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La pubertad se refiere exclusivamente a estos cambios tempranos, mientras que la adolescencia tiene un significado más amplio, refiriéndose a todo el ciclo de vida con especial énfasis en los cambios en las relaciones psicológicas y sociales. Este compromiso hormonal es el responsable del desarrollo de los caracteres sexuales secundarios que caracterizan a los sexos femenino y masculino hasta que adquieren su capacidad reproductiva.

Estos cambios remodelan el cuerpo de niños y niñas y activan sus capacidades reproductivas fisiológicas, al tiempo que conducen a cambios importantes en las relaciones psicológicas, emocionales y sociales. La adolescencia se refiere a un período más amplio que la pubertad e incluye importantes cambios psicológicos, intelectuales, emocionales y sociales en los adolescentes. Si la transformación biológica y física que se produce en la pubertad marca la salida de la niñez, el proceso de transformación psicosocial marca el acercamiento a la edad adulta. Es un tiempo lleno de oportunidad y al mismo tiempo de vulnerabilidad ante factores, conductas y situaciones consideradas de riesgo.

La interacción entre los factores protectores, el propio adolescente y el ambiente, y los factores de riesgo, incluyéndolo a él y al ambiente, perfilarán la trayectoria de desarrollo del adolescente. Así lo demuestra la cantidad de estudios en relación a los factores de riesgo y protectores de la infancia y adolescencia, que incluyen entre los factores protectores del adolescente el adecuado cuidado de la familia y la calidez de sus relaciones.

Al comienzo de la adolescencia, los niños y las niñas se centran esencialmente en sus propias necesidades, posiblemente porque durante este período se debe hacer mucho trabajo de transformación. Una de las necesidades que expresan con más claridad es más autocontrol y libertad, lo que les hace muy celosos y fácilmente influenciables por la actitud del padre o de la madre, o les cuesta aceptar palabras, críticas o más consejos. Comienza un momento de transición en el que se pierde la identidad y el cuerpo del niño, la relación con los padres es más dependiente e idealista, y el deseo de afecto se concentra en la familia y se va desplazando hacia el exterior.

Pueden esconderse de sus padres y al poco tiempo buscan su presencia y necesitan la cercanía activa y amistosa de los adultos. Estos arrebatos emocionales pueden dar lugar a comportamientos desproporcionados en los que se pierden patrones previamente establecidos, periodo conocido como la edad de los malos modales, quizás porque en esta primera etapa se centran en la acción más que en la reflexión.

Los adolescentes pueden pasar largas temporadas encerrados en el baño o frente a un espejo observando las diferentes posibilidades que les brinda su nueva autoimagen. En esta etapa, es fundamental que un padre u otro adulto de referencia pueda ayudar al adolescente a vivir estos cambios de manera positiva, y también a criticar los modelos sociales de belleza imperantes, a aceptarse a sí mismo y cultivar la autoestima.

Las habilidades cognitivas de los adolescentes se desarrollan gradualmente desde el pensamiento concreto y presente, más centrado en la realidad y sus vivencias, hacia la abstracción, basada en el razonamiento presuntivo, la inferencia y el icono. Este avance en el razonamiento le permitirá, al final de la adolescencia, desarrollar habilidades analíticas que le facilitarán.

La adolescencia temprana es un período de euforia, durante el cual los adolescentes pueden experimentar cierta dificultad para controlar los impulsos y, al mismo tiempo, muestran una gran capacidad de aprendizaje y conocimiento, estas competencias deben estar dirigidas a promover hábitos saludables, el aprendizaje y la autodisciplina

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