Mi primer dia de escuela
Enviado por olmedoma64 • 15 de Octubre de 2019 • Biografía • 1.397 Palabras (6 Páginas) • 273 Visitas
Capitulo I
Un día de septiembre de 1968... Mi abuela me levanta tempranísimo y me peina con esas trenzas que me fastidiaban la vida... salimos corriendo después de un café con leche y un pan que resulto gratificante a esas horas de la mañana y caminamos unas cuantas cuadras de la casa. Entramos a la escuela, un edificio que a mí me parecía enoooorme y nos dirigimos a una oficina que afuera tenía un letrero que decía "Dirección".
Me senté en la silla que mi abuela me indicó y vi como hablaba con una señora que estaba sentada en un escritorio de madera, grande, con muchos objetos de los que a mí me gustaban: lápices, papeles, libros... la señora giro la mirada hacia mí que seguramente tenía cara de espantada porque me sonrió. Mi abuela ya venía hacia mí y esperamos, mi abuela de pie y yo sentada. Unos minutos después, la señora salió de su escritorio y se acercó a nosotras y con voz suave y pausada le dijo a mi abuela "pase por aquí, Doña Inés" y salimos de la "dirección".
Caminamos hasta uno de los salones pasando antes el enorme pasillo que daba a un patio igual de grande y lleno de niños de todas las edades. Ahí estaba una señora, maestra supuse entonces porque estaba sentada en un escritorio al frente de todos esos mesa-bancos de dos plazas... La señora de la dirección se acercó primero a la maestra y hablo con ella, después se dirigió a mi abuela y nos dejó con ella no sin antes sonreírme nuevamente. Devolví la sonrisa y me agarré a la mano de mi abuela.
La maestra, que después supe se apellidaba Montenegro, se dirigió a mí y me pregunto "cómo te llamas?" Y tímidamente conteste "Maribel".
Lo siguiente que recuerdo es que me mando a sentar en uno de esos mesa-bancos y me dio un cuaderno "combate" y un lápiz que sacó de un estante que tenía al otro lado del salón. Después me dijo "dice tu abuelita que ya sabes leer y escribir, así que te voy a dictar y tú vas a escribir". Eso me gustaba... siempre me gustó ir a "la escuelita" de la "maestra" Lupita, una señora que en su casa tenía muchos niños y que nos enseñaba desde la "cartilla" hasta a "hacer cuentas". Así que tomé el lápiz y abrí el cuaderno dispuesta a escribir. La maestra Montenegro empezó a dictarme algo de un libro y yo empecé a escribir. Cuando terminó, me dijo que ahora me iba a poner unas cuentas, tomo el cuaderno y empezó a escribir. Me devolvió el cuaderno y me puso cuatro "cuentas": una suma de cuatro cifras, una resta igual, una multiplicación y una división de una sola cifra. Cuando terminé, le dije que "ya, maestra". Revisó todo el trabajo y después de ir y regresar a la dirección (yo me había asomado en la puerta cuando ella salió) dio su veredicto: "La niña se queda, pero en primer año. En segundo no es posible porque está muy pequeña para estar con los más grandes."
Mi abuela dijo algo, pero no objetó el veredicto.
La lección que me había dictado era la de "Águeda y Miguel" y según mi abuela, tuve un error en todo mi examen pues escribí "Ageda" en lugar de "Águeda". En las cuentas había salido todo bien. No supe si era satisfactorio o no el resultado para mi abuela, Doña Inés Márquez, pues conociendo a mi abuela, podía ser cualquier cosa, lo que sí sé es que ese fue el primer reto de mi vida y me sentía orgullosa de haber pasado la prueba.
Al día siguiente, inició mi carrera estudiantil, con uniforme y toda la cosa... y mi cuaderno "combate" y el lápiz que me había dado la maestra Montenegro.
Mi maestra de primer año fue la maestra Lupita (igual que la que me había enseñado a leer, escribir y hacer cuentas), la de más reciente ingreso a la escuela, muy jovencita, pero muy amorosa. A la maestra Montenegro no la alcance pues se jubiló justo el año en que yo pasaba a segundo año.
Mi escuela primera, hasta cuarto año, la Esc. Primaria Fed. Adalberto Tejeda.
Capítulo II
Ese año no me tocó salir en ningún "bailable".
En primer año salí en la ronda de "Doña Blanca", con mi vestido blanco y zapatos nuevos fui el show por ser la más peque.
En segundo año salí con un vestido anaranjado, cortito (y contra los principios de mi abuela que decía que estaba muy "rabón", jajajaja), bailando algo que no recuerdo como se llamaba y donde éramos puras niñas.
La misma maestra de segundo había sido la de tercer año, una que decían estaba loca porque a media clase se dejaba caer sobre la silla y recargada sobre los brazos en el escritorio se soltaba a llorar hasta que alguna otra maestra venia y se la llevaba por un rato. Ella no puso el bailable, lo puso un fulano, medio gay, que decidió ser el Honorato Velázquez Borja de mi escuela y nos puso a bailar el vals de Don Juventino Rosas, Sobre las Olas. El vestido rosado (faltaba más) era de tul, con mucho vuelo, vaporoso y a media pantorrilla; el peinado alto (¡las trenzas desaparecieron gracias a Dios!), un moño de la misma tela del forro del vestido y los zapatos blancos nuevos (que, para mi desgracia, me quedaban un poco grandes porque según mi abuela, me crecía el pie más rápido de lo que tenía programado comprarme otros) completaban el ajuar. Así pues, con el único inconveniente de que el chamaco que había ensayado conmigo todo el mes anterior, de último momento dijo que siempre no, y entró al quite un escuincle que sólo ensayó un par de veces y por supuesto no se había aprendido todos los pasos, así que yo era la mera mera que lo llevaba (desde ahí empecé), terminó mi carrera artística como bailarina de las puestas de fin de curso en la escuela primaria federal Adalberto Tejeda.
Mi maestra de cuarto año B, la maestra Alicia, con una dulzura y un trato como de mamá, no puso ningún bailable para la ceremonia de fin de cursos. Yo no había caído en la cuenta hasta que empezó la ceremonia y empecé a ver a los niños de primer año bailando (otra vez) la ronda de Doña Blanca.
Salir de cuarto año era ya ser de las "niñas grandes". Con diez años de edad, y una boleta casi perfecta (si no hubiera sido por ese siete en Estudio de la Naturaleza, la mentada boleta hubiera sido de puros dieces... pero ya desde ahí, la "Naturaleza" marcaba y dejaba ver mis preferencias en matemáticas e historia y civismo). Por ahí guardo todavía la boleta, que mi abuela me dio mucho tiempo después.
Mi abuela, doña Inés, iba muy elegante. Su vestido negro (como casi siempre) con unas flores como tulipanes blancos que contrastaban el diseño y unos zapatos de gamusa bajitos, que a mí me habían gustado harto y su tradicional chonguito con una peinetita de esas que parecían de carey, pero eran de vil plástico. Yo, con un vestido blanco, de tira bordada y un lazo azul que me había hecho mi tía Victoria. Así, las dos llegamos a la ceremonia de fin de cursos, donde yo salía de cuarto y pasaba a quinto año.
Lo único que no sabía es que nunca más regresaría yo a mi casa, la casa de mi infancia, la casa de mi abuelita Inés.
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