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Antes del accidente del avión de Germanwings


Enviado por   •  7 de Mayo de 2015  •  1.475 Palabras (6 Páginas)  •  144 Visitas

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Antes del accidente del avión de Germanwings, Andreas Lubitz era visto como una persona normal, sonriente y responsable, que había logrado cumplir su sueño de niño: volar. Pero el 24 de marzo pasado el copiloto cometió un acto que ninguno de sus conocidos imaginaría. Se encerró en la cabina del avión, lo aceleró y emprendió un descenso que lo estrelló diez minutos después contra las montañas de los Alpes franceses y causó su muerte y las de 149 personas más a bordo. Las autoridades encontraron en su casa antidepresivos, incapacidades médicas y un diagnóstico previo de un trastorno mental. De ahí a cuando la opinión pública lo llamó desquiciado, depresivo y criminal no pasó mucho tiempo. “Loco en la cabina”, “Piloto asesino tenía depresión”, “¿Por qué diablos lo dejaron volar?” fueron algunos de los titulares.

Pero esta asociación no solo es errada sino perjudicial para las personas que padecen algún tipo de trastorno mental. Es equivocado porque un diagnóstico de depresión difícilmente podría explicar este trágico desenlace. “En este caso hay algo fundamentalmente diferente y ahí es donde hay que buscar”, dice James K. Knoll, director de psiquiatría forense de la Universidad de Nueva York. La gran mayoría de enfermos mentales nunca intentarán hacer nada violento y los estudios señalan que apenas el 5 por ciento de los crímenes se puede atribuir a un trastorno mental. “Si yo tuviera una varita mágica para desaparecer la esquizofrenia, el desorden bipolar y la depresión mayor, permanecerían el 95 por ciento de las actos violentos”, explica Jeffrey Swanson, profesor de psiquiatría de la Universidad de Duke.

En Estados Unidos, la gran mayoría de gente implicada en violencia con armas y homicidios “no ha sido diagnosticada con una enfermedad mental y no parece tenerla”, dice a SEMANA Adam Lankford, experto en justicia criminal de la Universidad de Alabama. Paradójicamente, lo más común es lo contrario. Según Rebecca Palpant, del programa de salud mental Rosalynn Carter, estas personas tienen cuatro veces más riesgo de ser aislados y victimizados que la población general, especialmente en países en vías de desarrollo. Un estudio mostró que en un periodo de cuatro meses el 8,2 por ciento de estos enfermos fue agredido, comparado con apenas el 3,1 por ciento de personas de la población general.

Pero lo más preocupante del caso de Lubitz es que profundiza aún más el estigma que rodea estas enfermedades y a quienes las padecen. El estigma es una serie de creencias que se le etiquetan a un grupo de personas. “Histórica y culturalmente se ha creído que estas enfermedades son terribles, peligrosas y vergonzosas. Es la lepra moderna”, dice Myriam Jimeno, antropóloga y experta en cultura de la violencia. Algunos incluso las ven aún como si se trataran de posesiones demoniacas. Si a ello se le añade que podría ser el detonante de masacres, como se ha hecho de manera irresponsable con la historia de Lubitz, se reforzarían la ansiedad y las dudas de estos pacientes sobre consultar y recibir tratamiento. “Muchos dirán que deben mantener escondidos los síntomas a toda costa”, señala Ron Honberg, de la Alianza Nacional de Enfermedades Mentales de Estados Unidos.

Eso sería muy grave porque en Colombia la incidencia de estas condiciones es alta. Según el estudio de salud mental realizado en 2003, cuatro de cada diez colombianos ha tenido alguna vez un trastorno mental. Esto en plata blanca significa el 40,1 por ciento de la población. Sin embargo, solo el 12 por ciento de ellos ha recibido algún tipo de tratamiento. Tan preocupante como lo anterior es que la gente espera en promedio ocho años para hacer la primera consulta. Según el psiquiatra José Posada, las causas de esta demora son “la ignorancia, el estigma y la ausencia de una política de salud mental”. El experto calcula que el panorama de estas enfermedades podría ser mayor hoy debido al desplazamiento forzado y el desempleo, factores de riesgo para estos problemas que siguen ocurriendo en este país como consecuencia del conflicto armado.

La falta de diagnóstico y tratamiento solo empeora la enfermedad. Jorge Noriega, presidente de la Asociación Colombiana de Bipolares, señala que estos males no son diferentes a los físicos. “Si uno tiene caries y no va al odontólogo, el problema progresa hasta que afecta la raíz y comienza a doler. Lo mismo sucede con un trastorno de estos: si no se atiende bien, puede terminar hasta en psicosis”. Según

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