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Las Dos Caras De Mi


Enviado por   •  9 de Septiembre de 2013  •  3.607 Palabras (15 Páginas)  •  344 Visitas

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Las dos caras de la verdad (Gregory Hoblit)

Las dos caras de la verdad es la historia de un engaño.

Edward Norton, con 27 añitos es Aaron Stampler (19), un joven monaguillo que ha sufrido abusos desde la niñez. A este chico maltratado la suerte parece sonreirle cuando el obispo de la ciudad le acoge en su cálido regazo y le cuida como a un hijo. Pero claro, ¿qué sabe un obispo de cuidar a un hijo? Nada. Entonces ocurre lo inevitable: el obispo le obliga a participar en vídeos caseros con otros monaguillos. Porno amateur, lo llaman ahora. Lo más cotizado en internet, aunque el pastor pecaba de nuevo, esta vez de egoísmo, y no colgaba esas obras de sacristía. Eran de consumo propio.

Esto, claro, afecta al joven Aaron Stampler, con nombre judío y un culito aterciopelado que hizo brincar en su sillón a las amigas con las que ví la película (¡admitidlo ya!).

Al grano: Aaron mata a su chulo, pringándolo todo de sangre. Y por graffitero le detienen y le encausan. Pobre Aaron: ¡las 78 puñaladas y la extirpación de los ojos eran en legítima defensa! Jo, qué mundo injusto este.

Nosotros, los espectadores, sospechamos que, efectivamente, el monaguillo es el asesino, aunque su abogado, Richard Gere (viejo canoso pero aún con pretensiones -suspirad, chicas-), insista en decir que es presunto. Aaron juega bien sus cartas y se inventa una doble personalidad, Roy, que le domina y hace como de Gollum, matando, destripando, limpiando la ciudad de animales y pederastas. Bien por Roy, a quien creemos y admiramos.

• Ahora los monaguillos entonarán el salmo XXIII. No se vayan, disfruten de su postre – dice el obispo, en una conferencia al inicio de la película.

Qué reveladoras son estas dos frases concatenadas del pater. Qué juego de palabras tan subliminal, tan discreto. Sólo alcanzamos a relacionar los términos monaguillos y postre cuando Richard Gere descubre, en un armario del obispo, los vídeos secretos para uso personal a los que ya me he referido en el primer párrafo.

Total: que es una película con dos sorpresas, pero amargamente gris, aburridilla, para una tarde lluviosa de sábado. Las dos caras de la verdad pasa y debe pasar desapercibida en el inmenso mar que es el cine y también, y más concretamente, en la filmografía de ese astro que es Edward Norton, al que perdonamos por ser su primera interpretación (dato: en 1998, sólo dos años después, nos deslumbraría con Derek Vinyard en American History X).

¡Con todo el respeto, señoría, 78 puñaladas sí son legítima defensa, maldito tarado!

jueves, 7 de febrero de 2013

Las dos caras de la verdad (Primal fear)

Me gustaría empezar el primer (de muchos, espero) post de cine jurídico advirtiéndoles a todos de que a continuación voy a desmenuzar la película por lo que, si no la han visto, no continúen leyendo o perderá todo interés. Están avisados.

Las dos caras de la verdad (1996) es una película de Gregory Hoblit, protagonizada por Richard Gere, Laura Linney y un joven Edward Norton que fue nominado a los Oscar, BAFTA y Globo de Oro como mejor actor de reparto. Debo añadir que la he elegido en primer lugar por ser la primera película jurídica que me impactó profundamente sin saber aún apenas lo que era una norma. Con el tiempo es fácil darse cuenta de que cojea un poco, tanto jurídica como psiquiátricamente, pero aún así me parece un gran film. Muy recomendable.

Martin Vail es un abogado ambicioso, soberbio y de reconocido prestigio que decide defender a un joven monaguillo, Aaron, al que se le acusa del brutal asesinato del arzobispo Rushman de la ciudad de Chicago. A priori, todos los indicios apuntan a la culpabilidad del monaguillo, detenido mientras intentaba huir de la escena del crimen, presunto autor tras cortarle los dedos de una mano, apuñalarle los ojos y testículos, y grabarle una inscripción en el pecho a la víctima. Esto supone un reto para Martin que quiere conseguir salvarlo de la pena de muerte.

La película se inicia con una interesante conversación con Martin, el abogado, que refleja su personalidad y su concepción sobre la Justicia. Un joven le realiza unas preguntas para una revista a lo que el abogado contesta: - El primer día en la facultad de Derecho, el profesor nos dijo dos cosas: de hoy en adelante cuando sus madres les digan que les quieran, pidan una segunda opinión. la segunda es que si quieren justicia, vayan a una casa de putas y, si quieren que les jodan vayan a los tribunales. A continuación se aborda la ya típica cuestión (y si no pregúntenle a cualquier jurista o estudiante de Derecho) de defender a un cliente que es conocidamente culpable, a lo que Martin responde: -A nuestro sistema judicial no le importa, ni a mi tampoco. Todo acusado, haya hecho lo que haya hecho, tiene derecho a la mejor defensa que su abogado le pueda proporcionar, punto. El periodista le pregunta entonces de qué le sirve la verdad, a lo que nuestro abogado contesta: - ¿Cree que sólo hay una verdad? ¿Cuál es la auténtica? Para mi solamente hay una, mi versión de la verdad, la que yo genero en las mentes de esos doce hombres y mujeres del jurado, ¿que prefiere llamarlo de otra manera?, por ejemplo, apariencia de verdad, eso es cosa suya.

Con este diálogo inicial, y el ansia que muestra Martin porque su foto sea portada, podemos extraer que cumple el patrón del concepto (erróneo) que las personas tienen de los abogados. Trabaja por la ambición y el dinero. Lo de ser justo es secundario. Se trata de un abogado con muchos galones, experiencia y picaresca, más preocupado por su imagen que por sus clientes.

De inmediato vuelve a quedar patente la mala concepción que se tiene sobre esta profesión al decir en su discurso el arzobispo (posteriormente asesinado): - No he visto juntos a tantos abogados y políticos desde que esta mañana estuve confesando en mi Iglesia. ¡¡Los abogados y los políticos al mismo nivel!! ¿En serio?

El acusado, por su parte, se trata de un joven asustado, tartamudo, tímido, incapaz de romper un plato y que no deja de repetir una y otra vez que es inocente. Sin embargo parece que no hay duda, ya que al ser detenido tras intentar huir de la habitación donde se produce el asesinato tiene la ropa y las manos llenas de sangre. Además lleva el anillo del arzobispo en el bolsillo. Martin apunta otra cosa importante, todos estos factores son indicios pero que el joven sea el asesino no es un hecho probado, por lo que insiste en el uso de la palabra "presunto". Algo tan sencillo como el lenguaje es fundamental en estos casos. Su ayudante, al enterarse de que el monaguillo llevaba el anillo de la víctima

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