Loco Afan
Enviado por katyhenriquez • 22 de Abril de 2015 • 42.019 Palabras (169 Páginas) • 244 Visitas
Loco afán
Pedro Lemebel
Loco afán
Crónicas de sidario
EDITORIAL ANAGRAMA
BARCELONA
Diseño de la colección:
Julio Vivas
Ilustración: "Las dos Fridas" performance de "Yeguas del Apocalipsis”
Galería Bucci, 1990, Santiago de Chile.
Foto registro: Pedro Marinello
© Pedro Lemebel, 1996, 2000
© EDITORIAL ANAGRAMA, S.A., 2000
Pedró de la Creu, 58
08034 Barcelona
ISBN: 84-339-2382-X
Depósito Legal: B. 19282-2000
Printed in Spain
Liberduplex, S.L., Constitució, 19, 08014 Barcelona
A Olga Lemebel, mi abuela materna, madre soltera y
ternura errante.
A Violeta, la mujer que me dio la voz.
A Carmen Berenguer, por la amistad de su pluma
indomable.
A Francisco Casas, por las " Yeguas del Apocalipsis» y
las huellas de ese carnaval ceniciento.
A Polo Escárate, le decíamos la Pola Negri.
A Elías Jamet, vivía en la calle París.
A Néstor Perlongher, nos encontramos en
Valparaíso, la última vez.
A Juan Edmundo González, lo despedí en el Paseo
Ahumada, vitrineando
A Sigifredo Barra, recuerdo su sombrero con cinta de
leopardo.
A la bendita suerte.
A la peligrosa pasión.
A tantos.
La plaga nos llegó como una nueva forma de colonización, por el contagio
Reemplazó nuestras plumas por jeringas, y el sol por la gota congelada de la luna en el sidario.
“Demasiado herida”
LA NOCHE DE LOS VISONES
(o la última fiesta de la Unidad Popular)
Santiago se bamboleaba con los temblores de tierra y los vaivenes políticos que fracturaban la estabilidad de la joven Unidad Popular. Por los aires un vaho negruzco traía olores de pólvora y sonajeras de ollas, «que golpeaban las señoras ricas a dúo con sus pulseras y alhajas». Esas damas rubias que, pedían a gritos un golpe de Estado, un cambio militar que detuviera el escándalo bolchevique. Los obreros las miraban y se agarraban el bulto ofreciéndoles sexo, riéndose a carcajadas, a toda hilera de dientes frescos, a todo viento libre que respiraban felices cuando hacían cola frente a la UNCTAD para almorzar. Algunas locas se paseaban entre ellos, simulando perder el vale de canje, buscándolo en sus bolsos artesanales, sacando pañuelitos y cosméticos hasta encontrarlo con grititos de triunfo, con miradas lascivas y toqueteos apresurados que deslizaban por los cuerpos sudorosos. Esos músculos proletarios en fila, esperando la bandeja del comedor popular ese lejano diciembre de 1972. Todas eran felices hablando de Música Libre, el lolo Mauricio y su boca aceituna, de su corte de pelo a lo Romeo. De sus jeans pata de elefante tan apretados, tan ceñidos a las caderas, tan apegados a su ramillete de ilusiones. Todas lo amaban y todas eran sus amantes secretas. "Yo lo vi. A mí me dijo. El otro día me lo encuentro". Se apresuraban a inventar historias con el príncipe mancebo de la televisión, asegurando que era de los nuestros, que también se le quemaba el arroz, y una prometió llevarlo a la fiesta de Año Nuevo. A esa gran comilona que había prometido la Palma, esa loca rota que tiene puesto de pollos en la Vega, que quiere pasar por regia e invitó a, todo Santiago a su fiesta de fin de año. Y dijo que iba a matar veinte pavos para que las locas se hartaran y no salieran pelando. Porque ella estaba contenta con Allende y la Unidad Popular, decía que hasta los pobres iban a comer pavo ese Año Nuevo. Y por eso corrió la bola que su fiesta sería inolvidable.
Todo el mundo estaba invitado, las locas pobres, las de Recoleta, las de medio pelo, las del Blue Ballet, las de la Carlina, las callejeras que patinaban la noche en la calle Huérfanos, la Chumilou y su pandilla travesti, las regias del Coppelia y la Pilola Alessandri. Todas se juntaban en los patios de la UNCTAD para imaginar los modelitos que iban a lucir esa noche. Que la camisa de vuelos, que el cinturón Saint-Tropez, que los pantalones rayados, no, mejor los anchos y plisados como maxifalda, con zuecos y encima tapados de visón, suspiró la Chumilou. “De conejo querrás decir linda, porque no creo que tengas un visón." “Y tú regia. ¿De qué color es el tuyo?” "Yo no tengo", dijo la Pilola Alessandri, “pero mi mamá tiene dos.” "Tendría que verlos.” "Cuál quieres. ¿El blanco o el negro?” “Los dos”, dijo desafiante la Chumilou. “El blanco para despedir el 72, que ha sido una fiesta para nosotros los maricones pobres. Y el negro para recibir el 73, que con tanto güeveo de cacerolas se me ocurre que viene pesado.” Y la Pilola Alessandri, que había ofrecido los abrigos, no pudo echarse para atrás, y esa noche de fin de año llegó en taxi a la UNCTAD, y después de los abrazos, sacó las pieles sustraídas a la mamá, diciendo que eran auténticas, que el papá los había comprado en la Casa Dior de París, y que si algo les pasaba la mataban. Pero las locas no la escucharon, envolviéndose en los pelos posando y modelando mientras caminaban a tomar la micro para Recoleta, comentando que ninguna había probado bocado, menos la Pilola que en el apuro por sacar los abrigos se había perdido la cena familiar con langosta y caviar, por eso estaba muerta de hambre, con el estómago hecho un nudo, desesperada por llegar donde la Palma a probar los pavos de la rota.
Al cruzar el grupo frente a una comisaría, las regias se adelantaron para no tener problemas, pero igual los pacos algo gritaron. Entonces la Chumilou se detuvo, y haciendo resbalar el visón por su hombro, sacó un abanico y les dijo que estaba preparada para la noche. Después en la micro no dejó de arrastrar el tapado por el pasillo haciéndose la azafata. Cantando un cuplé, transformando el viaje en un show de risas y tallas que respondían las otras acaloradas por el verano nocturno. Cuando llegaron,
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