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¿Qué es lo urbano? Entre la realidad y la utopía: LA MENTALIDAD URBANA COMO UN MODO DE VIDA


Enviado por   •  16 de Noviembre de 2020  •  Ensayo  •  2.061 Palabras (9 Páginas)  •  112 Visitas

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¿Qué es lo urbano? Entre la realidad y la utopía

LA MENTALIDAD URBANA COMO UN MODO DE VIDA

El aprendizaje es siempre una interacción entre los contenidos y las habilidades cognitivas, que representan respectivamente lo que se aspira estudiar y el medio para cumplir con dicho cometido. En función de una ordenada y óptima interiorización del conocimiento, es menester comprender que las antes mencionadas habilidades poseen una organización jerárquica según niveles de complejidad, que han de condicionar las etapas del aprendizaje. Existen diversas clasificaciones taxonómicas para las habilidades cognitivas, siendo la de Bloom revisada por Anderson una de las más comúnmente referidas (MIDE UC). Esta taxonomía clasifica las habilidades en seis procesos bien diferenciados y lineales: conocer, comprender, aplicar, analizar, evaluar y crear, abarcando el primero de estos -conocer- la acción de definir, que antecede a todo tipo de área cognitiva (Anderson et al, 2001). Siendo así, para adquirir conocimiento al estudiar cualquier tema, materia o campo del conocimiento, es imprescindible partir por definir para poder conocer y sólo entonces estar en facultad de seguir avanzado en el aprendizaje hasta alcanzar una plena asimilación. Incluso en el marco de la investigación científica y social, entendida como un proceso, se toman en consideración estas habilidades al establecer en su desarrollo una serie de diferentes etapas que parten necesariamente con la definición del tema de investigación, de la que se desprende el resto de la estructura (Manterola & Ozten, 2013).

Bajo esta premisa, para poder estudiar lo urbano es imperativo comenzar por una buena definición que dé pie a todo estudio posterior para obtener un real aprendizaje de la complejidad de dicho fenómeno por medio de la interrogante de “¿qué es lo urbano?”. No obstante, la definición reflexiva conlleva una alta complejidad para su acepción debido a su carácter subjetivo influenciado por la experiencia personal. En este sentido, responder a qué es lo urbano es pues, una cuestión relativa, si bien pueden encontrarse ciertas definiciones en la literatura especializada apropiadamente argumentadas y justificadas e incluso en el cine posibles de agrupar e interpretar conjuntamente por sus similitudes. Esto, de forma tal que esclarezcan el concepto para así proseguir con el estudio del fenómeno de lo urbano propiamente tal.

De acuerdo con Wirth (1968) caracterizar como urbano a un territorio considerando sólo el tamaño de su población o su densidad, como es usual, es una cuestión arbitraria y poco satisfactoria para la definición resultante, que se desentiende de la heterogeneidad propia del urbanismo. Una definición de lo urbano significativa, entonces, debe configurarse a partir de aquellos elementos que lo particularizan como un modo de vida en grupo distintivo desde un punto de vista sociológico. La definición de lo urbano que se desglosa de “La Metrópolis y la vida mental” de George Simmel (1903), por ejemplo, cumple a cabalidad con los preceptos rectores de Wirth (1968) y se condice con sus propias descripciones. Esta definición surge a partir de la caracterización de los rasgos particulares de los habitantes de las metrópolis o urbanitas metropolitanos en desmedro del tamaño o lo construido, y sus interacciones y choques permanentes -o “encuentros violentos”- con su mundo interno y, especialmente, con el mundo externo de la sociedad urbana en la que se encuentra inmerso (Simmel, 1903), que efectivamente constituyen al urbanismo como un modo de vida distintivo. Para el autor, bajo una perspectiva cultural, social y psicológica, el urbanita metropolitano es una persona indiferente -incluso antipática- y reservada, altamente influenciada por el capitalismo industrial y la modernidad que instituyen las bases del gran urbe, cuya personalidad calculadora, matemática y racional se ha establecido a partir del estilo de vida citadino ineludiblemente acelerado, inquietante y agitado (Simmel, 1903). Y es a partir de una comparación entre los modos de vida en las metrópolis, medianas y pequeñas ciudades y entornos rurales que Simmel y Wirth proponen su caracterización.

Se deduce que Simmel (1903) no pretende juzgar moralmente al urbanita metropolitano, sino comprenderlo: comprender su personalidad de estímulos nerviosos intensificados, que resultan de este “rápido e ininterrumpido intercambio de impresiones externas e internas”. Él mismo explica que el origen de los problemas de la vida moderna en la ciudad -asociados al individualismo de sus habitantes- derivan de las reflexiones de los siglos XVII y XIX, así como de los principios socialistas, que priorizan la existencia del ser humano y lo conciben libre de todo tipo de ataduras y obstáculos en su proceder, incluida la moral, y autónomo e individual ante a las fuerzas sociales que lo determinan. Con este trasfondo antropológico filosófico, en la actualidad el urbanita se identifica con un constante estado de alerta, que lo protege de las discrepancias del medio que amenacen con descolocarlo de su subjetividad personal, la cual equipara con su libertad. Este individualismo protector resguarda al hombre urbano metropolitano de la externalidad de la metrópolis -como son la sobreestimulación y la diversidad de pensamientos y realidades- mediante la indiferencia, la insensibilidad, la distancia, la desconfianza y la devaluación por lo objetivo, lo que en su conjunto es denominada por Simmel (1903) como actitud blasé.

Dichas cavilaciones pretéritas además proponen al hombre como un ser único, indispensable y sin punto de comparación entre sus pares, pero aun así dependiente de la complementariedad de sus actividades con el resto, lo que alude a la vida gregaria y urbana (Simmel, 1903), que desalienta el trabajo por cuenta propia y fomenta las interrelaciones mutuas en lo económico y social (Wirth, 1968). Por otro lado, Simmel (1903) también concibe al urbanita metropolitano como un ser intelectual e inteligente, que actúa con el entendimiento y la racionalidad, nuevamente para no sucumbir a las fuerzas sociales de la metrópolis al igual que con la actitud blasé, en contraposición con la vida en las medianas y pequeñas ciudades y los espacios rurales, que tienden a ser gradualmente mucho más emocionales en sus relaciones al “actuar con el corazón”. El modo de vida en la gran ciudad carece de lazos sentimentales, lo que denota vínculos de parentesco débiles y una decadente significación del sentido de familia, y repercute en la búsqueda de grupos ficticios de consanguinidad, así como una desaparición de las prácticas de buena vecindad y las bases tradicionales de una sociedad solidaria (Wirth, 1968).

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