Libro: La Ciudad Antigua
Enviado por andrea220499 • 9 de Marzo de 2015 • 2.013 Palabras (9 Páginas) • 256 Visitas
jueves, 18 de noviembre de 2010
Ensayo. Libro: La Ciudad Antigua. Autor: Fustel de Coulanges.
Comparto con ustedes el ensayo sobre el libro La Ciudad Antigua, de Fustel de Coulanges, que realicé para la materia de Derecho Romano I, en primer semestre. Espero que pueda ayudarles.
INTRODUCCIÓN
“La incomprensión del presente nace, fatalmente, de la ignorancia del pasado”… Desde la primera frase pude enlazar éste libro con “La Ciudad Antigua”, pues hay una frase que me llama la atención en ese libro, que describe perfectamente algunos sucesos que se han vivido a lo largo de los años y leí en el antes mencionado libro: “El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”.
Pienso que éstas frases contienen la idea central de la obra y, como dice el autor, es importante estudiar las creencias de las antiguas culturas para conocer sus instituciones y no “resuciten las malas cosas” de ellas en nuestra sociedad.
Además, me surgió la curiosidad de saber por qué dicen que “Es romano, es pagano”, pero la religión católica se dice que es “Católica, apostólica y Romana”.
LIBRO I: CREENCIAS ANTIGUAS
Explica creencias de los romanos y griegos, aun cuando estos pueblos las sacaron de otros. Comienza con la explicación del alma y de la muerte, ya que los griegos y romanos creían en la vida después de la muerte, ellos lo llamaban “un cambio de vida”. Según sus más antiguas creencias, decían que el alma siempre estaba unida al cuerpo, aún cuando la persona moría y era enterrada o “encerrada en su tumba”, por lo que creían que vivía bajo la tierra; por eso, cuando se enterraba a alguien se le trataba como si aun estuviera vivo: “Enterramos su alma en su tumba; Pero tan firmemente se creía en la antigüedad que un hombre vivía allí que jamás se prescindía de enterrar con él los objetos de que, según se suponía, tenía necesidad: vestidos, vasos, armas. Se derramaba vino sobre la tumba para calmar su sed; se depositaban alimentos para satisfacer su hambre.” (1).
(1) Fustel de Coulanges, La Ciudad Antigua, pp. 8-9.
De ahí nace la costumbre de poner los epitafios, pues los antiguos romanos y griegos lo ponían para indicar que ahí descansaba un alma.
La antigüedad entera creía, firmemente, (porque era cuestión de fe) que sin la sepultura el alma era miserable y por la sepultura adquiría la eterna felicidad. También la infelicidad del alma era alcanzada si no se hacían los ritos correspondientes. Así surgen las primeras fosas comunes, por la necesidad de enterrar a las almas y cuerpos a los cuales no les habían dado sepultura para que sus almas pudieran descansar en paz.
Las familias de los muertos tenían que llevarles alimentos (les llamaban comida fúnebre) para que comieran sus almas, y derramar vino sobre sus tumbas para que bebieran; tradición que después se hizo obligatoria, o que podía practicarse, al menos, una vez al año. Así se instituyó toda una religión sobre la muerte, lo que provocó que pronto los muertos fueran venerados y convertidos en una divinidad (cada muerto era considerado un dios) y las tumbas eran sus templos.
La comida fúnebre era tan importante que se creía que si se dejaba de ofrecer, los muertos salían de sus tumbas y castigaban a los vivos con enfermedades o “esterilidad del suelo” hasta el día en que reanudaban las comidas fúnebres. Más tarde, los griegos llamaron a estas almas humanas divinizadas por la muerte “demonios (deimon) o héroes”. Los romanos los llamaron “lares”.
Posteriormente se hizo obligatorio que en las casas romanas y griegas hubiera un altar. Éste tenía que tener ceniza y carbones encendidos que conservaban el fuego día y noche, no tenía que cesar de brillar pues se decía que “hogar (2) extinguido, familia extinguida”. Había un día al año designado para extinguir el fuego sagrado y encender el fuego nuevo inmediatamente (entre los romanos era el 1 de mayo).
(1) Hogar: Del b. lat. focāris, adj. der. de focus, fuego. p. us. hoguera.
El fuego tenía algo de divino, se le adoraba, se le rendía culto, se le veía como un dios bienhechor que conservaba la vida del hombre, que protegía la casa y a la familia.
Los antiguos griegos y romanos acostumbraban enterrar a sus muertos en sus casas y rendirles culto ahí. Cada familia tenía sus propias ceremonias, sus fiestas particulares, sus oraciones y sus himnos. El padre era el pontífice de su religión y sólo podía enseñársela a su primer hijo varón y tenía prohibido transmitirla a personas que no pertenecieran a la familia. La religión sólo podía transmitirse de varón en varón, pues se creía que sólo los hombres podían dar lugar a la siguiente generación porque poseía “el poder reproductor”.
LIBRO II: LA FAMILIA
La religión ha sido el principio constitutivo de la religión antigua; la familia era considerada como un grupo de personas al que la religión permitía invocar al mismo hogar y ofrecer la comida fúnebre a los mismos antepasados. Con ésta surge la primera institución establecida por la religión doméstica: el matrimonio.
El matrimonio significaba para la joven el abandono de su religión y de sus dioses, pues soltera tenía la religión de su padre, pero casada tenía que adoptar la religión de su esposo. Pero éste acto exigía a los que los contrajeran, que hubieran nacido cerca uno del otro para que ella tuviera derecho a sacrificar a sus dioses. Por eso, el matrimonio era “la ceremonia santa de iniciación” de la joven en la religión y costumbres del hogar de su esposo. Dicha ceremonia no era realizada en el templo, sino en la casa y era presidida por el dios doméstico.
El matrimonio se componía de tres actos:
1.- Ante en hogar del padre (Traditio)
2.- En el tránsito del hogar del padre y el hogar del marido (Deductio in Domum)
3.- En el hogar del marido (Conjarreatio)
En la segunda etapa encontramos algo que hoy en día se sigue practicando en las bodas, pero que, normalmente, no se sabe por qué se hace: el hecho de cargar a la novia
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