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La ciudad y los perros, Mario Vargas Llosa | Reseña


Enviado por   •  27 de Septiembre de 2015  •  Ensayo  •  1.683 Palabras (7 Páginas)  •  141 Visitas

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La ciudad y los perros, Mario Vargas Llosa | Reseña

Cientos de muchachos de no más de dieciséis años se insultan, escupen y agreden día sí día también en el colegio militar Leoncio Prado de La Perla, Perú. Los días transcurren lentos como la infancia, ya extinta, mutada en borroso y descosido recuerdo de tiempos adustos y no necesariamente mejores. El robo de un examen, el cristal de una ventana destrozada accidentalmente durante la huida, el castigo, la delación, los fusiles, la venganza. El drama. Y el mensaje: —hay que ver lo brutos que son, que somos los machitos; medirse las pollas a nada bueno conduce. Entremedias se follan por turnos a una gallina y luego se comen su carne, toda “chamuscada y con pelos”, en una memorable y asquerosa escena que, por sí sola, amortiza la lectura de la novela. Ya está, aquí tiene la trama de La ciudad y los perros. Si era eso a por lo que venía, ya puede largarse. Amable lector.

Siempre me ha sido difícil separar al Vargas Llosa literario del mediático. Al premio Nobel del candidato a presidente del Gobierno del Perú allá a finales de los ochenta; al mito viviente del incansable opinador de ideología liberal, sonrisa permanentemente incrustada, tupé impoluto, presencia constante en periódicos y televisión cuasi agotadora. Será que soy lector de El País. Será que no soporto la instantánea del escritor en su apartamento junto a Central Park en todas y cada una de las noticias de las que es protagonista. Pueden llamarlo envidia. Normalmente, esta división sería una responsabilidad muy pertinente a la hora de describir un artefacto cultural: analizar y contextualizar la obra y nada más que la obra. Pero, ¿qué hacer cuando el sujeto en cuestión se declara profundo creyente del compromiso en la literatura y de sus posibles repercusiones en la historia? ¿Qué hacer cuando afirma que “el escritor puede ser un hombre útil en términos económicos, sociales y políticos? El compromiso (palabra peliaguda sea cual sea el contexto en el que se use) con el que Vargas Llosa lleva cimentando toda su carrera literaria ya está bien presente en esta, su primera obra. Un entrañable relato de juventudes deshilachadas internas en una prisión con fachada de escuela, a caballo entre la ficción y los recuerdos (el propio Vargas Llosa fue alumno del Leoncio Prado), con el que el autor denunció el absurdo de la educación y las relaciones sociales basadas en el embrutecimiento y la exaltación de la virilidad.

Y todo, en 1962, en medio del boom. En medio de Gabriel García MárquezJulio CortázarCarlos Fuentes y colegas. Con sólo 26 años, Vargas Llosa supo buscar su hueco, encontrar su voz, marcándose estas 450 páginas de pura y alta literatura que, tras vagar de editorial en editorial, vieron la luz en cuanto cayeron en las manos del ilustre editor Carlos Barral a.k.a. Seix. Por cierto que en el mismísimo prólogo se puede leer un sonrojante “Él [Carlos Barral] lo hizo premiar con el Biblioteca Breve”. Estilo Juan Cruz y sus amigos. Mejor no comentar, quedémonos con la novela, quedémonos con el hueco, con la voz sin igual del peruano.

¿Cómo si no explicar esa extrañeza que brota cuando, a las pocas páginas de comenzar con ese in media res en el que uno no entiende nada más allá del examen que se dispone a hurtar el cadete Porfirio Cava, la narración tradicional en tercera persona se quiebra para sumergirnos en la yuxtaposición de oraciones sin signos de puntuación, surgidas de la cabeza de alguien que evoca su infancia, y luego el presente y luego vuelta al pasado de otro alguien, a medida que se nos regalan las piezas para conformar un rompecabezas que sólo será completado tras, como mínimo, una relectura? Porque si usted pretende entender todo en la primera lectura las lleva claras. Aquí es donde brilla la opera prima, en la extrañeza; en ese nuevo párrafo con sus buenos  segundos de incertidumbre en los que el lector no entiende absolutamente nada y que le obligan a avanzar con tal de rebuscar esa clave que, cuando llega, tan agradecidamente arroja un poco, pero solo un poco, de luz en su caminar. Y de repente, la putada de haber terminado el libro.

Se ha de estar atento, muchísimo, porque el juego de voces, el enredo, la confusión, es constante y hermosamente necesario. Intrincadamente coral, la narración no siempre avisa del interior de qué cabeza estamos indagando. Muy a lo William Faulkner, influencia que el propio escritor siempre ha reconocido. Y ni falta que hacía. En ese entrelazado de pensamientos y el constante paso atrás y adelante en el tiempo para explicar el presente, el atronador recuerdo e influencia de novelas como El ruido y la furia es harto evidente. Además del protagonista, el cadete Alberto, leemos sobre algunos de sus compañeros, cada uno con un rol en la historia, un lenguaje borracho de agresividad y violencia y unas preocupaciones en la vida.  Y a pesar de todo, la carcajada de Vargas Llosa al final del relato todavía es más que probable. Y no digo más, si lo han leído, me entenderán, y si no, me gusta ser cuidadoso con los espoilers en este blog, ustedes me disculpen, ustedes me agradezcan. La trama de la escopeta y el muerto se volverá secundaria cuando se adentren en esta maravilla de novela. Y no se me enojen porque los disparos de pólvora en este libro son tan obvios y previsibles como los de la primera parte de La chaqueta metálica. Atención también al vocabulario, hermoso como pocos pero intrincado, obtuso. Léxico local por doquier, a veces entendible con el contexto y otras, diccionario Google, amigo mío: pisco, jalar, garúa, chavetazo, poto, afeite…y el persistente anglicismo  piyama al que nunca, nunca, me habituaré, por mucho que Cortázar o quien sea lo prostituyese hasta la saciedad.

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