Encuentro Bien Latero El Sistema
Enviado por edoavila • 21 de Diciembre de 2013 • 2.374 Palabras (10 Páginas) • 298 Visitas
Vamos por la vida creyendo que sólo nuestras experiencias nos constituyen, buscando en el pasado razones para nuestros anhelos. En este actuar, sin quererlo, relegamos cuanto no es propio y enaltecemos aquello que –ingenuamente– consideramos nuestras conquistas. Pero si queremos ser estrictos, poco de lo que nos ha sucedido nos pertenece. Somos la consecuencia de miles de aconteceres que se nos escapan, que huyen alterados apenas intentamos alcanzarlos. La mayoría de las veces ignoramos de dónde surge tal o cuál idea, de dónde procede tal o cuál sensación. El olor a los parqués húmedos desprendidos de su lugar, me recuerda a cuando tenía un gran espejo que, por esos años, permitía la imagen completa de mi cuerpo. La humedad, el espejo y ese olor constituyen parte, en algún sentido minúsculo, de lo que constituyo. En la voluntad creadora de los escritores, podemos encontrar el origen de aquello que, aún cuando intentamos explicarnos, no aparece del todo claro.
Son justamente esas explicaciones las que indago con impaciencia cuando comienzo la lectura de una novela y principalmente cuando descubro a un nuevo escritor. El nuevo autor, se transforma a poco andar en tu amigo. Cada línea revela un poco más acerca de sus preocupaciones, sus angustias y sus alegrías.
Portada "Las Uvas de la Ira" | www.heavenlyreviews.com
Hace algunos meses sucedió. Su primera novela que leí fue Las Uvas de la Irá (1939). Se trata de una obra clásica de la literatura estadounidense de la que había oído hablar desde mi infancia. Mi padre, que nunca ha tenido excesivo cuidado en evitar el final de los libros, me relató un suceso que busqué a cada línea. Al terminar la novela descubrí que se trataba, precisamente, de la última escena de la obra. John Steinbeck (1902–1968) se transformó así en el compañero que he frecuentado durante estos días.
Las Uvas de la Ira es una historia que nos permite entender con todo su fuerza que la necesidad del otro es lo que nos constituye, lo que nos mueve y lo que nos provee –en esos lapsos pequeños pero determinantes– de felicidad. La soledad no es más que la consecuencia inevitable de un mundo donde hombres y mujeres no valen en tanto personas, sino que en tanto útiles. Estoy consciente que escribo sobre cuestiones sencillas y obvias, pero el mundo pareciera moverse como si ellas no lo fueran, como si la injusticia y el sufrimiento fueran un dictado o un imperativo natural, y no la consecuencia de voluntades aunadas para el bien de unos pocos. No obstante, hay algo que me induce a hacer de estas reflexiones un texto escrito, y espero no aburrir a quien se de el tiempo de leerlo.
El relato de Steinbeck comienza cuando Tom, el hijo mayor de la familia Joad, regresa a su casa después de permanecer cuatro años en la cárcel, condenado por el homicidio de un hombre durante una pelea. Tom ha obtenido la libertad condicional por buen comportamiento. El camino de regreso es polvoriento; las montañas no se vislumbran en la distancia; estamos en Oklahoma de fines de la década del ‘20. Aunque Tom lo ignora, su familia se ha mudado hace algunos días a casa del tío John, mientras culminan los preparativos para emprender el viaje hacia California. Una papeleta color amarillo, impresa con grandes y prometedoras letras negras, anuncia que en el oeste se ofrecen ochocientas plazas de trabajo. En Oklahoma el banco les ha quitado sus tierras, el banco los ha transformado en inmigrantes. No hay alternativa, ni tampoco posibilidad de rebelión. ¿A quién debo dispararle? se preguntan los hombres a quienes se les ha privado del sustento. –Ese es el problema– contesta el representante del banco. No hay nadie a quien matar –“No. El banco, el monstruo la posee. Tendrán que irse.”– les responde. Y es que los directorios de las sociedades anónimas son los monstruos de este nuevo sistema. Los dragones, las brujas y los salvajes quedaron atrás. Hoy, el director debe proteger los intereses de los accionistas, y esa protección va más allá de la que los propios accionistas se propician a sí mismos. Al identificarnos con la tragedia de estos personajes, nos desorientamos. No sabemos quién es el adversario, el malo a que debemos eliminar. Un mundo sin malos, es un mundo sin demonio. Y si no lo vemos, porqué habríamos de temerle. Con todo, hay algo que nos mueve a ser buenos, a confiar en los otros, a esperar algo de ellos y a sufrir cuando nos defraudan.
La novela relata las consecuencias de un sistema que privilegia la eficiencia antes que la humanidad. Steinbeck construye, a través del viaje emprendido por la familia Joad, las necesidades, los apremios y esperanzas de miles de familias que emigraron en busca de mejores perspectivas, en tiempos de la gran depresión. La historia es triste. Es que ahí, cuando el ser humano deja de reconocer en el otro a uno como él, toda posibilidad de bondad es destruida.
Ilustración basada en "Las Uvas de la Ira" | www.thedewabides.com
Entonces, la familia Joad emprende el viaje de Oklahoma a California por la ruta 66, que es caracterizado por Steinbeck como el “principal camino de emigración. 66…, el largo sendero de concreto que atraviesa el país, ondulado suavemente en el mapa, desde el Mississippi a Bakernsfiel (…) el sendero de los que huyen”. En la interpretación del autor, el movimiento de estos hombres y mujeres da vida al organismo que los cobija, tal cual fueran la sangre que recorre las venas y arterias de un cuerpo viviente.
Pero la ruta está plagada de dolores. Oímos, entonces, la conversación entre dos vendedores de gasolina que observan cómo los Joad cargan su desvencijado camión, y emprenden nuevamente el viaje a las tierras que les dará trabajo: –“Y… bueno. Usted y yo tenemos cabeza. Esos condenados okies no tienen cabeza ni sentimientos. No son humanos. Un ser humano no podría vivir como ellos. Un ser humano no podría soportar tanta mugre ni tantas desgracias. No valen mucho más que los gorilas”–. Lo dramático –aunque los vendedores de gasolina intenten convencerse de lo contrario– es que los okies –los inmigrantes del este– son también seres humanos, y que sus actos de desprecio, más que distanciarlos, los unen.
De quién es la culpa. Si interpreto correctamente a Steinbeck, aunque la moralidad de cada individuo ha de juzgarse en el caso concreto, las características del sistema económico son determinantes para que las inclinaciones bondadosas se multipliquen o, por el contrario, tiendan a desaparecer. No cree Steinbeck en la maldad intrínseca del hombre, por el contrario, considera que bajo condiciones de justicia e igualdad, hombres y mujeres tienden a la solidaridad y a la mutua protección. Pero en tanto el monopolio de la
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