Cuento: ¿Y papá?.
Enviado por Andy Pérez • 17 de Abril de 2017 • Resumen • 1.077 Palabras (5 Páginas) • 217 Visitas
Cuento: ¿Y papá?.
Alguna vez en nuestras vidas volvemos a recordar aquellos cuentos que de niños nos leían, cuentos ficcionarios, la base de todo tipo de sueños. El problema es que no existen esos cuentos en la vida real, toda historia comienza con una pesadilla o en una noche oscura, tormentosa. Y terminan trágicamente.
Pero hay lazos, que están predestinados.
Los lazos que nos unen en ocasiones son imposibles de explicar. Nos conectan, hasta cuando parece que los lazos deberían romperse. Algunos vínculos desafían la distancia, el tiempo y la lógica.
- Solo recuerdo su cara, haciendo muecas, para distraerme. –Admitió a la psicóloga.
- ¿Y qué sentiste en ese momento? – Pregunta frecuente, como si en todo momento podríamos saber que sentimos.
- Miedo, tenía miedo.
- Bueno, en la próxima sesión, lo analizaremos mejor.
- Seguro. – Como si los problemas de uno, sucederían en etapas.
A la noche, procesando todo lo que sucedió, recordé mi vida, en silencio.
A los dos años de edad, yo vivía con mi madre. A los cinco años de edad mi mamá me decía que si papá me buscaba y me iba con él, no podría jugar con mis amigos por una semana. Los castigos variaban, de “No te compro las zapas que quieres” a “esta noche no comes”.
Cuando sonaba el timbre, bajaba por las escaleras, abría la puerta, y ahí estaba: mi papá. Me sonaba raro hasta entonces que ese hombre fuera mi papá. Lo veía lejos, para mí era más importante la play que estar con él. Y entonces le decía que no quería ir. Que no iba a ir.
Lloraba. Y yo no entendía porque. Era muy tranquilo y solo me pregunta “¿Por qué?”, “Por la play pá”. Lo saludaba, cerraba la puerta y subía las escalas hasta mi habitación. Donde era feliz.
Mi papá solía pasar por la escuela, antes de que entrara. Me abrazaba con tanta fuerza que casi me dejaba sin aliento. Y lloraba, siempre lloraba. Quizás era un hombre triste. Los hombres son bastantes tristes, serios, con caras largas. Así que mi papá, no era anormal. Eran normal, dentro de común.
Los próximos meses, cada vez que sonaba el timbre mi mamá me decía que me quedará arriba y ella era quien hablaba con mi papá. A veces habituaba a decirle que estaba enfermo, cansado, durmiendo, de amigos, pero nunca estaba en casa.
Por muchos años el timbre siguió sonando, pero nunca más volvió mi papá. Mi mamá, Claudia me había dicho muchas veces que ya tenía otra familia, que tenía otros hijos, y que me abandono por ellos.
A veces lo razonaba, y con el tiempo lo dejaba pasar.
Diez escuelas fueron a las que había asistido. Cambiando de casas, cambiando de amigos, de vecinos. No me animaba a preguntarle a mi mamá el porqué. En circunstancias se alteraba y golpeaba lo que estaba a su alrededor y no quería que lo tome como una provocación.
A Los dieciocho termine quinto, mi diploma, mi graduación. Mi mamá decía que ya era todo un hombre. Y ahí, desde lejos, lo vi. No lo reconocí. Era mi padre. Mi papá. Llore, porque no me salía otra cosa. Y le grite, lo humille e intente pegarle en silencio, con el pensamiento.
Mi mamá tuvo un ataque y empezó a pegarle. Nadie la detenía, como si pegarle a un hombre fuera un chiste o algo que ver para pasar el rato.
La sostuve y él antes de irse, me dijo “ya nos vamos a ver hijo”. Mentalmente recapitule a esa clase donde vimos los derechos del niño, donde decía que: “siempre que sea posible, deberá crecer al amparo, y bajo la responsabilidad de sus padres”
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