Ciencias.
Enviado por suadera • 28 de Mayo de 2014 • Ensayo • 703 Palabras (3 Páginas) • 146 Visitas
Mientras reinó en la cultura occidental el viejo cientificismo de estirpe positivista -e incluso en cierta medida y no sin importantes matizaciones, “ilustrada”-, el progreso humano, ese desideratum absoluto de cierta Modernidad, fue considerado algo así como una mera derivación o subproducto del progreso científico-técnico, interpretado a su vez en clave acumulativa. En su estela fue asumida casi como un dogma la existencia de una ruptura irreductible entre ciencias y humanidades. Incluso entre ciencia y “cultura”.Y si los partidarios del progreso llegaron incluso a cultivar, al modo del Círculo de Viena, en la última fase de este proceso, el ideal de una sola verdad científica o de la “ciencia unificada” bajo el dominio indiscutido del modelo físico-matemático, los defensores de la ruptura prefirieron salvar, en épocas difíciles, la sustancia de las humanidades o de la alta cultura humanista afirmando su especificidad y, en algunos casos, su superioridad, su radical heterogeneidad respecto de las ciencias positivas y sus ideales metodológicos.
De hecho, la famosa tesis de C.P. Snow, razonada en l967 en un opúsculo que tuvo gran difusión, sobre las “dos culturas” no iba más allá de la constatación de la existencia de dos comunidades, la de los científicos y la de los intelectuales “tradicionales”, dos galaxias cuyos moradores se obsevaban desde la lejanía, en ocasiones incluso con hostilidad. Snow razonaba, como más tarde haría Steiner, que dada la evolución general de la vida, se había convertido en tarea poco menos que obligada romper con tal incomunicación, encontrar un punto en el que ambas culturas “pudieran encontrarse”.
Sea como fuere, el tiempo ha ido siendo implacable con los enfoques bien rígidamente dualistas, bien rígidamente monista, como con notable agudeza hace ver Francisco Fernández Buey (Palencia, 1943-Barcelona, 2012), uno de los más representativos filósofos de la Generación del 70 en este libro, publicado con carácter póstumo gracias al empeño y los cuidados de Salvador López Arnal y Jordi Mir. Partiendo de Steiner, nuestro autor propugna la necesidad de incorporar la cultura científica a los actuales debates éticos y políticos tanto sobre problemas como el aborto y la eutanasia, los planteados por los avances de la ingeniería genética, los que se derivan de la crisis medioambiental o de los choques culturales, como los que encuentran su raíz en el concepto de democracia y su cada vez más cuestionada adecuación a las democracias realmente existentes. El porqué salta a la vista: “La ciencia es ya parte sustancial de nuestras vidas. Buena parte de las discusiones públicas ahora relevantes requieren cierto conocimiento del estado de la cuestión de una o varias ciencia naturales (biología, genética, neurología, ecología, etc.)”.
Los humanistas necesitarán, por tanto, cultura científica para “superar
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