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SOBRE LA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA


Enviado por   •  29 de Enero de 2014  •  3.353 Palabras (14 Páginas)  •  267 Visitas

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SOBRE LA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA

Jesús Perozo

Durante su breve vida, Étienne de La Boétie (1530-1563) produjo uno de los textos fundamentales en la reflexión sobre la libertad. Su inquietud esencial era desentrañar el porqué los hombre se someten a los tiranos cuando, de unirse, podrían alcanzar rápidamente su liberación. La cuestión a dilucidar son las razones de la obediencia voluntaria de los muchos al poderoso: "Si un tirano es un solo hombre y sus súbditos son muchos, ¿por qué consienten ellos su propia esclavitud?". Un tema de psicología y filosofía políticas. La Boétie alentaba la "derrotada de manera automática" de la tiranía si los hombres se niegan a tolerar su propia esclavitud. La Boétie no era partidario del tiranicidio, de la muerte física de la persona del tirano, porque "matar" a un tirano consiste en destruir su poder mediante el retiro no violento del apoyo o consentimiento a su autoridad. Así, se mata no a un hombre sino a la tiranía misma. La posición libertaria de La Boétie en pleno siglo XVI, en el comienzo de las monarquías absolutistas, es un antecedente del gesto liberador de la ilustración y del Contrato social de Rousseau, de la resistencia no-violenta y la desobediencia civil de siglos posteriores.

El Discourse fue escrito alrededor del año 1553. En este siglo se construyeron los cimientos del llamado "antiguo régimen" del absolutismo monárquico francés. Era la época del Rey Francisco I.

La Boétie procedía de una familia acomodada; eso le permitió escapar del analfabetismo, la miseria y la enfermedad que castigaban a buena parte del pueblo. El hambre era un tremendo flagelo. La Francia del siglo XVI poseía una población de alrededor de 16 millones de habitantes. Era entonces la nación más civilizada y populosa en Europa. Con el propósito de obtener recursos para la guerra, el rey Francisco vendía títulos a los "nouveaux riche", quienes, mediante el oro, compraban un lugar en la aristocracia.

El discurso fue escrito cuando La Boétie era un estudiante de abogacía en la Universidad de Orleáns, vinculada con los hugonotes y con posturas heréticas. El ensayo surgió puntualmente como consecuencia de la Revuelta de la Gabela en Bordeaux. La gabela era un impuesto que se aplicaba sobre la sal, y que era vivamente rechazado por el pueblo. Esta tensión provocó que los disidentes asesinaran al director general de la gabela y a dos de sus oficiales. Como castigo, el gobierno sentenció a muerte a ciento cuarenta personas, azotó a otras, e impuso desaforadas multas.

Espoleado por estos hechos, La Boétie se preguntó por las condiciones que permiten que uno solo someta a los muchos. Las principales causas de esta situación las encontraba el joven jurista galo en la manipulación de la educación por los poderosos para estimular el olvido del don de la libertad. Y en la estimulación de costumbres de juegos y prácticas, que también disipan el natural apego del hombre a la vida libre. El texto del joven La Boétie llega a la actualidad luego de muchas peripecias, en su tiempo, vinculadas con la censura. En este momento de Textos olvidados de Temakel, presentamos tres momentos claves del Discourse. La meditación de La Boétie es especialmente pertinente para pensar la posible continuidad de las formas de destrucción de la conciencia y de la real práctica de la libertad en el mundo moderno.

1. El valor de la libertad.

"No veo un bien en la soberanía de muchos; uno solo sea amo, un solo sea rey". Así hablaba en público Ulises, según Homero. Si hubiera dicho simplemente: "No veo bien alguno en tener a varios amos", habría sido mucho mejor. Pero, en lugar de decir, con más razón, que la dominación de muchos no puede ser buena y que la de uno solo, en cuanto asume su naturaleza de amo, ya suele ser dura e indignante, añadió todo lo contrario: "Uno solo sea amo, uno solo sea rey".

No obstante, debemos perdonar a Ulises quien, entonces, se vio obligado a utilizar este lenguaje para aplacar la sublevación del ejercito, adaptando, según creo, su discurso a las circunstancias más que a la verdad. Pero, en conciencia, ¿acaso no es una desgracia extrema la de estar sometido a un amo del que jamás podrá asegurarse que es bueno porque dispone del poder de ser malo cuando quiere? Y, obedeciendo a varios amos, ¿no es tantas veces más desgraciado? No quiero, de momento, debatir tan trillada cuestión: a saber, si las otras formas de república son menores que la monarquía. De debatirlas, antes de saber que ligar debe ocupar la monarquía entre las distintas maneras de gobernar la cosa pública, habría que saber si hay incluso que concederle un lugar, ya que resulta difícil creer que haya algo público en su gobierno en el que todo es de uno.

De momento, quisiera tan sólo entender como pueden tantos hombres, tantos pueblos, tantas ciudades, tantas naciones soportar a veces un solo tirano, que no dispone de más poder que el que se le otorga, que no tienen más poder para causar perjuicios que el que se quiera soportar y que no podría hacer daño alguno de no ser que se prefiera sufrir a contradecirlo. Es realmente sorprendente -y, sin embargo, tan corriente que deberíamos más bien deplorarlo que sorprendernos- ver como millones y millones de hombres son miserablemente sometidos y sojuzgados, la cabeza gacha, a un deplorable yugo, no porque se vean obligados por una fuerza mayor, sino, por el contrario, porque están fascinados y, por decirlo así, embrujados por el nombre de uno, al que no debería ni temer (puesto que está solo), ni apreciar (puesto que se muestra para con ellos inhumano y salvaje).

¡Grande es, no obstante, la debilidad de los hombres! Obligados a obedecer y a contemporizar, divididos y humillados, no siempre pueden ser los más fuertes. Así pues, su una nación, encadenada por la fuerza de las armas, es sometida al poder de un solo (como la ciudad de Atenas a la dominación de los treinta tiranos), no deberíamos extrañarnos de que sirva, debemos tan solo lamentar su servidumbre; mejor dicho, no deberíamos no extrañarnos ni lamentarnos, sino más bien llevar el mal con resignación y reservarnos para un futuro mejor.

Nuestra naturaleza es tal que los deberes cotidianos de la amistad absorben buena parte de nuestras vidas. Es natural amar la virtud, estimar las buenas acciones, agradecer el bien recibido e incluso, con frecuencia, reducir nuestro bienestar para mejorar el de aquellos a quienes amamos y que merecen ser amados. Así pues, si los habitantes de un país encuentran entre ellos a uno de esos pocos hombres capaces de darles reiteradas pruebas de su predisposición a inspirarles

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