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Sociedad Politica


Enviado por   •  31 de Agosto de 2013  •  1.039 Palabras (5 Páginas)  •  361 Visitas

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—¿ Quieres tener sexo ?

Mi pregunta fue tan directa que bajaste la cara mostrándote agraviada. Diste media vuelta con intenciones de salir.

—Espera...

Te detuviste en el umbral de la puerta. El escote triangular de tu vestido dejaba a la vista la piel blanca de tu juvenil espalda.

—No te disgustes —supliqué acercándome—. Eres una mujer muy hermosa. Miles de hombres darían cualquier cosa por tenerte y me atrevo a suponer ésta sería tu primera experiencia... Pero antes que eso ocurra, me gustaría que supieras algunas cosas de mi pasado.

Te volviste muy lentamente con gesto desafiante.

—Muy bien. ¿ Qué es exactamente lo que tratas de decirme?

Quise entrar en materia pero no conseguí más que tartamudear. Tu actitud apremiante y molesta bloqueó toda posibilidad de comunicación profunda. Hilvané un par de mentiras para eludir la escabrosa situación y di por terminada mi confidencia.

—¿Algún día me contarás la verdad?

Asentí con tristeza.

No te despediste al abandonar el lugar.

Apenas me quedé solo busqué una hoja para escribir.

Después de un rato detuve mi escritura y observé la prolija carta mientras limpiaba las lágrimas de mi rostro.

Soy un amigo que nunca te traicionará.

Traicioné a muchas mujeres en el pasado y, créeme, sufrí tanto por ello que no volveré a hacerlo jamás.

Reí con reserva. En el ambiente universitario los chismes corrían rápidamente y no era de extrañarse que José Luis estuviera enterado de mis conquistas más importantes. Además era un profesor amigable, a quien alguna vez me acerqué para pedirle consejos.

—Sí— le contesté —. Terminamos hace un par de días. Tú sabes: Jessica es de esas chicas que te complacen sólo con la condición de casarse al día siguiente.

—Lo suponía. Y ten cuidado. En esta época hay varios millones más de mujeres buscando matrimonio que hombres, así que...

Asentí sin contestar. El equipo de sonido había sufrido un pequeño desperfecto y el ambiente, sin música estruendosa, era propicio para la conversación. Pero no me apetecía ahondar más en ese asunto con José Luis, a quien, dicho sea de paso, adiviné un poco alterado por la ingestión de los primeros alcoholes de la velada.

Observé a Joana que se ponía de pie dirigiéndose al tocador. Quise incorporarme para ir tras ella, pero la presencia de mi profesor de anatomía me lo impidió. Contemplé el extraordinario cuerpo de mi compañera alejándose. Llevaba un vestido de algodón extremadamente ceñido, como los que usan las bailarinas de ballet, con un amplio escote en la espalda y un atrevido agujero al frente que ventilaba, a la vista de todos, su ombligo y su vientre plano.

—Esta noche no se salva —susurré para mí.

—¿Decías algo?

—No, profesor... es simplemente que... —y me detuve valorando lo que significaba departir a solas con José Luis en un ambiente de igualdad. Podría preguntarle todo sobre las dudas anatómicas que en clase hubiera sido impropio mencionar... Y mi maestro era un joven sexualmente experto, que además de tener instrucción académica comprobada había vivido en unión libre tres veces.

—Hay asuntos que no comprendo —retomé—. ¿Por qué las mujeres son tan impredecibles? De pronto se te ofrecen envueltas en una nube de romanticismo y al rato

...

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