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Vasconcelos Editado


Enviado por   •  12 de Noviembre de 2012  •  9.125 Palabras (37 Páginas)  •  253 Visitas

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Fragmento de la obra de José Vasconcelos, Breve Historia de México.

LA GUERRA DE TEXAS

La nación norteamericana, gobernada por hombres del tipo Alamán, iba a tener su primer encuentro con el militarismo de los Santa Anna. Los colonos de Texas eran la avanzada del imperialismo yankee. Consistían en rancheros y agricultores, pero por jefes no traían hombres incultos. Cada uno de los que resultaran generales de la guerra de Texas eran antes de la guerra un civil laborioso, y muchos de ellos, como Austin, como el mismo Houston, habían hecho cursos universitarios. Houston, conocedor de la misión que estaba llamado a desempeñar como soldado, había empezado, como todos los grandes soldados, por ser un civil ilustrado. Los futuros capitanes de Texas leían a Homero y reverenciaban a Cortés. Houston imitaría a Cortés en sus métodos, ganándose la amistad de los indios cherokees. Ni el matrimonio con una india, hija de un cacique influyente, faltó para que la imitación fuera perfecta.

Por donde Santa Anna pasaba florecía el abuso, enraizaba el descontento. Por donde Houston anduvo le nacían los amigos, le seguía la reputación del hombre disoluto en asuntos femeninos, pero leal amigo y considerado con el débil. Santa Anna era arrogante, y sin saber bien lo que había sido Napoleón, se sentía napoleónico. Houston se reía de Napoleón que acabó en el fracaso, y pensaba en Cortés el creador, Cortés el invencible. Santa Anna era un renegado. Houston ambicionaba para su raza la gloria de los españoles del siglo XVI.

Detrás de Santa Anna había una chusma engalanada, ebria de abuso de autoridad y de alcohol, indisciplinada y cruel, ambiciosa de mando, sin saber para lo que sirve el mando.

Detrás de Houston hay rancheros laboriosos.

Santa Anna habla de la gloria cuando no conocía el honor.

Sam Houston quería conquistar para su patria las tierras de Texas. Detrás de Houston estaba una nación organizada, firme, consciente de sus fines, poderosa en su desarrollo;

detrás de Santa Anna estaba un país envilecido ya por el pretorianismo, empobrecido por el saqueo de las autoridades.

Y no es verdad que México fuese el país físicamente más débil; en población era apenas menor; estaba más cerca del campo de la lucha y contó con efectivos más numerosos que los efectivos de Norteamérica.

Lo que pasó es que no pueden enfrentarse pueblos de instituciones con pueblos militarizados sin que la guerra la pierdan los militares.

La sublevación que encabezaría Houston no era una aventura; era el resultado de un plan bien madurado y de antiguo arraigo. Las bases jurídicas de la ocupación de Texas habían sido preparadas con la complicidad de los gobiernos ciegos de la República Mexicana.

Rippy, en su libro The United States and Mexico cita la carta que cierto mexicano Azcárate dirigió al presidente Victoria denunciándole una conversación de Poinsett. En 1822, Poinsett había mostrado en el mapa los territorios que Estados Unidos deseaban absorber. Texas, Nuevo México, Alta California y porciones de Sonora y Coahuila.

En los Estados Unidos cambiaban los gobiernos, pero no la política del Departamento de Estado. Al contrario, cada gobierno tenía orgullo de añadir su esfuerzo a la obra de la expansión.

En cambio, en México caía un Alamán para ser sustituido con traidores que veían con indiferencia el problema de Texas o no podían entenderlo o pensaban como han seguido pensando tantos, que, después de todo, lo mejor era entregarse a un gobierno “liberal” como el de los Estados Unidos.

Tampoco los delegados del gobierno yankee cambiaban de programa. En 1829 de retiró Poinsett aparentemente derrotado. Un tal Butler lo sustituye y lo primero que hace es hacer ratificar los tratados que Poinsett concertara. En esos tratados se aceptaban los límites de Texas definidos en el tratado español de 1819. Se había aplazado la exigencia territorial a cambio de la cláusula de la nación más favorecida, que, como hemos visto, nos cortaba de toda posibilidad de encontrar apoyo en el Sur, nos separaba de las naciones hermanas del continente.

Lo único que había cambiado era el procedimiento. Ya no habría disputas sobre límites. La colonización estaba haciendo lo necesario para justificar el derecho posesorio. Los abusos del santanismo darían el pretexto. Los poseedores se declararían autónomos en nombre de los derechos de la humanidad ultrajados por la tropa santanista.

Pero no se precipitaron los texanos. Cuando Santa Anna disolvió la legislatura de Coahuila y Texas, la región quedó, junto con el resto del país, sin otra autoridad que la bota fuerte del soldado. Stephen Austin, a nombre de los colonos, se dirigió a la capital de México para pedir alguna suerte de garantía para el futuro. Con insolencia característica, Santa Anna los mandó poner presos.

Con la prisión de Austin coincidió la llegada a Texas de Lorenzo de Zavala. Un mexicano iba a ser el inspirador aparente de la independencia. El pretexto lo daría la disputa sobre el federalismo; los motivos ocultos de Zavala eran el odio personal a Santa Anna y los intereses que había adquirido en Texas.

El móvil verdadero, el mismo que traía en Nueva Orleáns agitado a Gómez Farías: la iniciación de una lucha cívica que, con pretexto de principios, daría lugar a que los Estados Unidos se apoderasen de medio territorio y el resto lo gobernasen por medio de políticos mediatizados.

La presencia de Zavala y de otros mexicanos que, desesperados del régimen militar, se unieron a los norteamericanos para proclamar la independencia de Texas e imponerla, sirvió a os Estados Unidos que, en tal virtud, realizaron su propósito de apoderarse de Texas sin necesidad de una conquista directa. Como rebelión interior y protesta de los mexicanos de sangre y de ciudadanos mexicanos anglosajones se presentó ante el mundo el caso de Texas. La ayuda prestada desde Washington no fue, por eso, menos eficaz. Armas en cantidad empezaron a llegar del Norte y voluntarios de todo género, junto con jefes de capacidad. Pronto las escasa y mal atendidas guarniciones de tropa mexicana empezaron a ser atacadas y vencidas por los que creaban el nuevo estado texano.

Con lentitud se dio cuenta Su Alteza Serenísima de los que ocurría y su primera medida fue una baladrona ridícula, pero dicha con énfasis, ante el ministro de Francia (véase Haghnighen, Santa Anna): “Si los americanos no se portan bien, marcharé a través de su país para poner la bandera mexicana en Washington.”

En noviembre de 1985 Santa Anna se hallaba en San

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