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LA CONJURA DE LOS ENCOMENDEROS.


Enviado por   •  16 de Noviembre de 2016  •  Biografía  •  5.414 Palabras (22 Páginas)  •  283 Visitas

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LA CONJURA DE LOS ENCOMENDEROS

Por Rodrigo Núñez Carvallo

Carlos V acariciaba su exagerado mentón. Estaba de paso en el monasterio de Valldonzella en Barcelona y tras años de consultas con teólogos y juristas se disponía a estampar su firma en las Leyes Nuevas. Había que acabar con la brutal esclavitud de los indios y las encomiendas, recuperar en suma el poder de la corona en las colonias americanas. La creación del virreinato del Perú fue el siguiente decreto que rubricó el emperador con la misma pluma de ave engastada en oro. Luego, pensó en un militar para poner orden entre los conquistadores de los incas y eligió a Blasco Núñez Vela, un leal marino que lamentablemente no tenía muchas luces políticas.

El primer virrey carecía de prudencia, se mostraba ciertamente inflexible y su único interés era hacer cumplir las Leyes Nuevas. Ya desde su arribo a Panamá la flamante autoridad virreinal se enfrentó a los encomenderos, los despojó de sus títulos y liberó a sus indios tributarios. Lo mismo hizo con muchos conquistadores en el camino hacia Lima.

A tres leguas de la Ciudad de los Reyes salieron a escoltarlo todas las autoridades de la ciudad, pero el clima ya estaba enrarecido. El virrey no ocultaba sus intenciones y los notables estaban advertidos. Dice Garcilaso que aunque metieron a Núñez Vela debajo de un palio de brocado, y los regidores iban con ropas que llaman rozagantes, de raso carmesí, forradas en damasco blanco, y aunque repicaban las campanas de la iglesia catedral y de los demás conventos, y sonaban instrumentos musicales por las calles, la ceremonia semejaba más un entierro triste y lloroso que un recibimiento de virrey.

Los yerros y desatinos del virrey no hacían más que empezar. Al día subsiguiente de su llegada mandó pregonar las Leyes Nuevas, que suprimían el carácter hereditario de las encomiendas y prohibían el servicio personal de los indios, lo cual fue tomado como una provocación. Su actitud reacia a cualquier negociación, desató pronto desmanes y asonadas. La intranquilidad se extendió a lo largo y ancho del territorio.

Los encomenderos no se cruzaron de brazos. Los cabildos de Chuquisaca, Arequipa, Cusco y Huamanga eligieron como líder a Gonzalo Pizarro y este dejó sus posesiones de Charcas y acudió al Cusco donde fue proclamado procurador general. Debía exigir la derogatoria de las Leyes Nuevas ante el virrey y si fuese necesario ante el propio emperador. Los hombres de la conquista no iban a permitir tan fácilmente que la corona los despojara de sus derechos a tierras, indios y minas. En medio del gentío que llenaba la plaza de Huacaypata, Gonzalo Pizarro anunció que no reconocerían la investidura de Nuñez Vela. La rebelión de los encomenderos había comenzado.

Poco después Blasco Núñez asesinó en un rapto de cólera a un administrador de hacienda y miembro del cabildo. Illán Suarez de Carvajal fue cruelmente acuchillado por el virrey y su servidumbre en la misma sede del gobierno, acusado falsamente de ser un agente de Gonzalo Pizarro. El pueblo de Lima reaccionó con indignación.

Núñez Vela se abría demasiados frentes. A mediados de 1544 encarceló a Cristóbal Vaca de Castro, que lo había antecedido como enviado de la corona, y lo expulsó en un barco creyendo que conspiraba contra él. Desde entonces hizo correr el rumor de que el antiguo gobernador se había enriquecido con repartimientos, joyas y dineros de la corona, lo que le ganó un larguísimo juicio ante el Consejo de Indias.

En setiembre de 1544 la real audiencia se sumó a la actitud de rechazo de la población y tomó prisionero al virrey para embarcarlo de vuelta a España. Inmediatamente el oidor Diego Vásquez de Cepeda se hizo nombrar presidente de la gobernación y hasta intentó oponerse militarmente a Gonzalo Pizarro. Las ansias de figuración no parecían detenerlo.

Francisco de Carvajal, convertido casi por azar en maestre de campo de Gonzalo Pizarro, le comentó a su jefe a las puertas de Lima: Si las cosas os suceden prósperamente, seguid adelante y apoderaos una vez del gobierno que después se hará lo que convenga, que las cosas grandes no se emprenden sin grande peligro.

El 28 de octubre de 1544 Gonzalo Pizarro entró a la Ciudad de los Reyes en medio de la apoteosis popular. Montado a la brida sobre su caballo Villano, iba al frente de 650 jinetes, 50 cañones, 1200 hombres armados de a pie, y miles de cargadores indios. Entre vítores y cánticos el vecindario de Lima se unió al interminable desfile. El caudillo desmontó de su cabalgadura en la plaza mayor e hizo su ingreso a la real audiencia escoltado por sus capitanes. En el salón más grande del tribunal lo esperaban tres oidores para ponerse a su servicio. En su discurso Vásquez de Cepeda se despojó de su cargo y de sus ambiciones, y le confirió al insurrecto el cargo de gobernador en nombre de su majestad. Durante casi cuatro años “el gran Gonzalo” campeó a sus anchas en el enorme territorio peruano.

El menor de los Pizarro poseía un rostro fiero y la mirada penetrante, el cuerpo mediano pero musculoso. Garcilaso lo describe como un hombre campechano y generoso. Otras voces lo hacen menos sencillo y más presumido. Muchos lo señalan como dúctil al halago y propenso a la vanidad, pues vestía con elegancia y hacia grandes despliegues de lujo y ostentación, lo que no era extraño ya que tenía fama de ser el hombre más rico del Perú. En su docena de años en la tierra de los incas había acumulado multitud de repartimientos, propiedades, mercedes, grandes cantidades de oro provenientes de apropiaciones forzosas y las herencias correspondientes de sus hermanos muertos, tanto o más adinerados que él.

Gonzalo Pizarro ya había asentado su poder en Lima cuando inesperadamente el virrey logró escapar del barco con la complicidad del oidor que lo llevaba cautivo. De esta manera recaló en Tumbes donde comenzó a formar un nuevo ejército. Avisado del suceso el caudillo se dirigió al norte pero Blasco Vela retrocedió hasta Quito. Los rebeldes le pisaban los talones. El virrey optó finalmente por dirigirse a Popayán, en busca de la protección y los refuerzos de Sebastián de Benalcázar y de Hernández Girón.

Mientras Gonzalo Pizarro ideaba la manera de atraer al virrey hacia Quito, porque Popayán era una posición muy difícil de atacar, el capitán realista Diego Zenteno se sublevó en Charcas alzando la bandera del rey. Un nuevo frente se les abría a los rebeldes. De inmediato Gonzalo Pizarro ordenó a Francisco de Carvajal que acudiera al sur para someter al alzado.

Como el tiempo corría y las tropas se cansaban de estar inmóviles en Quito, Gonzalo Pizarro preparó una celada. Aparentó marchar a Lima con todo su ejército, encargando a sus aliados indígenas propagar la versión

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