Cuento Villa
Enviado por yessifernadez • 29 de Noviembre de 2011 • 879 Palabras (4 Páginas) • 654 Visitas
Historia de una sumisión
Al escribir Villa, había una imagen que insistía en volver: el barrio de mi infancia y mi juventud. Situado al sur de Avellaneda, si es que todavía puede haber algo más al sur, se llamaba Villa Perro, porque en esas calles vagaban los perros sin que nadie supiera quiénes eran los dueños. De ahí toma el nombre el personaje.
A pocas cuadras de ese barrio de casas bajas se destacaban, casi de manera ostentosa, el Policlínico donde una vez Perón bajó en helicóptero, y un conjunto de chalets donde vivía el campeón olímpico Delfo Cabrera.
Yo soñaba con vivir en ese lugar. Tal vez por eso necesité situar allí la juventud de Villa. Avellaneda estaba más lejos, era el centro: la sede de Racing y el lugar en que se hacían los bailes. Es precisamente en ese club donde Villa aprende su oficio de mosca.
Fue en la sede de Racing en Avellaneda donde conocí a los moscas: jóvenes mandaderos al servicio -con todo lo que implica la palabra- de los jugadores de póquer. Desde esa escena imaginé el primer trabajo de Villa: un encargo político, cuando la vida se dividía entre radicales y peronistas. Villa hace de su oficio de mosca un destino: más tarde como empleado o como médico tendrá esa relación de obsecuencia con el poder. No quiere ser jefe, quiere ser la mano derecha de un jefe. De esa manera se siente protegido, amparado. La vida política del país por los años setenta se lo facilitaba.
Tal vez como en ninguna otra novela que escribí, fui calculando el volumen, la disposición en la historia, el pathos de cada personaje. Un amigo de Avellaneda, el Polaco, funcionó como alter ego de Villa. Su aparición en la historia me permitió situar dos cuestiones fundamentales: una geografia y una época. La geografia, Avellaneda: bailes de club, mesas de póquer, billares. La época: al final de los cincuenta hasta mitad de los sesenta, los caqueros, ese tiempo de rock y de bolero.
Durante la invención de la novela -llamo invención a ese tiempo entre la vigilia y el sueño, cuando la anécdota y el personaje nos desvelan- tuve presentes dos personajes paradigmáticos: Rastignac e Ivan llich. El Rastignac de Balzac era el modelo de un arribista. Ivan llich, de Tolstoi, me daba la solución imaginaria de una linealidad: lo que se dice, toda una vida.
En esas invenciones también se repetía una y otra vez la escena de una película: Fin de fiesta. El recuerdo pertenece a mi época de la escuela secundaria. Un día de rata en el Teatro Roma filmaban una escena. A otros compañeros y a mí nos invitaron a participar en una secuencia al lado de Leonardo Favio, que era nuestro ídolo. Cuando la estrenaron me busqué desesperadamente en la pantalla, pero la escena nunca integró la película. Mientras escribía Villa me parecía recrear de distintas maneras esa escena que no había visto nunca.
Me daba cuenta
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