Charles Darwin
Enviado por pecazhdzc • 22 de Mayo de 2015 • 2.552 Palabras (11 Páginas) • 129 Visitas
Charles Darwin, uno de los biólogos más influyentes de la historia, nos abre de par en par la intimidad de su mente, de sus ideas, de sus sentimientos y del ambiente en que vivió, a través de una selección de sus cartas -produjo miles de ellas- recientemente editada por Cambridge (Charles Darwin's Letters, Edited by F. Burkhardt. Cambridge University Press, 1996). Ellas cubren el período que va entre 1825, cuando era un estudiante de medicina de 16 años en Edimburgo, hasta diciembre de 1859 un mes después de la aparición de su obra fundamental El Origen de las Especies. Allí van desfilando en forma variada, interesante, simpática -tuvo una gran dosis de humor y una buena pluma- e incluso con suspenso dramático, los muchos episodios de este período.
Primeros años
De Edimburgo sus primeras impresiones lejos del hogar: “los escoceses son tan educados y atentos, que hacen que un inglés se sienta avergonzado de sí mismo”; y a su hermana Caroline: “¿qué parte de la Biblia te gusta más? A mí me gustan los Evangelios”. Luego en el King's College de Cambridge, donde en otra parte dirá que pasó los tres años más felices de su vida, habla de los insectos que colecciona y de sus lecturas de Humboldt.
Vida de Familia
Uno de los aspectos notables de estas cartas es penetrar en la intimidad de la familia Darwin, la que, según todos los testigos, fue extremadamente feliz. A su futura mujer, Emma Wedgwood, le escribe a los pocos días de aceptar ésta su propuesta matrimonial: “Mi vida ha sido muy feliz y afortunada... y ahora está coronada. Mi querida Emma, beso, con toda humildad y gratitud las manos que han llenado para mí la copa de la felicidad, es mi más ferviente deseo que pueda hacerme digno de Ud.”. Este cariño mutuo se mantuvo intacto hasta el fin, y de él nacieron diez hijos. Al morir su hija Anne Elizabeth le escribe a “My Dearest Emma:... nuestra pobre querida hija tuvo una vida muy corta, pero espero que feliz, y sólo Dios sabe cuántas miserias pudieron haberle sobrevenido... Dios la bendiga. Debemos, mi querida esposa, dedicarnos más y más el uno el otro... piensa que siempre fuiste cariñosa y tierna con ella...”. Ocasionalmente, sí, se queja del futuro económico:...”aunque soy un hombre rico”... no sabe como podrá sostener a sus siete hijos, y “estamos criando un precioso lote de mendigos”. Por cierto a los hijos de Darwin les fue bien en la vida y mantuvieron su distinción.
Particularmente emocionó a Charles Darwin la muerte de su pequeño Charles, el 28 de junio de 1858, tiempo difícil para él, ocurrida sólo diez días después de la llegada del manuscrito de Alfred Russel Wallace, el que pareció hundir las ideas de Darwin sobre el origen de las especies. Refiriéndose a esa muerte dijo: “Nuestro pobre bebé murió ayer por la tarde (de escarlatina)... Fue el alivio más bendito ver su pobre carita inocente retomar su dulce expresión en el sueño de la muerte. Gracias a Dios no sufrirá más en este mundo”. (Carta a J.D. Hooker).
Moral
Muy de acuerdo con su época, donde la moral tenía un lugar eminente, son los consejos que va prodigando: “El hombre que se atreva a desperdiciar una hora, no ha descubierto el valor de la vida” (a su hermana Susan). “Qué hechos lamentables produce la búsqueda ardorosa de la fama; el solo amor de la verdad nunca haría que un hombre atacara a otro amargamente” (a su amigo J.D. Hooker). “Encontrarás que el mayor placer de la vida está en ser amado; y ello depende más de los modales agradables, que en ser cariñoso pero con modales serios y hoscos... La única manera de adquirir modales afables es tratando de agradar a todo el que se te acerque”. (A su hijo William, “Dear old Willy” como lo llamaba cariñosamente). O cuando le escribe a su amigo J.D. Hooker “le doy gracias a Dios porque Ud. es uno de los pocos hombres que se atreven a decir la verdad”. Dentro de esta veta moral debiera incluirse también su participación en la sociedad local fundada para defender a los niños deshollinadores, así como sus críticas a Louis Agassiz, suizo, profesor de Historia Natural en Harvard, quien sostenía que había diversas especies humanas, lo cual, para la época, significaba creaciones múltiples de seres humanos. Ello, para Darwin, quien no lo aceptaba, “era muy del agrado de los esclavistas sureños”. (Carta a W.D. Fox).
Ideas Científicas
Pero el núcleo del interés de estas cartas es ir viendo paso a paso como nacen y se van desarrollando sus ideas acerca de la “transmutación de las especies”. Ellas nacieron durante su estadía en el sur de Argentina y en las islas Galápagos, apenas como una intuición vaga acerca de que la inmutabilidad de las especies, cuando se conocían las realidades biológicas, no era algo tan claro. A poco de regresar a Inglaterra, comienza, en julio de 1837, a escribir sus cuadernos acerca de este tema. “Sigo continuamente recogiendo toda clase de datos, que puedan dar luz sobre el origen y variación de las especies” (Carta de 1838 a su maestro Henslow), ello es para “Variedades y Especies, el libro que alguna vez escribiré con ese nombre” (1841 a W.D. Fox). En 1843 ya tiene la idea de que las homologías, o similitudes estructurales, entre individuos de diversas especies, significan la existencia de un antepasado común: “En mi opinión,... la clasificación consiste en agrupar los seres de acuerdo con sus relaciones actuales, esto es, su consanguinidad o descendencia de antepasados comunes” (Carta a G.R. Waterhouse). “Al fin han llegado raudales de luz, y estoy del todo convencido (muy en contra de mi opinión inicial) que las especies no son (es como confesar un asesinato) inmutables” (Carta a su amigo el botánico J.D. Hooker, 1844). Y el 5 de julio de ese año le escribe a Emma, su mujer: “Acabo de terminar el esbozo de mi teoría de las especies... para que, en caso de mi muerte repentina, le asigne Ud. 400 libras para su publicación”. Compromete esa suma muy considerable puesto que “si, como pienso, mi teoría es verdadera... será un adelanto considerable de la ciencia”.
Reconoce, con mucha sencillez, su deuda científica con su amigo el geólogo Sir Charles Lyell, quien influyó mucho sobre la idea de gradualismo en Darwin, esto es, que los cambios en los seres vivientes se producen de modo lento y gradual: “siempre siento como si la mitad de mis libros saliera del cerebro de Lyell, y que nunca reconozco esto suficientemente... El gran mérito de los Principios (de Geología, de Lyell) es que alteró todo el tono de nuestra mente y que, cuando uno mira algo nunca visto por Lyell, sin embargo, uno lo ve en parte a través de sus ojos” (Carta a L. Horner, 1844).
Sin embargo, a pesar de la
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