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Angel Maria Garibay Kintana


Enviado por   •  8 de Noviembre de 2011  •  3.907 Palabras (16 Páginas)  •  775 Visitas

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Ángel María Garibay Kintana

Ángel María Garibay Kintana: La vida sencilla*

Víctor Manuel Hernández Torres

El divulgador

Es de sobra conocido que la labor de Ángel María Garibay es la de un divulgador, la de alguien que, en la callada soledad de la biblioteca del Seminario Conciliar o la casa cural de pueblo, combina el estudio del texto religioso con el manuscrito y el códice que atesora la memoria indígena. El impulso que lo lleva a descubrir, interpretar y difundir el tesoro literario del pasado indígena náhuatl, griego o hebreo procede, como lo comenta Miguel León-Portilla (Cfr. León-Portilla, 1953), de un hecho de la niñez, con cinco años de edad se interesa por averiguar el contenido de cualquier papel impreso que encuentra, la hermana mayor, María de la Luz, se ve constantemente importunada por Ángel María, hasta que la madre aconseja al hijo curioso: “No ande preguntando, aprenda a leer y usted mismo sabrá lo que dicen los papeles”. El consejo es tan efectivo que se vuelve una constante en su vida. A pesar de la recomendación médica que pronosticaba, al joven Garibay, locura por el rigor del trabajo intelectual, aprende a leer griego, latín, náhuatl, hebreo, inglés, francés, alemán, italiano y otomí.

Su labor como traductor y difusor de la riqueza literaria del mundo clásico, nace de la preocupación por el estudiante y el hombre sencillo, aquel que, en palabras del padre Ángel María, posee una “cultura media”, “sin mucho tiempo ni grandes estudios”. Con apoyo de los hermanos Porrúa, Garibay lleva a la prensa su versión de toda la tragedia griega, así Esquilo, Sófocles y Eurípides llegan a las manos del hombre común, con tal éxito que las ediciones se agotan, aún, con el pesar de los críticos y sabios que, citando nuevamente al padre Ángel María, “o leen los originales o no leen nada”. Garibay, crítico de sí mismo era conciente de sus propias limitaciones como traductor, es difícil la lectura e interpretación de un texto en la lengua original, y más tratar de hacerlo accesible a la gente común. Tenemos, por citar alguna de sus traducciones, la versión de Las once comedias de Aristófanes, en Las nubes, Garibay nos presenta un Sócrates que en ocasiones se expresa como lo haría cualquier mexicano. Sócrates, dirigiéndose al soso Estrepsiades dice: “¡Vete al diablo! ¡Qué tarugo y qué romo de mollera eres! Vamos a ver si aprendes algo sobre el ritmo”. Y va más allá el padre cuando introduce, dentro del contexto griego, una parte de la fauna mexicana: “¿Ves lo que haces? Estás llamando pípilo al macho y a la hembra. Esta es la pípila, no él”. Recurso efectivo sin lugar a duda, cuando la intención es acercar los clásicos al gran público y no al erudito, Garibay anunciaba, a mediados de 1960, sin vanidad y alabando a sus lectores que, únicamente de las ediciones de los trágicos griegos circulaban cincuenta mil libros. Cabe destacar, sobre su trabajo con los clásicos griegos, su Mitología griega, dioses y héroes (1964) y su Teatro helénico, cinco lecciones de síntesis esquemática, publicado por el Instituto Nacional de Bellas Artes en 1965, obra dirigida al estudiante, en la que, con mucha erudición hace un resumen general de los orígenes, los géneros y los autores del teatro griego, agregando una rica bibliografía sobre la temática.

Las traducciones del padre Ángel María no se limitaron al mundo heleno, también dio a conocer, en su propia versión, textos hititas, acadios y egipcios agrupados en Voces de Oriente (1964). Y cumpliendo su labor como religioso traduce el Libro del Eclesiastés y el Pirque Aboth, mismos que incluye en su Sabiduría de Israel, además da a conocer en la popular colección “Sepan cuántos...”, sus Proverbios de Salomón (1966).

Su acercamiento a las culturas del México prehispánico, procede del Seminario Conciliar, el joven Garibay es nombrado bibliotecario y aprovecha la tranquilidad del recinto para cultivarse. Entre los libros del seminario encontró algunas reproducciones de códices y textos en lengua náhuatl, así, de manera autodidacta aprende el náhuatl para satisfacer su curiosidad, y para salir de dudas pues, la gran mayoría de críticos veían en los pueblos del México prehispánico a meras tribus sin gran capacidad intelectual. Garibay descubre que, en la documentación náhuatl, se encuentra una fuente inagotable que da luz sobre la existencia de una riqueza literaria y un pensamiento filosófico. Más tarde, en 1959, Garibay comentaba sobre la risa de los críticos, que aún negaban la existencia de un legado literario, de un pensamiento filosófico y una concepción política en el México antiguo:

Pero su risa nace de la ignorancia... La ignorancia, hija del atrevimiento y de la petulante soberbia, seguirá dando muestras de que no cabe enmienda para ella. Dejemos sus entrecejos y pasemos de largo (Garibay, 1962: 8).

Para acallar las muecas de los “críticos sin bozal”, como los llamaba el Padre, dedica gran parte de su tiempo a la búsqueda de las fuentes y su posterior publicación, a él debemos que Sahagún, fray Diego de Landa y el indígena Juan Bautista Pomar se dieran a conocer en ediciones accesibles.

En 1940, cuando era párroco de Otumba,1 da a conocer una selección de poemas nahuas de carácter épico, lírico y religioso a los que agrupó en Poesía indígena de la Altiplanicie. El texto aparece publicado en la “Biblioteca del Estudiante Universitario”, y, siguiendo el plan del padre Garibay, tenía la intención de invitar y promover al estudio de la literatura náhuatl. También de 1940, y con pie de imprenta en Otumba, aparece su Llave del náhuatl, una gramática y vocabulario náhuatl-castellano dirigido a los principiantes en la lengua náhuatl. El texto cumple el cometido original, que era el de promover los estudios sobre la lengua y la cultura náhuatl, de tal modo que, en 1961, cuando aparece la segunda edición, Garibay se congratula al saber que los estudios sobre esta lengua habían cobrado auge en México y en tierras extrañas.

En 1945, publica su trabajo, Épica náhuatl, a petición de la Universidad Nacional Autónoma de México, es, en mucho, un texto complementario a la Poesía indígena de la Altiplanicie. En la Épica náhuatl, vuelve sobre sus pasos, ya entrevé los elementos, que le permitirán afirmar, más adelante, con total seguridad, la existencia de una literatura en el mundo prehispánico. En 1940 no se atreve, del todo, a llamar literatura a los poemas e historias sagradas nahuas (Cfr. Garibay, 1940), por algo que él llama “un atentado a la etimología”, literatura implica alfabeto, letra, y los nahuas, anteriores a

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