejemplos de aceptación resignada de categorías. Un factor importante de las características del mundo vivido de los jóvenes es la evaluación positiva o negativa que realiza cada uno en torno a las capacidades que le brindan su trayectoria y la apreciación de sus posibilidades dentro del sistema de acción. La clave de estas nuevas configuraciones de lo relacional en la identidad cuyo desenlace esta en los efectos que tienen sobre el reconocimiento, las definiciones de si y del sentido de la acción colectiva para los jóvenes, la identidad no puede construirse consistentemente dejando de lado la aceptación de los demás o sin alcanzar un equilibrio entre las definiciones propias y aquellas propuestas por el medio circundante.

El reconocimiento e tanto un punto de partida como de llegada en la experiencia relacional del sujeto. Cuando un varón joven pobre se le niega un empleo que le rinda satisfacción o una vivienda saludable o la posibilidad de desarrollar sus capacidades y deseos lo que en realidad se le niega es el reconocimiento de un lugar valorado en la sociedad a la que pertenece. La gravedad de estas consecuencias se acentúa durante la juventud en virtud de “la fuerza del yo emerge de la confirmación mutua del individuo joven como portador de energía nueva reconoce a la sociedad como un proceso viviente que inspira lealtad, guarda fidelidad así como la atrae y respeta la confidencia del mismo modo que la exige”.

El reconocimiento es una manera de afirmación de si mismo a partir de los demás. Es un producto de luchas de poder dirigidas a imponer los propios sistemas de evaluación y valoración de los sujetos. Un reconocimiento negativo o la falta de el no genera crisis o problemas en la construcción identitaria únicamente porque suscitan miedo a la muerte y a la miseria.

El campo de trabajo es central porque de acuerdo a la forma de organización de nuestras sociedades adquirió a lo largo de la consolidación de la sociedad industrial, una fuerte legitimidad como sostén del reconocimiento de la identidad y la atribución de un estatus social. La “elección” entre definiciones de si, se da en un marco de completa limitación y dependencia. La “oferta” de categorías es limitada y por ello las posibilidades de reconocimiento también lo son. La aceptación o el rechazo y las identidades reivindicadas por uno están afectados en parte por el monto de reconocimiento que brinda cada uno.

El rechazo a ser considerado un “inútil”, “inexistente”, “incapaz” o “esencialmente peligroso”, para el sujeto el riesgo de ni siquiera existir para los otros, e impone además la exigencia de elaborar nuevas categorías que aseguren otras formas de aceptación social. La identidad no es posible sin esos otros y por eso la internalizacion de categorías limitantes y estigmatizantes resultan más “convenientes” frente a la posibilidad de no ser directamente objeto de su mirada. Por eso la identidad de estos jóvenes debe jugar entre aceptar tales definiciones negativas y reelaborarlas para que no impliquen una negación de si tan fuerte que termine paralizándoles u quebrándoles la autoestima. La aceptación por parte de jóvenes de su identidad “villera” como una desventaja y como un justificativo de ciertos comportamientos por parte de algunos actores sociales y la resignación frente a la desconfianza que genera solamente el color de su piel son ejemplos de este doble juego de atribución y reelaboración de una identidad.

Las definiciones que los jóvenes dan de ellos mismos expresan de alguna manera esta síntesis cuyo saldo parece ser más perjudicial que beneficioso. Las imagines subestimadas de si parecen reflejar el reconocimiento basado en la falta de privación que le otorgan los otros, sienten el peso de ser una carga y a veces de tener que negarse, negar su origen y aceptar quienes son ellos para otros. Parecieran resignados a que son y serán maltratados a que serán discriminados o desvalorizados, existe sobre ellos un juicio social de desconfianza, también el autodefiniciones de los jóvenes la cuestión central de saberse ocupando un lugar valorado en la estructura social entra en crisis en el momento que esta le demuestra de múltiples maneras que puede prescindir de su trabajo y de su opinión.

Las derivaciones implícitas de tal aceptación están en lo que Bourdieu llamaría el “sentido de los limites” que funciona como una barrera mental que sostiene la sensación de estar “irreversiblemente” limitados, implica la aceptación de la discriminación y la disposición de practicas acordes a ellas. Cuando sus propias definiciones asumen la exclusión presente en las definiciones de otros cuando ocurre un reconocimiento de la privación. Como la construcción de las identidades es un proceso abierto que utiliza categorías sociales cambiantes propias de un determinado lugar y tiempo el futuro de estos jóvenes aunque hasta ahora se muestran pesimistas, no esta cerrado.

La tipificación consiste en asignar esquemas categoriales a sujetos y cosas existenciales dentro del mismo campo de acción. La correspondencia y aceptación entre las categorías propuestas y las asumidas es una alternativa, porque también puede existir la contrapropuesta

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