De La Alquimia A La Quimica
Enviado por blueberrySmirnov • 1 de Septiembre de 2014 • 6.583 Palabras (27 Páginas) • 341 Visitas
DIGAMOS que nos hallamos a principios del siglo XIV, en algún lugar de Europa, en el laboratorio de la botica de un convento. En él se encuentra escribiendo el aprendiz Zenón. La botica está atestada de redomas, alambiques y frascos, un hornillo, un crisol, muchas cucharillas y pinzas, un par de morteros y varias retortas y fuelles.
La escena no sería sorprendente si no fuera porque Zenón está tratando de llevar una relación de sus experimentos con la idea de aclarar las dudas que lo asaltan constantemente. Ha empezado a dudar sobre lo que hasta ese momento habían sido verdades incontrovertibles. Se siente totalmente inseguro, ¡quién lo diría! ¡Los templarios!... Se murmuraba que su poder era enorme porque conocían el secreto de laPIEDRA, es decir el procedimiento para convertir en oro los otros metales... y en cuanto al elíxir de la vida... ¡Pobres monjes! de haberlo tenido no habrían perecido y menos tan dolorosamente. ¡Los poderosos templarios! Los poderosos de ayer, hoy desaparecidos, huidos, las cenizas de sus muertos esparcidas a los cuatro vientos.1 Y si ellos no tenían el secreto... ¡porque es seguro que no lo tenían! De haberlo tenido no sólo se hubieran defendido, sino que hubieran prevalecido. Sin embargo, no fue así. ¿Será porque el secreto consiste en algo imposible? ¿Sus propias dudas, las dudas de Zenón, serán entonces legítimas?
Pero lo peor para Zenón, al percibir las primeras cuarteaduras de la explicación del mundo corriente en su época, de la physica, que ya está empezando a sonar falsa, no son tanto las dudas que lo rondan como moscardones cada vez que recibe las lecciones de fray Gildardo y cada vez que estudia sus propias experiencias, o lee los libros tan oscuros y difíciles de entender, sino el darse cuenta de que lo más importante para él, ya no es aprender para curar a los hermanos, ni para fabricar substancias que hagan la vida de todos más fácil y a la Orden más rica y poderosa, sino comprender por PROPIA CUENTA. ¡Justo como si los antiguos hubieran sido unos mentirosos! Pero ése es el asunto, ésa es su inquietud, ya no creerles, sino verificar él mismo sus afirmaciones, hallar la verdad sobre la constitución de la materia y sobre la transmutación de los metales, por sí mismo. Y así, mientras se cuecen lentamente en las retortas los extractos de las más diversas plantas, Zenón lee y practica la alquimia con la anuencia de fray Gildardo, su maestro, ahora boticario del convento, en casos de emergencia hasta herrero y siempre a cubierto o a descubierto, filósofo alquimista.
Fray Gildardo acusa a Zenón de curioso, pretencioso y rebuscado; al muchacho en realidad esto no le importa mayormente y fray Gildardo sabe que es injusto con él. Porque en el fondo Zenón tiene razón, la mayor parte de los libros son un enredo incomprensible y lo peor del caso es que han sido escritos deliberadamente así. ¿Para ocultar secretos valiosos? ¿Para esconder la propia ignorancia, porque en verdad no entienden lo que ocurre en los procesos del laboratorio?, o lo que no es peor, ¿para obtener ganancias ilícitas? ¿Para darse importancia? ¿Por diabólico afán de confusión?
Según Geber,2 no hay que permitir que la facilidad con que se puede obtener el oro lleve al adepto a revelar el secreto, ni a la esposa, ni al hijo más querido, menos aún a cualquier otra persona, porque el oro se fabricaría tan comúnmente como el vidrio en los bazares y el mundo se corrompería. ¡Mira cuánto escrúpulo, viejo mañoso!, murmura Zenón.
Otra debe ser la razón, por la que fray Gildardo le recomienda que si ha de describir, describa lo oscuro mediante lo más oscuro y lo desconocido mediante lo más desconocido.3 ¿Quizá porque el hallazgo de la Piedra deberá ser una revelación divina ganada a pulso en el laboratorio por el adepto y no sacada de los libros? Y sin embargo, ocurre que el mismo que le aconseja oscuridad para escribir, lo conmina al estudio total de las palabras de los filósofos alquímicos. Luego entonces fray Gildardo aún tiene la esperanza de que algo se encuentre por la lectura de los libros y no hay por qué asombrarse de esta contradicción en fray Gildardo, cuando el mismo Geber admite:
"Mis libros son numerosos y la ciencia está dispersa en ellos. Quien se ocupe de reunirlos, reunirá la ciencia, se encaminará a su meta y tendrá buen éxito, porque he descrito toda la ciencia sin guardar en secreto ninguna parte de ella; el único enigma está en su dispersión."
En efecto, no hay un capítulo que esté completo en sí mismo, todos son oscuros y están mezclados a tal grado que uno se pierde en ellos, la ciencia está confundida y mezclada con otras cosas.
"¡Lee, trabaja, cuece, destila!", es lo que fray Gildardo le dice sin cesar, pero cosa curiosa no le dice "¡observa, reflexiona, duda, ordena!"
Es extraño, tal parece que su maestro considera la opus (obra) en varios niveles. En uno de ellos, parecería que mientras se esfuerza sobre las substancias y las transforma, el mismo adepto se transforma en su interior, y las operaciones en el laboratorio, que tienen una finalidad práctica, al mismo tiempo constituirían una disciplina para prepararlo a recibir el SECRETO, siempre que se mostrara digno de ello. Así, detrás de la finalidad práctica parece haber una finalidad mística. Las operaciones del laboratorio serían símbolos de la transformación de su persona, y viceversa. Unos cambios son la analogía de los otros y el logro práctico de obtener oro depende de cómo y de qué manera su trabajo haya transformado su alma y su mente, y bien pudiera ser que la Piedra Filosofal fuese también el logro de una revelación sobre sí mismo. ¡Cuán evasivo se muestra a este respecto su maestro! ¡Qué poco claro es! ¡Y cómo desdeña todo intento de clasificación u ordenamiento!
Dentro de poco entrará fray Gildardo a discutir sobre lo que ha leído. Mejor será que ordene sus ideas, quizá esta vez pueda hacerle comprender su punto de vista.
—En esencia, el asunto de la constitución de la materia es lo que entusiasma a los filósofos griegos, pero no se interesaron por llevar a cabo la transmutación de una piedra, como se suele llamar a los metales, en otra...
—¡Cuidado, ya estás otra vez hablando con ligereza de las operaciones de la opus divina que nos ocupa! Los griegos no se interesaron por la elevación y perfeccionamiento de los metales bajos e impuros, en el oro perfecto querrás decir. Y la razón me parece es que no se mostraron dignos de esta empresa sublime.
—¡Oh no, más bien yo diría que consideraban servil y poco digno de un ciudadano libre fatigarse usando las manos. Las experimentaciones con la materia las estimaban asunto propio de los esclavos o de los bárbaros. Para ellos lo interesante era construir a base de
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