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EL ACTUAR HUMANO CONSCIENTE


Enviado por   •  3 de Septiembre de 2012  •  Trabajo  •  3.030 Palabras (13 Páginas)  •  605 Visitas

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EL ACTUAR HUMANO CONSCIENTE

¿Es el hombre en su pensar y actuar un ser espiritualmente libre, o se encuentra sujeto al dominio de una necesidad absoluta, de acuerdo con las leyes de la naturaleza?. Pocas cuestiones se han tratado con tanta sagacidad como ésta. La idea de la libertad de la voluntad humana cuenta tanto con un gran número de partidarios vehementes, como de adversarios obstinados. Hay hombres que en su apasionamiento moral consideran de escasa inteligencia al que llega a negar un hecho tan evidente como la libertad. Frente a ellos existen otros para quienes el colmo de lo científico es creer que las leyes de la naturaleza quedan interrumpidas en el dominio del actuar y del pensar humano. La misma cosa se considera como el bien más preciado de la humanidad y, al mismo tiempo, como la más grave ilusión. Se ha empleado infinita sutileza para explicar cómo la libertad humana es compatible con los procesos de la naturaleza, a la que también el hombre pertenece. No menor ha sido el esfuerzo con que otros han tratado de comprender cómo ha podido surgir semejante idea absurda. Indudablemente se trata de uno de los más importantes problemas de la vida, de la religión, de la conducta y de la ciencia, como lo ha de sentir todo aquél que lo considere con un mínimo de profundidad. Realmente es parte de los tristes síntomas de la superficialidad del pensamiento actual, el hecho de que un libro, que como resultado de la investigación naturalista moderna intenta crear una “nueva fe ”(David Friedrich Strauss,“1 La antigua y la nueva fe”) no contenga, sobre esta cuestión, más que las siguientes palabras:

“No hemos de tomar en consideración aquí la cuestión de la libertad de la voluntad humana. Pues la supuesta libertad de elección indiferente, siempre ha sido considerada como una ilusión por toda filosofía digna de este nombre. Con todo, esta cuestión no toca la valoración moral del actuar y pensar humano”.

Cito este pasaje, no porque yo considere dicho libro de mucha importancia, sino porque me parece que expresa la opinión a la que ha llegado la mayoría de nuestros pensadores contemporáneos con respecto a esta cuestión. Que la libertad no puede consistir en que de dos posibles acciones, uno pueda elegir la una o la otra enteramente a su voluntad, parece saberlo cualquiera que pretenda haber alcanzado una cierta preparación científica. Se afirma que siempre existe un motivo bien definido para que, entre varias acciones posibles, se ejecute una determinada.

Esto parece evidente. No obstante, hasta el presente, los ataques principales de los adversarios de la libertad se dirigen solamente contra la libertad de elección. Así, por ejemplo, Herbert Spencer,2 cuyas ideas se difunden cada vez más, dice en su libro “Los principios de la psicología”:

“El que cada uno pueda voluntariamente desear o no desear, como de hecho dice el dogma de la libre voluntad, queda rechazado, tanto por el análisis de la conciencia como asimismo por el contenido del capítulo precedente” (del citado libro).

Otros al combatir el concepto de la libre voluntad parten del mismo punto de vista. El germen de todas las consideraciones al respecto se encuentra ya en la obra de Spinoza.3 Lo que él expresó en términos claros y sencillos contra la libertad, se ha repetido desde entonces innumerables veces, sólo que casi siempre envuelto en sutiles doctrinas teóricas, de modo que resulta difícil descubrir el sencillo razonamiento de que realmente se trata. En una carta del año 1674, Spinoza escribe:

“Es que yo llamo libre a lo que existe y actúa simplemente por la necesidad inherente a su naturaleza; y llamo forzado, a aquello cuya existencia y acción está determinada por otra cosa de manera exacta y fija. Dios, por ejemplo, aunque necesario, es no obstante, libre, porque existe solamente por la necesidad de su naturaleza. Dios, de igual modo, se conoce a sí mismo y conoce todo lo demás libremente, porque resulta de la necesidad de su naturaleza el que El conozca todo. Vemos, por lo tanto, que yo no establezco la libertad en la libre decisión, sino en la libre necesidad”.

“Pero descendamos a las cosas creadas, cuya existencia y función están determinadas sin excepción por causas exteriores, de modo fijo y exacto. Para comprenderlo más claramente, representémonos un hecho bien sencillo. Por ejemplo: una piedra recibe por la acción de una causa exterior, una determinada cantidad de movimiento, por la cual, sigue necesariamente moviéndose después de cesar el impacto de la causa exterior. Esta inercia por la que la piedra sigue moviéndose no es necesaria sino forzada, porque hay que definirla por el impacto de una causa exterior. Lo que en este caso vale para la piedra, vale igualmente para cualquier otra cosa, por más compleja y polifacética que sea; es decir, que todo está determinado necesariamente a existir y actuar de modo fijo y preciso por causas externas”.

“Supongamos ahora que la piedra, mientras está en movimiento, piensa y sabe que se esfuerza lo más que puede en continuar moviéndose. Esta piedra que sólo es consciente de su esfuerzo, y no actúa de modo indiferente, creerá que es enteramente libre y que sólo continúa moviéndose porque así lo quiere. Pues ésta y no otra es la libertad humana que todos pretenden poseer, y que sólo consiste en que el hombre es consciente de su deseo, pero sin conocer las causas que determinan su actuar. Del mismo modo, el niño cree que desea la leche libremente, y el muchacho colérico que libremente exige vengarse, y el miedoso la huida. Asimismo, el ebrio cree que dice por libre decisión lo que en estado normal preferiría no haber dicho; y como este prejuicio es innato a todos los hombres, no les es fácil librarse de él. Pues a pesar de que la experiencia nos enseña claramente que el hombre no sabe moderar sus deseos, y que, impulsado por pasiones contrarias, si bien es consciente de lo bueno, hace lo malo; no obstante, se considera libre porque hay cosas que él desea menos que otras, y porque puede refrenar fácilmente algunos deseos a través del recuerdo de otros que a menudo le surgen”.

Puesto que aquí se nos presenta una opinión clara y expresada con precisión, será también fácil descubrir el error fundamental que encierra. Se sostiene que con la misma necesidad con que la piedra, debido a un impulso, ejecuta un determinado movimiento, el hombre ha de emprender una acción cuando algún motivo le incita a ello. Sólo porque el hombre es consciente de su acción, se considera a sí mismo como el causante libre de ella. Pero no se da cuenta de que le incita un motivo, al cual se ve obligado a obedecer. Pronto descubre el error de este razonamiento. Spinoza y todos los que piensan como él no advierten que el hombre no solamente tiene conciencia de sus acciones, sino que

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