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RELATO SOBRE LA SITUACIÓN SOCIOECONÓMICO DE ALGUNOS INMIGRANTES VENEZOLANOS EN CARTAGENA


Enviado por   •  25 de Abril de 2019  •  Ensayo  •  2.412 Palabras (10 Páginas)  •  158 Visitas

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RELATO SOBRE LA SITUACIÓN SOCIOECONÓMICO DE ALGUNOS INMIGRANTES VENEZOLANOS EN CARTAGENA

Este trabajo describe la situación económica y social de un grupo de inmigrantes venezolanos, entre ellos hombres, mujeres y niños, ubicados entre el sector del Castillo de San Felipe, centro histórico y Bocagrande; los cuales, se encuentran en situación de calle, mendicidad e informalidad laboral. Considero que es un tema pertinente porque es muestra de una problemática muy actual, y con la cual, muchos cartageneros nos topamos casi que diariamente. Todo el tiempo, a través de diferentes medios de comunicación, vemos y escuchamos mencionar “Cartagena La Fantástica”, pero esta ciudad esconde una serie de dificultades que hacen ver el rótulo elaborado por el cantante Carlos Vives como una ironía que no responde a la realidad de este puerto ubicado a orillas del mar Caribe. No es tarea difícil escoger una temática relaciona con algún problema que padezca la ciudad, se podría elegir cualquiera: Pandillas, corrupción, microtráfico, turismo sexual, desempleo; pero, pienso que la emergencia humanitaria que padece otro país, y la forma en que directa o indirectamente afecta a nuestra sociedad, resulta un caso bastante particular e interesante

Para elaborar este foto-relato conté con el acompañamiento de mi hermano, quien colaboró realizando algunas fotografías y tomando anotaciones de los diálogos con algunos inmigrantes venezolanos. En el transcurso del recorrido comprendido entre el Castillo de San Felipe y el barrio de Bocagrande, íbamos realizando comentarios sobre los sitios donde se ubicaban estos inmigrantes y las actividades en las que se encontraban. Por otra parte, muy pocos venezolanos accedieron a platicarnos sobre su situación, y mucho menos permitieron tomar fotografías, es por esta razón que la gran mayoría de las fotografías aparecen alejadas, sin embargo, considero que pudimos elaborar un buen trabajo con el material que teníamos.

Nos posicionamos en la glorieta ubicada frente al Castillo de San Felipe, allí encontramos a un grupo de inmigrantes venezolanos en situación de indigencia, ubicados en cada uno de los semáforos que regulan el tránsito en la glorieta, utilizando unas pancartas para exclamar su problemática. El grupo se constituía por alrededor de seis mujeres, entre los veinte y treinta años, dos hombres, y un par de niños muy pequeños.

Entre los diferentes grupos que están allí posicionados, hubo una mujer que accedió a comentarnos su situación. Esta mencionaba que llevaba junto a su esposo y dos hijos cerca de tres meses en Cartagena; estuvo

de paso un par de semanas por Santa Marta y Sincelejo, pero al ver que no encontraba empleo, se dirigió a nuestra ciudad en búsqueda de lo que en otras ciudades les había sido esquivo. Al encontrarse sin más dinero, con sus sueños frustrados, y con un par de pequeños hambrientos, y al hombro, no encontraron otra alternativa que sobrevivir de la caridad pública. La mujer no tiene ninguna formación profesional, su esposo tampoco, y menciona que casi que la totalidad de los inmigrantes que están en este sector carecen de formación técnica o profesional.  

                                                                             

Justo en frente del monumental castillo de San Felipe, en la desviación de la Avenida Pedro de Heredia, que conduce a los barrios de Paseo de Bolívar, Santa Rita, Daniel Lemaitre y San Francisco, se encuentra la estación de combustible ESSO. Esta estación alberga casi que durante 24 horas los únicos medios de transporte para acceder a Daniel Lemaitre, San Francisco y las faldas de La Popa. Debo mencionar que hace más de quince años los barrios mencionados carecen de servicio público legal, y estos Jeeps “Recoge loco” son la única opción para los más pobres, quienes no tienen dinero para pagar un taxi, que sería la segunda opción, o una moto taxi – que sigue siendo un medio, entre los papeles, ilegal -. A la fecha, estos Jeeps, en su mayoría, son conducidos por inmigrantes venezolanos; antes, eran manejados por vecinos de San Francisco y La María. El asunto es que existe un grupo de hombres venezolanos que sobreviven gracias a esta informalidad. Ellos saben conducir – algunos muy bien – pero no todos tienen un pase legítimo, y otros ni si quiera lo poseen.    

                                               

Otros conductores, de este mismo medio de transporte, señalan que los inmigrantes les han ido quitando las oportunidades a los propios cartageneros, a razón de que cobran menos al propietario del Jeep, así como lo hacen con el precio del pasaje. En alguna ocasión, mientras me transportaba en uno de estos vehículos, el conductor – venezolano – decía: “yo cojo mil, hasta quinientos pesos… pero yo necesito mantener a mi familia. Tengo tres chamos”. Pienso que tal vez no es su voluntad querer conducir un medio de transporte en tan precarias condiciones, pero es una manera de subsistir; en realidad, lo hacen más por necesidad que por otra cosa. Sería eso o vender dulces y esperar la caridad pública.

Eran un poco más de las cinco de la tarde cuando llegamos al centro histórico de la ciudad. Realizamos un recorrido por el borde de la avenida Daniel Lemaitre, la más importante de este sector, y carril único para uso de TRANSCARIBE, el sistema de transporte masivo de la ciudad.  No hay que ser un sabio o un brujo para saber que alrededor del flujo de pasajeros que acoge Transcaribe en sus estaciones se mueve el comercio. Contamos algo más de 43 inmigrantes venezolanos, entre el monumento a la India Catalina y la Torre del Reloj, repartidos en diferentes actividades. Algunas mujeres pedían colaboración, esperando que el hecho de tener dos niños – uno en cada brazo – encima, conmoviera a los transeúntes y así recibir una pequeña ayuda monetaria. Los hombres, en su mayoría, con una pequeña bolsa de chupetes de caramelo, o una cava lista para distribuir agua, gaseosa o jugo. El caso mas llamativo es el de los niños; pequeños entre cinco y ocho años, mal nutridos y descalzos, vendiendo dulces o extendiendo la mano para solicitar colaboración. Sin embargo, habían grupos un poco más “organizados”, vendiendo bisutería y fragancias masculinas y femeninas en pequeños estantes.

Resulta complejo encontrar puntos positivos con relación a esta problemática, todo lo contrario, esta situación ha generado la aparición de mendicidad infantil en un sector de la ciudad considerado patrimonio histórico, y el cual, es centro de importantes de reuniones internacionales, es una ventana al mundo. Sin embargo, no es justo hacer una denuncia del cordón amurallado, cuando también sucede en los barrios populares, pero, apegándome al espacio donde realizo el foto-relato, debo resaltar esta zona de la ciudad. Ahora, otro punto negativo, producto de esta problemática, es el crecimiento de la informalidad, y la pugna entre propios y extranjeros, con relación al control de esos espacios económicos; si bien hay muchos cartageneros que se dedican a la venta de dulces, bebidas, minutos celulares, y otras pequeñas mercancías, en este momento deben compartir plaza junto a estos inmigrantes, lo que trae como consecuencia menos ingresos para las familias previamente establecidas, y esto, paralelamente, provoca la aparición de comportamientos como la xenofobia.

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