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Robert


Enviado por   •  27 de Septiembre de 2012  •  Informe  •  1.609 Palabras (7 Páginas)  •  333 Visitas

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Robert estaba sentado en su mochila, en medio de la nieve. El frío se le estaba metiendo en los huesos, y seguía nevando. No se veía una luz, una casa, un alma por ningún sitio. ¡Era una verdadera tormenta de nieve! Además, estaba oscuro. ¡Si la cosa seguía así, menuda noche! Sentía los dedos acorchados. No tenía ni idea de dónde estaba. ¿En el Polo Norte quizá?

Helado, Robert intentó con desesperación calentarse dándose palmadas. ¡No quería morir congelado! Pero al mismo tiempo un segundo Robert estaba sentado cómodamente en su sillón de mimbre y veía cómo el otro tiritaba. Así que uno puede soñar con uno mismo, pensó.

Y entonces los copos de nieve que el viento frío de afuera soplaba en el rostro al otro Robert se hicieron cada vez más grandes, y el primero, el verdadero Robert, que estaba sentado en el cálido sillón, vio que ninguno de esos copos de nieve era igual al otro. Todos esos grandes y suaves copos eran distintos. La mayoría tenía seis puntas o rayos. Y si se miraba con más atención se veía que el dibujo se repetía: estrellas de seis puntas dentro de una estrella de seis puntas, rayos que se ramificaban en rayos cada vez más pequeños, puntas que producían otras puntas.

Entonces un dedo le dio unos golpecitos en el hombro, y una voz conocida dijo:

-¿No son maravillosos esos copos?

Era el diablo de los números, que estaba sentado tras él.

-¿Dónde estoy? -preguntó Robert.

-Un momento, voy a encender la luz -respondió el anciano.

Estrellas de seis puntas dentro de una estrella de seis puntas, rayos que se ramifican en rayos cada vez más pequeños... « ¿No son maravillosos estos copos?»

De pronto se hizo una luz radiante, y Robert se dio cuenta de que estaba sentado en un cine, una sala pequeña y elegante con dos filas de sillones rojos.

-Un pase privado -dijo el diablo de los números-. ¡Sólo para ti!

-Ya pensaba que iba a morir congelado -exclamó Robert.

-No era más que una película. Toma, te he traído una cosa.

Esta vez no era una simple calculadora de bolsillo. La cosa no era ni verde ni viscosa, y no era tan grande como un sofá, sino gris plata, con una pequeña pantalla que se podía abrir.

-¡Un ordenador! -exclamó Robert.

-Sí -dijo el anciano-. Una especie de portátil. Todo lo que tecleas aparece inmediatamente en esa pared de ahí delante. Además, puedes pintar directamente con el ratón en la pantalla del cine. Si quieres podemos empezar.

-¡Pero, por favor, nada de tempestades de nieve! Mejor calcular un poquito que morirse de frío en el Polo Norte.

-¿Por qué no tecleas unos cuantos números de Bonatschi?

-¡Tú y tu Bonatschi! -dijo Robert-. ¿Es tu favorito o qué?

Tecleó, y en la pantalla del cine apareció la serie de Bonatschi:

-Ahora prueba a dividirlos -dijo el viejo maestro-. Siempre por parejas sucesivas. El mayor dividido entre el menor.

-Bien -respondió Robert. Tecleó y tecleó, curioso por saber lo que leería en la gran pantalla:

» ¡Es una locura! -dijo Robert-. Otra vez esos números que nunca cesan. El 18 que se muerde la cola. Y algunos de los otros tienen un aspecto completamente irrazonable.

-Sí, pero aún hay otra cosa -le hizo notar el anciano. Robert reflexionó y dijo:

-Todos esos números varían arriba y abajo. El segundo es mayor que el primero, el tercero menor que el segundo, el cuarto otra vez un poquito mayor, y así sucesivamente. Siempre arriba y abajo. Pero, cuanto más dura esto, menos se alteran.

-Exactamente. Cuando coges Bonatschis cada vez más grandes, el péndulo oscila cada vez más hacia una cifra media, que es

»Pero no creas que éste es el final de la historia, porque lo que sale es un número irrazonable que nunca se termina. Te aproximas a él cada vez más, pero por más que calcules nunca lo alcanzarás del todo.

-Está bien -dijo Robert-. Los Bonatschi son así. Pero ¿por qué oscilan así en torno a esa cifra en particular?

-Eso -afirmó el anciano- no tiene nada de particular. Es lo que hacen todos.

-¿Qué quieres decir con todos?

-No tienen por qué ser los Bonatschi. Tomemos dos números apestosamente normales. Dime los dos primeros que se te ocurran.

-Diecisiete y once -dijo Robert.

-Bien. Ahora por favor súmalos.

-Puedo hacerlo de cabeza: 28.

-Magnífico. Te enseñaré en la pantalla como sigue:

-Comprendido -dijo Robert-. ¿Y ahora qué?

-Haremos lo mismo que hemos hecho con los Bonatschi. Dividir. ¡Repartir! Prueba tranquila-mente a hacerlo.

En la pantalla aparecieron las cifras que Robert tecleaba, y lo que resultó fue esto:

-Exactamente la misma cifra absurda -exclamó Robert-. No lo entiendo. ¿Es que está dentro de todos los números? ¿Funciona esto de verdad siempre? ¿Empezando por dos números cualquiera? ¿Sin importar cuáles elija?

-Sin duda -dijo el viejo maestro-. Por otra parte, si te interesa, te enseñaré qué otra cosa es 1,618... En la pantalla apareció entonces algo espantoso:

-¡Un quebrado! -gritó Robert-. ¡Un quebrado tan espantoso que a uno le duelen los ojos, y que nunca, nunca termina! Odio los quebrados. El señor

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