Los Dias Del Venado
Enviado por manuortiz2 • 6 de Noviembre de 2012 • 365 Palabras (2 Páginas) • 369 Visitas
De músico a mensajero
Largo rato después, los husihuilkes y Cucub comían tunas rojas sentados en círculos sobre sus alfombras. Kume no estaba con ellos. Él ya no podía compartir el fuego familiar. ¡Qué distinta era aquella de tantas otras noches pasadas! Noches amigables, olorosas a laurel, cuando Kush contaba cuentos o tocaba, hasta muy tarde, su flauta de caña. ¿Volverían alguna vez?
Cucub hubiese intercedido de buena gana en favor de Kume; sin embargo, no lo hizo. Había aprendido lo sufi-ciente sobre los husihuilkes como para saber de antemano que su defensa fracasaría. El zitzahay pensó de qué modo podía aligerar la amargura de aquella buena gente, y deci¬dió que hablar de cosas pequeñas era lo adecuado.
—Es posible que ustedes quieran enterarse de ciertos detalles —dijo. —Gustoso les relataré cómo fue que me convertí de músico en mensajero. Y, si alcanza la noche, elegiré los mejores episodios de mi viaje.
Nadie tenía sueño, y el zitzahay merecía ser compensa¬do por el injusto trato que había recibido.
—Cuéntanos, si es de tu agrado hacerlo —aceptó Dulkancellin.
Y Cucub contó sin que lo interrumpieran:
—Estando yo en la ciudad que llamamos Amarilla del Ciempiés recibí la orden de acudir a la Casa de las Estrellas Como la Casa de las Estrellas está situada en Beleram, a dos soles de marcha de donde me hallaba, tomé el camino de inmediato. Sentí mucho abandonar Amarilla del Ciempiés sin acudir a la boda de la que éramos invitados de honor mi flauta y yo. ¡Bien, me dije, no tienes alternativa! Al¬guien más le pondrá música al festejo. Caminé día y no¬che, y divisé Beleram antes de lo razonable. ¿Creerán si les digo que ni siquiera me entretuve en el río? Atravesé dos poblaciones cercanas a la ciudad, atravesé el naranjal que la rodea. Tomé la calle del mercado, crucé el terreno de juegos, luego la plaza. Y me detuve a respirar frente a la Casa de las Estrellas. No me detuve porque sí, todavía faltaba subir la escalera que lleva hasta su puerta. ¡Pronto vas a conocerla, Dulkancellin! Tiene trece veces veinte peldaños, y está esculpida en una ladera de monte. Necesité hacer en aquella subida más pausas de las que había hecho durante to
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