San Agustín

San Agustín

Imagina un hombre arrogante, mujeriego, mentiroso, orgulloso, mal hijo y mal padre, que gracias a la fe católica, se convirtió en uno de los obispos más importantes de la historia y fue canonizado póstumamente

Agustín de Hipona, nació en una ciudad al norte de África, partió muy joven de Tagaste, su pueblo natal, para formarse como abogado en Cartago y así poder alcanzar el éxito en la vida.

Dejó a Mónica quien es  su amorosa y católica madre, más se marchó sin perdonar a su ateo, alcohólico, infiel y endeudado padre, a quien siempre guardó rencor, sin imaginar que en un futuro no tan lejano, seguiría sus pasos.

Con el andar del tiempo nuestro protagonista se convirtió en un gran orador, virtud que le trajo bastos placeres mundanos, pero que lo alejó de Dios y el respeto a la verdad.

Gracias a su retórica ayudó a que muchas personas fueran absueltas de sus crímenes, como cuando convenció a un juez para liberar a un hombre que intentó matar a su esposa, increíble lo que el poder de la palabra es capaz de hacer.

Tras acordar un concubinato con Cálida, su sirvienta, Agustín regresó a Tagaste para visitar a su desahuciado padre, quien se convirtió al catolicismo antes de abandonar la vida terrenal, importante esta parte de la historia.

Agustín desaprobó aquel bautismo y se marchó de casa tras discutir con su madre.

Aunque Mónica sufría bastante por los comportamientos de su hijo, siempre supo que en el interior vivía un hombre noble y benévolo.

Sin reconciliarse con su padre, Agustín lo vio por última vez el día de su funeral y posteriormente, aconsejado por malas lenguas, se unió a los maniqueístas, una secta esotérica que sólo quería beneficiarse del Imperio Romano.

Al enterarse que sería padre por primera vez, Agustín hizo las paces con su madre y volvió a su hogar sin pensarlo dos veces.

La mayor parte del tiempo la malgastaba trabajando, olvidándose de invertir tiempo de calidad con su familia, no tenía ningún tipo de equilibrio por lo que sólo el camino de la fe, lo podría ayudar.

Un viejo amigo le ofreció viajar a Roma para ser el nuevo orador de la corte y enfrentar a Ambrosio, un obispo católico y mano derecha del papa, el cual tenía al imperio romano de cabeza por su popularidad.

Mintiéndole a su madre y sin decirle una sola palabra a Cálida, Agustín partió  rumbo a Italia para cumplir uno de sus sueños.

Se ganó la confianza de la emperatriz y el emperador rápidamente, como resultado de sus discursos en contra de Ambrosio, esto hacía que Agustín tomara más fuerza entre la sociedad.

Inesperadamente, Mónica, Cálida y su hijo Adeodato, lo sorprendieron un día en Roma tras salir de la corte, cosa que no estaba en los planes de Agustín pero que lo alegró.

Juntos nuevamente, su madre le contó todo lo bueno que el obispo Ambrosio había hecho por los más necesitados, tratando de convencerlo de que era un hombre justo, honesto y que dejara la lucha con él.  

No obstante, Agustín hizo oídos sordos y continuó atacándolo hasta lograr su cometido.

Convenció al emperador y la emperatriz de que el destierro de la basílica para Ambriosio y a sus adeptos era lo mejor para la comunidad, argumentando que era más escuchado y respetado que ellos.

Ambrosio y su gente fueron retirados con violencia e incluso hubo quienes perdieron la vida en la defensa del templo, un episodio imborrable en la vida de muchas personas de aquella época.

Es justo aquí cuando la historia llega a su punto de inflexión.

Aturdido por arremeter contra un hombre íntegro; la muerte de inocentes desarmados; la partida de Cálida quien lo dejó porque pretendía formar una nueva familia que lo impulsara a un puesto más alto; el poco tiempo al lado de su hijo; un nuevo altercado con su madre y su mala conducta del pasado, Agustín recordó las palabras que una vez le dijo Ambrosio en uno de sus encuentros.

“El hombre no encuentra a la verdad. El hombre debe dejar que la verdad lo encuentre”. En ese momento comprendió que la verdad estaba en Jesucristo, el hijo de Dios.

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