Sociología de la literatura como producto
Enviado por Marcel Mauricio Manotas Freyle • 13 de Septiembre de 2021 • Ensayo • 759 Palabras (4 Páginas) • 139 Visitas
la sociología de la literatura como producto
Para que exista literatura es necesario que alguien la escriba. En función de esta premisa simple es que resulta preciso pensar en el quehacer literario como un proceso realizado por un actor específico, individual, caracterizado por rasgos peculiares y habituado a desarrollar conductas concretas, una de las cuales –la escritura pública– nos permite signarlo con el nombre de escritor, de acuerdo con los requerimientos propios del campo, espacio social determinado con base en convenciones específicas. Tenemos que pensar en la construcción de discursos literarios como resultado de un ejercicio de alguien que ha decidido hacer literatura, que ha buscado publicar su obra y que ha optado, además, por asumir la responsabilidad de amparar bajo su nombre lo escrito. Esto implica, necesariamente, la puesta en marcha de ciertas prácticas estandarizadas, esto es, la participación del agente, de forma consciente o inconsciente, en los valores propuestos por el campo.
En este sentido, la relación entre el escritor y su entorno, entre el agente y su espacio funcional, resulta indisoluble. En el campo de la literatura, hablaremos, entonces, tanto del papel de los distintos actores como del marco institucional, normativo y habitual en el que se desenvuelven, el que, a final de cuentas, les otorga cierto grado de «pertinencia» de acuerdo con su cercanía a las conductas impuestas por el propio medio. La autoría pública –y sus implicaciones– resulta ser el rasgo característico de los individuos considerados «escritores» en la práctica de la literatura. El autor es quien da al inquietante lenguaje de la ficción sus unidades, sus nudos de coherencia, su inserción en lo real. .
Así, el acto de la escritura se convierte en un signo determinante de la calidad del escritor, y la firma comporta el elemento gestual, reconocible, de ese signo. En tanto que el texto escrito expresa el objeto de la escritura, el nombre del autor que la avala se convierte en el vehículo simbólico que singulariza el proceso, que le da el carácter de unidad textual a sus contenidos. Es por la adscripción autoral que podemos pensar en nociones como estilo diferenciado, prestigio social o singularidad discursiva. El habitus, como sistema de disposiciones adquiridas por medio del aprendizaje implícito o explícito que funciona como un sistema de esquemas generadores, genera estrategias que pueden estar objetivamente conformes con los intereses objetivos de sus autores sin haber sido concebidas expresamente con este fin. .
De esta forma, para objetivar la obra como práctica discursiva singular resulta necesario asumir el rango amplio de la noción de discurso, que implica no solamente los rasgos sustanciales de la obra –expresión y contenido–, sino además las condiciones de su enunciación, la ubicación del autor respecto al medio que lo reconoce como tal y el marco estructural en el que éste se desenvuelve. Solamente así podrá darse cabalmente la confrontación en un plano de conductas reguladas por esta estructura estructurante. Podemos pensar en requerimientos concretos que los escritores necesitan cumplir para ser considerados como tales. En el escenario de la literatura, estas condiciones de juego, jugadores y partida parecen especialmente convenientes para explicar las relaciones entre los diversos elementos que integran el complejo entramado de la escritura como práctica cultural. .
A partir de referencias contextuales específicas es posible encontrar rasgos escriturales significativos, prácticas reiteradas que tengan en la redundancia su carga de sentido, lo mismo en los entornos de publicación o lectura que en alguna parte de la biografía de los autores.
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