Mejorar nuestra vida con la práctica de Nam-myoho-renge-kyo
Enviado por SHERLY.95 • 11 de Septiembre de 2021 • Documentos de Investigación • 1.663 Palabras (7 Páginas) • 243 Visitas
3.14 Mejorar nuestra vida con la práctica de Nam-myoho-renge-kyo
El presidente Ikeda analiza los beneficios de nuestra práctica diaria de entonar Nam-myoho-renge-kyo y recitar partes del Sutra del loto.
La Ley Mística es la clave para elevar nuestra vida. En El logro de la budeidad en esta existencia, el Daishonin escribe:
Es como el caso de un espejo percudido, que, una vez lustrado, refulge como una joya. Una mente nublada por las ilusiones provenientes de la oscuridad fundamental de la vida es como un espejo percudido; pero una vez pulida, sin falta se convierte en un espejo impecable, que refleja la naturaleza esencial de los fenómenos [o naturaleza del Dharma] y el verdadero aspecto de la realidad. Haga surgir una profunda fe y lustre su espejo día y noche, con ahínco y esmero. ¿De qué manera lustrarlo? Tan solo entonando Nam-myoho-renge-kyo.*1
En la sociedad actual, abundan las influencias negativas. La vida de la gente se nubla y contamina fácilmente. Por eso, necesitamos un método fundamental para purificar y elevar nuestra vida.
Una vida perfeccionada de este modo mediante la práctica de Nam-myoho-renge-kyo brilla de sabiduría; y esa sabiduría obra como un faro que alumbra el camino hacia la victoria como seres humanos. En el capítulo «Los beneficios del maestro de la Ley» (19.o) del Sutra del loto, se describe del siguiente modo la sabiduría de los que practican la Ley Mística: «Será como un espejo puro y reluciente en el cual se reflejarán todas las formas y figuras».*2 Así como un espejo limpio refleja los objetos tal como son, una vida que ha sido purificada puede ver claramente la verdadera realidad de todos los fenómenos del mundo.
En el Registro de las enseñanzas transmitidas oralmente, el Daishonin lo comenta con estas palabras:
El pasaje del sutra dice que las personas cuyos seis órganos sensoriales son puros serán como el lapislázuli o como espejos brillantes donde se podrán ver los mil millones de mundos de un gran sistema planetario.*3
Ahora, cuando Nichiren y sus seguidores entonan Nam-myoho-renge-kyo, ven y comprenden los diez mil fenómenos [es decir, la totalidad de los fenómenos] como si los reflejara un espejo brillante.*4
El lapislázuli es una de las siete clases de tesoros.*5 La purificación de los seis órganos sensoriales*6 es uno de los beneficios que logran los practicantes de la Ley Mística, según refiere el capítulo «Los beneficios del maestro de la Ley». En otras palabras, mediante nuestra práctica budista, se purifican y elevan las facultades mentales y perceptivas representadas por nuestros ojos, oídos, nariz, lengua, cuerpo y mente, que en verdad aluden a nuestra vida entera.
El «espejo brillante» de una vida elevada y acendrada refleja cabalmente el universo, la sociedad y la vida humana. Esencialmente hablando, ese brillante espejo es el Gohonzon, la vida de Nichiren Daishonin. En sentido más amplio, es el «brillante espejo del corazón puro y sincero [en la fe]»*7 de todos aquellos que creen en el Gohonzon como seguidores del Daishonin.
Este es el significado profundo de la fe en la Ley Mística. A través de una fe firme, podemos elevar y transformar nuestra vida en sentido físico y espiritual, y conducirla a expresar su estado más fuerte y depurado. Esa purificación de la vida mediante la fe es la fuerza motriz de nuestra victoria como seres humanos. Por eso, es vital que perseveremos en la fe hasta el final de la existencia.
Del discurso pronunciado en una reunión general de la División de Artistas, en Tokio, el 10 de mayo de 1987.
3.15 El cambio comienza a partir de la oración
En referencia a los escritos del Daishonin, el presidente Ikeda se explaya sobre el profundo significado de la oración en el budismo Nichiren.
Nichiren Daishonin escribe:
[L]as oraciones de un practicante del Sutra del loto serán respondidas tal como el eco acompaña el sonido, como la sombra sigue a un cuerpo, como la luna se refleja en el agua límpida, como el rocío se condensa sobre un espejo,*1 como el imán atrae al hierro, como el ámbar adhiere el polvo o como un espejo bruñido refleja el color de los objetos.*2
En este pasaje, el Daishonin declara que las oraciones del devoto del Sutra del loto siempre son respondidas. Para mostrar su firme convicción en lo que postula, se vale de analogías con principios y fenómenos naturales.
Allí donde los practicantes del Sutra del loto entonan Nam-myoho-renge-kyo, sus oraciones sin falta generan resultados positivos, tal como el eco sigue al sonido y como la sombra sigue a un cuerpo. El Daishonin enseña que la oración transforma nuestra vida —física y espiritualmente—, y esta, a su vez, ejerce una influencia positiva en el ambiente.
Orar no es algo abstracto. Muchas personas hoy consideran que el ámbito intangible de la vida es un mero producto de la imaginación. Pero si solo vemos las cosas desde una perspectiva materialista, nuestro vínculo con las cosas y las personas quedará mayormente relegado al caos de la coincidencia. Sin embargo, la lúcida mirada del budismo discierne la Ley de la vida en lo profundo del caos aparente, y la identifica como la fuerza que sustenta y activa todos los fenómenos desde lo profundo.
El Daishonin escribe: «Por otro lado, como la vida no transcurre fuera de este instante, el Buda expuso los beneficios que derivan de un solo momento de regocijo [al escuchar el Sutra del loto]».*3 Como «la vida no transcurre fuera de este instante» —según dice el Daishonin—, nuestro foco debe apuntar al poder que brota de nuestro interior a cada momento, que es lo que puede sustentarnos y dar a nuestra existencia un rumbo fundamental. La oración —es decir, entonar Nam-myoho-renge-kyo— es la única forma de confrontar nuestras ilusiones internas en este plano profundo.
De ello se desprende que orar es la fuerza motriz para mantener una práctica correcta y una conducta comprometida. Nada es tan endeble como la actividad sin oración. Para quienes obran así, las cosas parecen marchar sobre rieles durante un tiempo; mientras todo anda bien, irradian optimismo. Pero en cuanto los golpea alguna adversidad, caen en la desesperanza y se muestran frágiles como un árbol marchito. Al no tener dominio de sí mismos, la marea turbulenta de la sociedad los sacude como a una hoja expuesta a las olas.
La senda hacia la cumbre de la vida no sigue una línea recta. Hay éxitos y errores; a veces ganamos y a veces perdemos. Pero cada paso que damos, con sus codos y recodos, nos permite crecer un poco más. En este proceso, la oración es una potente fuerza que nos impide regodearnos en la victoria o desesperarnos en la derrota.
Por eso nadie es tan íntegro como la persona que se basa en la oración. Orar de manera potente y enfocada activa las fuerzas de la fe y la práctica, que a su vez ponen en marcha las fuerzas del Buda y de la Ley. Uno mismo es siempre el agente y el protagonista, en la medida en que las oraciones transforman el propio corazón en lo recóndito de la vida. El cambio interior —profundo e intangible— que tiene lugar allí donde un sujeto hace la práctica no se agota en su propia persona [sino que se extiende a los que forman parte de su ambiente]. De la misma manera, cuando cambia una comunidad, las transformaciones tampoco se detienen en ese círculo. Así como una ola pone otras olas en movimiento, el cambio en el nivel comunitario crea un efecto en cadena que se traslada tambien a otros espacios.
Quiero afirmar que el primer paso del cambio social consiste en cambiar el corazón de cada individuo.
Allí, creo yo, adquiere profundo significado el planteamiento del Daishonin de que «el budismo es razón».*4
Para volver al pasaje que estamos estudiando, los términos «sonido», «forma» y «agua límpida» corresponden a la postura con la cual oramos, mientras que «eco», «sombra» y «reflejo de la luna» se refieren a la respuesta natural que generan las oraciones. Así como estas tres analogías se refieren a fenómenos que ocurren de acuerdo con principios naturales, las oraciones del practicante del Sutra del loto también producen respuestas claras, de acuerdo con la ley rigurosa de la vida y con la razón.
Las oraciones, en el budismo Nichiren, carecen de toda soberbia o prepotencia. El solo acto de sentarse ante el Gohonzon a entonar Nam-myoho-renge-kyo conlleva la humildad de trascender el apego a la propia sabiduría superficial y al alcance limitado de la propia experiencia, e involucra el deseo sincero de fusionar nuestra vida con el ritmo primordial de la naturaleza y del universo, revelado por la sabiduría del Buda. Sin menospreciarnos ni humillarnos, concentramos todas las acciones en el instante vital —por medio de nuestra oración resuelta— y recargamos nuestra energía para desplegar un crecimiento ilimitado. Esto constituye un estado de vida sumamente sano y satisfactorio.
Oremos al Gohonzon por todos los problemas o sufrimientos de la vida, y desafiémonos para transformarlos.
La oración es de enorme importancia. Nunca olvidemos que es el punto de partida de todos los avances. Si perdemos de vista esto y no mejoramos nuestra realidad, hasta los discursos más elocuentes o los argumentos más elaborados serán teorías estériles, ilusiones vacías. Tanto la fe como el espíritu de Gakkai surgen de orar con intensidad y profundidad sobre las situaciones reales.
Pero en el budismo del Daishonin la oración por sí sola no basta. Así como una flecha disparada hacia el blanco contiene la poderosa fuerza del arquero que la lanzó, nuestras oraciones condensan la totalidad de nuestros actos y esfuerzos. Orar sin accionar es una simple enunciación de deseos, y actuar sin orar es una estrategia poco productiva.
Por lo tanto, siento que las oraciones elevadas reflejan un noble sentido de la responsabilidad. Una postura despreocupada o negligente hacia el trabajo, los asuntos cotidianos y la vida en sí no se traduce en oraciones serias. Los que se consagran a la oración son quienes asumen la responsabilidad de su vida en cada aspecto y dan lo mejor en todos los frentes.
De la conferencia acerca del escrito Sobre la oración, de Nichiren Daishonin, publicada en el Seikyo Shimbun el 22 de octubre de 1977.
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